Cuanto bien hace la amistad. Pues para que se produzca hace falta generosidad mutua. Normalmente hacen falta ilusiones comunes, pero, de no existir, se pueden inventar. Mejor si ya están ahí patentes.
Entonces es muy fácil. Entre dos personas que leen mucho, por ejemplo, la amistad es facilísima, porque no hay cosa más atrayente que poner en común las lecturas. ¡Cuánto se aprende confrontando percepciones lectoras! A veces la única amistad del solitario son los libros. Algo es algo, pero si puede contárselo a alguien…
La amistad, como todo lo que tiene que ver con la caridad, con el amor, precisa de una buena dosis de generosidad. En cambio, no necesita para nada de ningún sentimentalismo. Generosidad para escuchar, para dedicar un poco de ese tiempo que todos sentimos escaso en nuestra sociedad acelerada. A veces el tiempo sobra, sobre todo entre jubilados, pero aun así es necesaria una actitud de pensar en el que está al lado -los amantes están uno frente al otro, los amigos uno al lado del otro- para ocuparnos de él, de sus problemas, de sus gustos.
La amistad nos lleva a no quedarnos al margen de la soledad. Y no olvidarnos de ese tesoro de la amistad, que quizá esté un tanto escondido por nuestra desidia.