En un tiempo no muy lejano un hombre cortejaba a una mujer. Se trataba de un acto serio, hermoso, cargado de vocación: conocerse, verdaderamente conocerse, para discernir si Dios los llamaba a compartir juntos toda una vida.
El cortejo era la posibilidad de un camino hacia el matrimonio, no una app con geolocalización, escaparate y scroll .
Hoy, ese arte bello y profundamente humano, ha sido arrancado de nuestras horas y reemplazado por la fealdad y sin razón de la cultura del hookup o dicho sin anglicismos, el sexo por el sexo.
¿Y qué es eso del “hookup”?
Pues ni más ni menos que un escaparate de cuerpos, un atracón de placer, una transacción de fluidos.
Es decir, el sexo como entretenimiento. Amor no hay y compromiso, menos.
Se trata de un autoservicio emocional y físico, un vil juego de usar y tirar, de quemar y rápido olvidar.
Del don al desecho
Tal y como la teología del cuerpo de san Juan Pablo II, no se cansó de proclamar: el cuerpo no es un objeto. Y menos un servil instrumento para el goce sexual momentáneo o un juguete al servicio del mero individualismo.
El cuerpo es el medio de manifestar lo que somos, es misterio, lenguaje y templo.
El cuerpo, en lo concreto, responde a la misión de lo que somos. Y el sexo, en ese marco, no puede ser una descarga autosatisfactoria sino una expresión insuperable del don total de uno mismo al otro: alma, cuerpo, historia y futuro. Todo lo que soy te lo entrego a ti, me dono, lo pongo a tu servicio.
¿Y qué hace el hookup? Justo lo contrario. Reduce de forma codiciosa ese don bestial y sublime a un rato, a un “nos vemos y luego no me acuerdo”. La entrega total se reduce a un uso roñoso, sesgado y miserablemente parcial.
El otro ya no es un tú, ni un nosotros, sino un qué.
Se transforma en “algo” de lo que extraer placer. Has refutado su alma. El otro, es un objeto más que consumir, como el kebab con papas a las seis de la mañana, al final de la fiesta
Y aquí reside la tragedia: el sexo lejos de unir y crear vida, se convierte en el punto de evasión de la unión y en la negación total de la fecundidad.
Placer, sí, por supuesto. Amor, no. Ah! y sin consecuencias que estorben, es decir, sin hijos.
La gran trampa
Ahora bien, por mucho que queramos auto-mentirnos con discursos troleros de falsa libertad y empoderamiento, el cuerpo no se deja engañar.
La neurociencia responde a la verdad y distingue que durante el acto sexual se liberan sustancias como la oxitocina (especialmente en mujeres) y la vasopresina (en hombres). Ambas son hormonas que refuerzan los vínculos emocionales. No son sustancias católicas, son bioquímicas.
La fatalidad es que esos vínculos, diseñados para fortalecer e impulsar un amor eterno, se rompen deliberadamente con la misma velocidad con la que se encienden.
El resultado no puede ser más trágico: un cóctel de dolor emocional, confusión afectiva y una sensación de vacío que trata de presumir de independencia, pero apesta a soledad.
El famoso “yo controlo” dura lo que dura la euforia, el rato de “polvo”. Luego, inevitablemente, vienen los silencios, los fantasmas, la angustia, la ansiedad. Y la pregunta que nadie quiere hacerse: ¿de verdad esto era libertad?
El sexo es sagrado
Sí, has leído bien. El sexo es un acto sagrado. Es un lenguaje tan bien pensado y profundo que sólo dice la verdad cuando hay amor comprometido, abierto a la vida.
Por eso el cristianismo no desprecia el sexo ¡todo lo contrario!, le da su lugar, lo eleva.
El sexo se encuadra en el matrimonio por pura reverencia.
La castidad, entonces, no es represión mojigata, es el mejor entrenamiento del corazón para amar de verdad. Es la virtud del saber esperar, y en su momento, entregarse del todo.
Pero claro, esto no vende. Porque nos están atrofiando el alma para que pongamos nuestra persona en venta.
Lo que vende es Tinder, las series “hipersexuadas” de Netflix, los influencers con poca ropa y el sin sentido.
La cultura del hookup se perpetúa a pasos agigantados porque el mundo ha hecho del placer un dios.
Todo lo que no sea gratificación inmediata, no renta (como dicen los jóvenes). Es más, es casi delito, digno de sospechosa. Por ello ¿Amor eterno? ¿Matrimonio?¿Familia? ¡Qué antiguo! ¡Qué opresivo! ¡Qué dominante! ¡Qué intolerante! ¡Qué tiránico!
Memoria y esperanza
El mundo de tanto placer se ha indigestado y vomita ansiedad y angustia a partes iguales.
Si permitimos olvidar lo que somos, cualquiera nos puede definir. Si negamos que nuestros cuerpos están hechos para el amor verdadero, acabaremos creyendo, con todas sus nefastas consecuencias, que sirven para el deseo pasajero.
Por eso hace falta recuperar nuestro destino. Recordar que fuimos creados para amar, no para usarnos. Para el cielo, no para el hartazgo.
Y no ignorar que amor verdadero no solo es posible. ¡Es lo único que merece la pena!
¿Y qué es eso del “hookup”? Pues ni más ni menos que un escaparate de cuerpos, un atracón de placer, una transacción de fluidos. Compartir en X