Los mártires del siglo XX en España del martes 18 de agosto de 1936 son 23: ocho carmelitas de la antigua observancia en Carabanchel Bajo (Madrid), más otro –Eliseo María Camargo Montes– en Córdoba; cuatro dominicos en Asturias; cuatro hermanos de La Salle: dos en la provincia de Barcelona, uno en la de Castellón y otro –Joseph Henri Chamayou, asesinado con el párroco de Andorra- en Lérida; dos estudiantes claretianos en Barbastro; un operario diocesano en la provincia de Teruel –Martín Martínez Pascual, del que se ha hablado abundantemente en este blog, ya que durante mucho tiempo se le confundió con el hombre cuya imagen es portada de Holocausto católico, aunque el retratado es un miliciano-; un sacerdote secular en la de Valencia –Vicente María Izquierdo Alcón, que salvó la imagen ya profanada de la Virgen de los Desamparados-; otro en la de Toledo; más un sacerdote que era novicio hospitalario en Valdemoro (Madrid).
En Francia, se conmemora el martirio del beato Antonio Banassat (1794). En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a siete mártires: en 1918 el sacerdote Stefan Khitrov, en 1919 cuatro laicos (Eudokia Sheikova, Daría Ulybyna, Daría Timagina y una joven llamada María), en 1921 el obispo de Ufa, Simon Schlei, y en 1939 el diácono Iván Smirnov.
Dos religiosos lasalianos, más uno de la Sagrada Familia que abrió la puerta
Los lasalianos Eudaldo Rodas Saurina (hermano Olegario Ángel, a la izquierda), de 24 años y oriundo de Santa Coloma de Farnés (Girona), y Agustín Pedro Calvo (hermano Honorato Alfredo, a la derecha), de 22 y de Cobatillas (Teruel), coincidían en haber tomado el hábito en 1930 y residir en la comunidad de Sant Hipòlit de Voltregà (Barcelona). Ambos fueron detenidos el 18 de agosto y, junto con un religioso de la Sagrada Familia, asesinados en Sant Boi de Lluçanès, mientras daban vivas a Cristo Rey. Precisamente el hecho de que saliera a abrir la puerta el religioso de la Sagrada Familia refugiado con ellos (y que no ha sido beatificado), salvó la vida de al menos otro lasaliano (quizá el director). El hermano Macario Sánchez contó así lo sucedido con la comunidad de Voltregà:
«Expulsados de casa el 23 de julio, los hermanos nos refugiamos en casas de amigos del pueblo, pero ante las amenazas huimos hacia la montaña el día 24. El 25 lo pasamos muy mal y el 26 aún peor, allí arriba entre las espesuras. El hermano Honorato y yo mismo nos vimos acosados a golpe de escopeta como si fuéramos animales. Nos encomendamos fervorosamente a la Virgen Santísima y sólo ella nos salvó en ese momento de una muerte segura. Finalmente nos capturaron en nuestra huida desesperada y el grupo perseguidor nos condujo al lugar escogido para el sacrificio. De repente, un miliciano del grupo, con la pistola en la mano, salió en nuestra defensa y exigió nuestra entrega al comité local. Este nos devolvió la libertad con la única condición de no salir del pueblo. Fue entonces cuando el Hermano Director alquiló una casa para rehacer nuestra vida comunitaria. Aunque no encontré prudente ir con ellos, no dejé de mantener contacto».
Al acabar el rezo del mediodía del 18, la casa fue rodeada de milicianos que querían entrar. El desconocido hermano de la Sagrada Familia que también residía allí salió a abrirles acompañados de los hermanos Olegario y Honorato. Como los milicianos tenían la consigna de «capturar a los tres hermanos», se llevaron a estos dejando a un tercer lasaliano dentro.
Los hicieron subir al coche por la carretera de Sant Boi de Lluçanès y allí, en una curva pasado Quintanes, donde está una cruz en su memoria, fueron inmolados, en el término de Les Masies de Voltregà. Un alumno, Lluís Molas, de la misma masía donde después asesinarían también su padre, fue testigo del fusilamiento de sus maestros: les vendaron los ojos y los mataron a sangre fría.
Pagó mil pesetas, le dieron un salvoconducto, y lo mataron en la siguiente estación
Fermín Géllida Cornelles (hermano Alejandro Juan), de 46 años y natural de Benicarló (Castellón), tomó el hábito de La Salle en 1905. Desde 1920 dirigió el aspirantado turolense de Monreal del Campo, y desde 1928 fue director en Teruel. La Ley de Congregaciones de 1933 le obligó a dejar esa escuela, marchando a la de Nuestra Señora del Carmen de Barcelona, de donde tuvo que salir el 19 de julio de 1936 al ser asaltada por milicianos. El 2 de agosto llegó a su Benicarló natal y se alojó en casa de su hermano Manuel, pero sospecharon que era fraile y lo detuvieron. El 17 de agosto, en un simulacro de juicio popular, le dieron a elegir entre la cárcel o pagar mil pesetas, por lo que la familia pagó la cantidad exigida. Las garantías apenas duraron un día, ya que el 18 lo reclamaron de nuevo y él optó por pedir un salvoconducto para salir de la población. Se lo dieron, y al llevarle su hermano a la estación, encontraron a un franciscano —fray Estanislao Domínguez— que estaba en la misma situación, por lo que Manuel Géllida sospechó que era una trampa y quiso bajar del tren aprovechando que iba lento. Al llegar a la primera estación, esperaba a los religiosos un grupo de milicianos que les obligó a bajar. El hermano Alejandro, sabiendo que lo matarían, pidió unos momentos para prepararse, se arrodilló junto a la vía, se encomendó a Dios y dijo: «Ya estoy dispuesto». Tras ser fusilados, los enterraron en Vinaroz.
A los que le iban a matar: «Dios os perdonará»
Liberio González Nombela, de 40 años y natural de Santa Ana de Pusa (Toledo), se ordenó sacerdote en 1918. Llegó en 1925 a Torrijos, de donde fue párroco desde el año siguiente. Según la biografía publicada por el jesuita Teodoro Toni y resumida por Jorge López Teulón, «fundó mil obras de piedad, de celo y de caridad. Todas las empresas apostólicas hallaban cabida en él, y todas recibían su empuje directo: Adoración Nocturna, Acción Católica, en sus diversas ramas; Hijas de María, Padres de Familia, catequesis, escuelas dominicales, conferencias de San Vicente, socorro de los pobres, Apostolado de la Oración, escuelas nocturnas de obreros y, sobre todo, las escuelas católicas». El día 5 de marzo de 1936, una manifestación pedía en Torrijos la expulsión del cura, que «se ocultó, prudentemente aconsejado, en el Hospital del Santísimo Cristo. Allí pasó la última noche de su vida en su parroquia, al cabo de once años de trabajo heroico con todas sus ovejas. Al día siguiente, 6 de marzo, junto con su hermano Juan, abandonó la parroquia y se refugió en Santa Ana de Pusa, en casa de sus padres. Ante la imposibilidad de volver a Torrijos, el 5 de mayo del mismo año 1936, el cardenal de Toledo lo nombró párroco de Los Navalmorales», donde, dos meses más tarde, el 23 de julio del mismo año, las autoridades locales cerraron la iglesia y prohibieron toda clase de culto. González «no tuvo otro remedio que refugiarse de nuevo en casa de sus padres, que vivían en Santa Ana de Pusa, a 8 kilómetros de distancia. Hizo el camino vestido de sotana y a pie, pero cuando llegó, las turbas lo estaban esperando para apresarlo. Eran las tres de la tarde del 18 de agosto de 1936. Fue detenido y conducido al ayuntamiento. De camino mandaron parar el camión y le hicieron bajar poniéndole junto a un poste de teléfono, haciéndole varios disparos a los lados, como simulando un fusilamiento».
El conductor del camión declaró que, mientras interrogaron en el ayuntamiento de Torrijos a Liberio González, lo mandaron a él y a su cuñado con diez milicianos a fusilar al párroco de Santa Ana de Pusa, Juan Francisco Fernández, al que también habían detenido. Mientras, una tumultuosa manifestación, como si fuera a una romería, llevaba a González Nombela a la muerte. Le subieron de nuevo al camión. Llegados al cruce de Barcience, le mandaron bajar y le obligaron a caminar; él, dando siempre la cara a sus verdugos, retrocedió cuanto le dijeron, siempre con los brazos cruzados. Cuando ya le estaban apuntando con los fusiles, dijo en voz alta: «Dios os perdonará». Sonó una descarga cerrada de muchos, más de cien tiros, y quedó muerto en el acto. A continuación, quienes le mataron festejaron el hecho con una comida, y se hicieron fotografías, en las que unos y otros se ponían, a modo de trofeo, las gafas del difunto. Fue beatificado en 2007.
El lugar del martirio se puede determinar gracias a la información publicada por D. Jorge López Teulón y la de la Causa general (legajo 1045, expediente 49, folio 5, sobre Barcience, ya que en el de Torrijos solo se dice que las personas asesinadas lo eran fuera del término municipal). En la fotografía publicada por López Teulón, se ve que junto al monumento hay una torre de alta tensión, y la línea de 220 termina en la subestación de Torrijos, que dista más de un kilómetro de la A-40 por cuyas obras dice este autor que se modificó el monumento.
Si el monumento estaba cerca de la subestación, no estaba en el camino de Torrijos a Barcience (que sí se cruza con la A-40 entre el camino a Huecas y el Camino de Enmedio). El citado folio de la Causa general confirma que el camino de Barcience de que se habla es el que va de Barcience a Caudilla, y ese es el que en su margen izquierdo lleva a la subestación (que queda en el lado derecho si se viene de Torrijos por la TO-3927. Sería por tanto la reforma de esa subestación a partir de 2008 la que obligó a cambiar de sitio el monumento.
A punto de morir en el incendio de la iglesia que regía en 1932
Francisco Arias Martín, granadino de 52 años, se ordenó sacerdote en 1909. Ejerció varias capellanías de religiosas en Granada y fue luego coadjutor de Algarinejo y de una parroquia en Loja. Siendo coadjutor en la parroquia de San José de Granada, quemaron en 1932 la filial de San Nicolás, de la que él era rector, y el fuego se extendió a su casa, estando en grave peligro de morir quemado. Entonces se refugió con los hermanos de San Juan de Dios, y allí sintió la vocación por esa congregación. Al morir su anciana madre, pidió el ingreso en la Orden Hospitalaria, entrando como postulante y luego novicio en Ciempozuelos en 1935. La comunidad del Sanatorio Psiquiátrico San José de Ciempozuelos fue apresada el 7 de agosto, y él se quedó escondido en la alcantarilla de la huerta, donde fue encontrado el día 9 en muy mal estado. Días después fue llevado a la cárcel del pueblo, de donde fue sacado la noche del 18 de agosto. Su cadáver apareció al día siguiente en la carretera de Torrejón de Velasco, en el término de Valdemoro.
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