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El camino

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¿Por qué temes que al final no obtengas como beneficio esa a menudo sucia moneda mundana del reconocimiento? ¿No te das cuenta de que por esa senda te hundirías, y tu sueño naufragaría? Lucha, sí, sin denuedo por tu ideal, ese que llevas airoso en tu corazón y que recreas en positivo dentro de tu mente para conseguir un éxito clamoroso, ese que ves clarear en el horizonte. Ese sueño que llevas en tu zurrón, junto con tu actitud sin tacha, te lleva por buen camino. ¡Dios quiere que sueñes! Nadie lo duda, excepto los de siempre, que se mantienen en vela día y noche para procurar hacerte tropezar con sus consabidos bastones, esos que ya han cumplido años a su servicio… y a tus espaldas. “Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar”, anunció Antonio Machado.

Eres soldado del Eterno, y Él no busca el reconocimiento, tu reconocimiento, sino tu bien, que es el Bien. ¿Qué más quieres? Él sabe que en el Cielo no entran el oro y la plata, sino las manos llenas de buenas obras y un corazón limpio. Esas obras buenas con que te ejercitas en la limpieza inmaculada que procuras en tu alma. No te preocupes por eso: no se perderán nunca. Más aún, pesarán más que el oro. Y ese será tu éxito, con el cual tú rubricarás, con tu muerte primorosa, el pergamino que leerá san Pedro cuando entres en tu añorado Cielo.

“Pero ¿para qué el éxito ‘después’, si yo lo quiero aquí y ahora?”, me preguntas. Y yo te contesto. Tu éxito, aquí y ahora, es cumplir tu obligación, que te viene determinada por la Providencia, esa que te señala el camino con su insigne voluntad. “¿No es eso el beneficio?”, me preguntas. No. Tú no vas a sacar nada fuera de esa Providencia. No tienes por qué esperar más. Solo va a ser lo suficiente para que llegues enjundioso a tu meta. Y ya será mucho, porque lo será todo, tu milicia, pues en realidad, será lo que necesitas. Tú haz lo que tengas que tengas que hacer, y Él hará el resto. ¿Acaso tú eres Dios?

Una advertencia. Esos bastones que te hacen tropezar procura que no te hagan sufrir por el mal ocasionado. No olvides que una cosa es el sufrimiento y otra el dolor. Si llevas con entereza el dolor, no sufrirás nada de nada, porque advertirás que lo compartes con Él y que todo te lleva a Él, y con eso te bastará. “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9), le aseveró el Creador a san Pablo cuando éste le protestaba por sentirse impotente ante lo que Él le pedía.

Con esa gracia, si continúas pulcro el camino, lo podrás todo. Hasta el cansancio te hará respirar profundo y limpio. Es el aire que ahí se respira, que te impele a dar la mano y sabiduría. Es la cuestión clave en la vida de todo soldado del Reino. Es el éxito, tu éxito, que quiere el Rey. Ten en cuenta que a veces el éxito consiste en fracasar. Para aprender y enseñar. Ser soldado es ser siervo, no lo olvides.

Una vez hayas firmado el pergamino, verás saltar el torrente de donde brotará tu delicia. Ahí sí que el Omnipotente, el Alfa y la Omega, te dará tu reconocimiento, público, ante hombres, mujeres, ángeles y demonios. Y serás, con el Esperado, todo tú, con todo Él. Y te encontrarás todo lo que aquí te hayas dejado y lo que más quieras, para vivirlo sin fin. Será el tesoro del Magnífico. Imagínate. ¡Él y tú, mirándoos cara a cara! Eternamente. “¡Eso sí que me basta y me es suficiente: mirar a la cara al Dios Todopoderoso!”, exclamarás pletórico. Y la paz llenará tu espíritu. Ese sí será tu beneficio. Más aún: será tu premio.

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