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Dos maneras de leer la revuelta populista

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Vivimos una oleada de opiniones publicadas que tachan de todo lo imaginable a los votantes de Trump, La Liga, y Cinque Stelle en Italia, Orbán en Hungría, al partido Ley y Justicia de Polonia, entre otros muchos, y los remiten a ese cajón de sastre del populismo. José María Lasalle, destacado miembro del gobierno del PP, los desacredita sin excepción alguna en  un reciente artículo (Trump o la supremacía de los Santos), si bien entre sus descalificativos surgen dos conceptos que juzgo útiles para identificarlos; el de “revolución”, adjetivada de posmoderna, y el de “corriente trasversal de descontentos que han ido radicalizándose hasta convertirse en una mayoría antisistema”.

Pero más que la taxonomía y calificación de los partidos que así son etiquetados me interesa leer las causas de una insurrección tan extensa y profunda. Para ello nada mejor que partir de la definición de sus detractores.

Así, se afirma que quienes forman parte del movimiento tienen miedo al futuro, pero también se puede relatar de otra manera: sienten temor, incertidumbre y preocupación hacia lo que les deparara el devenir, por cómo les ha ido hasta ahora, y quieren evitar la continuidad de su malestar. En negativo se les puede calificar de vengativos, pero bien puede decirse que están hartos, indignados -le suena-, frustrados, ninguneados, y al final se han rebelado, ¿o acaso si votan izquierda están indignados y si lo hacen en otro sentido son vengativos?

También -afirma la descripción condenatoria- focalizan sus males en chivos expiatorios fáciles de manipular. Pero se puede explicar que su temor a la inmigración, especialmente islámica, es avivada con facilidad porque hay hechos que contribuyen a ello y que los gobiernos y las elites dominantes menosprecian, incluidos los medios de comunicación. Es la negación de la evidencia en la vida cotidiana lo que hace daño y acumula tensión. Y de aquella visión descalificadora surge la acusación de temor irracional a una invasión islámica y africana, que en todo caso, y si no se hacen las cosas de otra manera, no será una sospecha, sino el anuncio del futuro a unas décadas vista: a un lado del mar unos centenares de millones de viejos, al otro diez veces más de jóvenes sumergidos en el pozo de la falta de oportunidades, y en medio un atractivo magnífico: una diferencia de renda por persona de 10 a 1. Claro que vendrán. Nosotros haríamos lo mismo y como fuese. Y eso es lo que hay que encarar y resolver, en lugar de demonizar a quienes lo temen y anuncian.

Son fundamentalistas cristianos enfrentados con el Papa, dicen sus detractores, en lugar de ver reacción a la descristianización y una crisis de la identidad cristiana que la propia sociedad desvinculada y sus elites fomentan.

¿Menosprecio hacia la democracia liberal? Claro, ¿pero en qué se ha convertido hoy ese liberalismo? Promesas sistemáticamente incumplidas, privilegios para los grupos que encarnan la hegemonía cultural, gender LGBTI+, e ignorancia de las necesidades de los otros: madres y viudas, jóvenes que ni estudian ni trabajan, creyentes religiosos. Para ese liberalismo, libertad de expresión es que unas femen se despeloten y encadenen dentro de una catedral defendiendo el aborto, pero debe censurase y perseguirse mostrar en público la frase “los niños tienen pene y las niñas vagina”. Llaman justicia a manifestarse contra toda sentencia judicial que no lleve a unos hombres al cadalso, y los condene “solo” a unos años de cárcel, mientras se celebra el secuestro de sus hijos por parte de una madre. La democracia liberal actual es la esterilidad del parlamento donde el acto de parlamentar ha desaparecido en manos del spot publicitario, y unos medios de comunicación que, en gran medida, ya no sirven hechos sino su versión sobre ellos, presentándolos como “La Verdad”. Claro que está desprestigiada la democracia liberal, pero no lo han conseguido los recién llegados populistas, sino que ha sido el resultado ganado a pulso de quienes se califican como liberales.

Se acusa esta revuelta de pretender vivir en una fortaleza mientras el mundo cambia de sentido, pero también se puede narrar como la necesidad de sentirse protegido, de estar con los tuyos, en un mundo que escapa absolutamente a tu control, y al control de quienes nos gobiernan. No es tan extraño. Tres economistas de prestigio, tres, Larry SummersOren Cass, y Racharan Rajan, postulan desde textos y perspectivas distintas, la necesidad de reforzar y dotar de prosperidad a las comunidades y poblaciones maltratadas por la globalización. No descalifican,aportan respuestas.

Incluso se intenta presentar, en una clara deformación de la realidad, a estos populismos como fuerza de choque del capitalismo de la globalización, el de Soros y compañía, cuando si algo no son, es precisamente esto, y si algo cuestionan, mejor o peor, es precisamente la lógica liberal que ha construido el capitalismo financiero globalizado, y al oligopolio del capitalismo de las tecnologías de la comunicación.

Se les descalifica porque significan el retorno del masculino, en términos despectivos, machismo. Pero también puede ser interpretado como afirmación de una identidad sistemáticamente maltratada, criminalizada, por la perspectiva de género y sus leyes que presenta una y otra vez la condición de hombre como un bárbaro violento, responsable de todos los males de las mujeres y de la humanidad, postulando como solución las coaliciones arco iris y la superioridad moral y política del feminismo del woman power.

Si en lugar de demonizar la revuelta se interesaran por sus causas y les pusieran remedio, todo sería mejor para todos. Pero claro, eso sería negarse  ellos mismos.

De Josep Miró i Ardèvol, publicado en La Vanguardia Digital, el 4 de diciembre de 2018

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