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P. Javier Olivera Ravasi: Los diez gritos contra el Reinado de Cristo Rey

Iglesia

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El sacerdote argentino Javier Olivera Ravasi, historiador, filósofo y uno de los analistas católicos más incisivos del mundo hispano, pronunció una conferencia monumental en pasado viernes en el restaurante de La Favorita en Madrid: un recorrido a través de los diez gritos con los que la historia —ángeles, pueblos, imperios, movimientos, ideologías— ha querido destronar al Rey de reyes.

Lo que sigue es una síntesis ampliada, rica, elaborada, de cada uno de esos diez gritos. No son simples enumeraciones: son llaves de lectura de la historia, espejos que reflejan también la rebelión del hombre contemporáneo.

1. El grito angélico: “Non serviam”

La rebelión original: cuando el cielo se partió en dos

La historia del rechazo a Cristo Rey no comienza en la tierra, sino en el cielo. Cuando Dios revela a los ángeles el misterio de la Encarnación —que el Verbo se haría hombre y reinaría también como tal—, Lucifer y un grupo incontable de ángeles se sublevan.

Ese primer grito, lleno de soberbia, inaugura toda la guerra espiritual:

“Non serviam. No serviré.”

No es solo un rechazo al servicio: es un rechazo al reinado.
No es solo orgullo: es odio a Cristo.

Desde ese instante, el cosmos se divide en dos bandos:
los que quieren que Cristo reine
y los que prefieren el caos antes que obedecer al Rey.

El primer grito es cósmico.
Y su eco sigue resonando.

2. El grito de Israel: “No queremos a este Rey”

La tragedia de un pueblo amado y obstinado

El segundo grito viene del Pueblo Elegido, que recibió más que ningún otro la ternura y la pedagogía de Dios. Sacado de Egipto, alimentado en el desierto, guiado por profetas… y, aun así, capaz de caer en idolatrías constantes.

Israel encarna la ambivalencia del corazón humano: capaz de adorar y de traicionar en el mismo día.

Los profetas lo denunciaron:
“Duros de cerviz”,
“incircuncisos de corazón”,
“resistís siempre al Espíritu Santo.”

Israel adoró al becerro de oro, rechazó a los profetas y, finalmente, en el juicio del Viernes Santo, pronunció uno de los gritos más terribles de la historia:

“¡Crucifícalo!”

El rechazo más doloroso no es el del pagano que no conoce a Dios, sino el del hijo que lo conoce y prefiere que El César reine antes que Cristo.

3. El grito pagano de Grecia y Roma: “Non possumus”

El choque entre el Imperio y el único Dios verdadero

Cuando Cristo irrumpe en la historia, el mundo pagano —hermoso y trágico a la vez— se encuentra ante la verdad definitiva. Y reacciona con violencia.

Los cristianos son acusados de ateísmo por no adorar a los dioses de la ciudad. Las persecuciones se multiplican, y los testimonios de los mártires estremecen:

Se les clavaban cañas bajo las uñas.
Se vertía plomo fundido en sus cuerpos.
Se les colgaba boca abajo sobre hogueras.
Se les arrancaban miembros.

El Imperio exigía un acto simple:
quemar incienso a César.
Reconocerlo como señor y rey.

Y aquí aparece el contra-grito heroico:

“Non possumus.”
 No podemos reconocer otro Rey que Cristo.

El martirio es la proclamación más pura del Reinado de Cristo frente a los poderes de este mundo.

4. El grito arriano: “Cristo no es Dios”

La crisis interna más peligrosa: cuando los templos no garantizan la verdad

El arrianismo no vino de fuera: vino de dentro.
Negaba la divinidad de Cristo y, por tanto, su Reinado eterno.

Hubo un momento —pocos lo recuerdan— en que el mundo cristiano entero parecía haber caído en la herejía. San Jerónimo, testigo de su tiempo, escribió una frase escalofriante:

“El mundo despertó y se encontró arriano.”

Muchos obispos cayeron.
Muchos sacerdotes también.
La confusión fue total.

Sin embargo, la fe sobrevivió gracias a un puñado de santos —encabezados por San Atanasio— y por el sensus fidei de los fieles que supieron reconocer la voz del Pastor.

En palabras que resumen aquella época:

“Ellos tienen los templos; nosotros tenemos la fe.”

El arrianismo gritaba:
“No queremos un Rey que sea Dios.”

La Iglesia respondió:
“Cristo es Dios, Cristo es Rey.”

5. El grito de los pueblos bárbaros: “La civilización cae”

Cuando el mundo se derrumba y la fe lo vuelve a levantar

Las invasiones de godos, vándalos y hunos arrasaron Roma. Las descripciones de la época muestran un panorama apocalíptico: templos profanados, sacerdotes ejecutados, reliquias destruidas, ciudades enteras saqueadas.

San Jerónimo escribió:

“Mi voz se ahoga… ha sido conquistada la ciudad que conquistó el universo entero.”

Parecía que la fe iba a desaparecer.
Parecía que Cristo no reinaba.

Pero entonces ocurrió uno de los milagros silenciosos de la historia: los monjes, los evangelizadores, los fundadores de monasterios, convirtieron a los bárbaros. Les enseñaron a leer, a cultivar, a orar, a gobernar.

La barbarie cayó ante la civilización cristiana.
El grito bárbaro se convirtió en canto.

El Rey volvió a reinar.

6. El grito del Islam: “Jesús no es Rey, solo profeta”

Un desafío que persiste desde hace trece siglos

El Islam surgió como una mezcla deformada de elementos judeocristianos. Reconoce a Jesús, sí, pero solo como profeta. Y esa negación de su divinidad es, en sí misma, un grito contra su Reinado.

El avance musulmán por Oriente Medio, el norte de África y parte de Europa supuso la desaparición de algunas de las comunidades cristianas más antiguas.

Los testimonios de la época son claros: altares profanados, bautisterios convertidos en lugares de humillación, cristianos obligados a renegar.

La respuesta cristiana —las Cruzadas— fue, en su origen, un acto de defensa de Cristo Rey, de los cristianos perseguidos y de los Santos Lugares.

El enfrentamiento no era político:
era teológico.
Era sobre quién reina:
¿Dios hecho hombre o un profeta?

7. El grito humanista del Renacimiento: “El centro soy yo”

Cuando la belleza se vuelve contra su Creador

El Renacimiento produjo obras de arte sublimes, pero también una revolución silenciosa:
el desplazamiento de Dios del centro.

Por primera vez desde Cristo, el hombre se coloca a sí mismo como la medida de la realidad. Olivera lo expresó así:

“El antropocentrismo es el grito de Prometeo que busca desencadenarse.”

La belleza ya no remite necesariamente a Dios, sino al genio humano. La razón ya no sirve para contemplar la verdad, sino para autoproclamarse soberana.

Es el grito más elegante y peligroso:
“Cristo no reine. Ya reinamos nosotros.”

8. El grito de la revolución protestante: “Cristo, sí. Iglesia, no.”

Cuando cada hombre quiere su propio Cristo

La revolución protestante no niega a Cristo, sino que lo disuelve en millones de interpretaciones individuales. Se proclama la libertad absoluta de lectura, la subjetividad sin límite.

Lutero llegó a decir:

“La razón es la prostituta del diablo.”
 “Hay que matarla y enterrarla.”

Cuando la razón muere, muere la posibilidad de doctrina.
Cuando la Iglesia se rechaza, el Reinado de Cristo se atomiza.

La revolución protestante grita:

“Cristo sí, pero sin Iglesia.
Cristo sí, pero sin sacramentos.
Cristo sí, pero no Rey del mundo, sino Rey según yo lo interprete.”

Es el grito de un cristianismo sin autoridad…
y, por tanto, sin Rey.

9. El grito del laicismo liberal: “Cristo fuera de la sociedad”

El Dios encerrado en lo privado

El liberalismo ilustrado quiso expulsar a Cristo del ámbito público. Redujo la religión a lo íntimo, declaró la neutralidad del Estado y erigió al individuo como supremo legislador de su propia vida.

La Revolución Francesa llevó este grito al paroxismo:
templos convertidos en templos de la razón,
monjas y sacerdotes asesinados,
regiones enteras exterminadas por ser “demasiado cristianas”.

Es el grito moderno:

“No queremos que Cristo reine en la sociedad.
Reinará la voluntad general.”

Un grito que aún domina Europa.

10. El grito contemporáneo: “Dios ha muerto”

Cuando ya no se rechaza al Rey, sino la existencia del Reino

El último grito es el más radical de todos.

El ateísmo nihilista de los siglos XIX y XX —Nietzsche, Marx, Feuerbach, el secularismo militante— proclama que Dios no existe y que Cristo es un mito.

Si Dios no existe, no hay Rey.
Si no hay Rey, no hay ley.
Si no hay ley, todo está permitido.

Como escribió Dostoyevski:

“Si Dios no existe, todo está permitido.”

Este grito produce los mayores genocidios de la historia.
Los totalitarismos del siglo XX asesinaron a millones en nombre del hombre nuevo.

Y, sin embargo, incluso aquí Cristo Rey suscitó testigos:
mártires modernos que murieron gritando:
“¡Viva Cristo Rey!”

Fue solo el principio

Esa noche, mientras La Favorita se llenaba de fuego en el corazón, la conferencia del P. Olivera recordó que:
“Jesucristo es Rey de Reyes y Señor de Señores.”

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