–La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad asà como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. ¿Entiendes y estás de acuerdo con lo que te digo?
-Desde luego Señor, yo asà lo entiendo también y no es porque lo diga su señorÃa, sino porque lo he sufrido en mis andanzas y apreciado en lo que vale anhelando verme libre de cadenas y ataduras cuando he estado sujeto a ellas, para poder dirigir mis pasos con completa libertad cómo y hacia donde cada hombre decide y cree conveniente.
-Muy bien dices, amigo Sancho, solo que hay que tener en cuenta que también existe la maldad y que hay hombres que se dedican a odiar a mentir y a sojuzgar a otros, para obtener suculentos beneficios en forma de dinero, bienes, tierras o poder para asà vivir ellos mejor, sin importarles las consecuencias que acarrean a quienes sufren sus desmanes.
-Lo sé señor, porque tuve un primo hermano cautivo en Argel durante muchos años, hecho prisionero por los piratas berberiscos y musulmanes, que exigÃan cuantiosa suma de dinero para lograr su rescate, que no pudimos pagar su familia hasta que nos ayudaron los monjes Mercedarios que Dios tenga en su gloria.
-Me alegro mucho de lo que me dices, Sancho amigo, y celebro que tu primo se encuentre libre de las manos de sus secuestradores, que supongo que no le harÃan nada bueno en los años que pasó de cautiverio y también pienso que eso le habrá hecho apreciar en gran medida lo que vale la libertad, no sólo de vivir en paz y sin ataduras, sino la de pensar, hablar y comunicar a otros nuestros pensamientos y sentimientos.
-En efecto, he decir a Vuecencia que este primo hermano, no sólo él aprendió, sino que nos enseñó a los de su familia a valorar, amar, y defender la libertad que gozamos todos cuando nos encontramos libres de personas malvadas que tratan de coartar nuestro modo de ser, de pensar y de vivir, a la buena de Dios.
-Me parece magnÃfico querido amigo Sancho, que hayas aprendido la lección en cabeza ajena más que en la propia, con lo que se demuestra que también hay hombres buenos que son capaces de ayudar a otros desinteresadamente, sin obtener beneficio alguno, por el puro placer que da hacer el bien.
-Asà es Señor, y ojalá quiera el Cielo que siempre los malos sean muy pocos y que tengan muy poco poder para hacer el mal, para que el bien se difunda indefinidamente.
-Muy bien dicho, querido Sancho, vamos tú y yo a procurar en el futuro que haya dos hombres más que defiendan el bien y la libertad de todos con denuedo, con su honra y con su vida si es necesario.
-Estoy plenamente de acuerdo y para eso me levanto todos los dÃas, para seguir con gusto las enseñanzas y avatares que su SeñorÃa emprende continuamente en favor de los demás, de nuestros prójimos, para hacerles más llevadera la vida.
Roberto Grao