Reproducimos el artículo publicado por la periodista canadiense Barbara Kay acerca del controvertido caso de Jessica (Jonathan) Yaniv en The Post Millenial:
«Por sus amplias implicaciones, pero también por lo disparatado del caso, es probable que, si recuperamos una cierta cordura, en el futuro la gente se maravillará ante el singular caso de los «derechos humanos» de la supuesta transexual Jessica Yaniv, que a veces se presenta como Jonathan Yaniv, contra las depiladoras.
Yaniv conserva sus genitales masculinos. Pero, gracias a que el derecho de «expresión de género» recientemente inventado, recogido en la legislación aunque definido de manera imprecisa, Yaniv ha podido destrozar las vidas de 16 depiladoras. Estas mujeres, muchas de ellas inmigrantes, se ganan modestamente la vida realizando servicios de depilación íntima para otras mujeres. El detonante fue que se negaron a depilar los testículos de Yaniv, y aquí comenzaron sus problemas. Algunas, bajo la presión provocada por Yaniv, han abandonado su medio de vida.
La historia ha sido ampliamente difundida. El quid de la cuestión es que mujeres inocentes han sido atacadas para que un hombre biológico, con la bendición y colusión del Estado, abuse de mujeres vulnerables para satisfacer «sus» pervertidos impulsos.
Esta historia es importante porque si los tribunales de derechos humanos se guiaran por la razón y la objetividad, ninguna de las quejas de Yaniv habría pasado el más mínimo filtro. El documento de identidad concedido a Yaniv consolida la noción ficticia de que, en lo que respecta a los derechos, los ideólogos y sus cooperadores legislativos pueden hacer que la identidad de género triunfe sobre la biología, incluso en un área que tiene una base tan simple y fundamentalmente anatómica que no deja margen de maniobra para otras interpretaciones.
Como explicaron las depiladoras, los genitales de una mujer requieren un tipo de tratamiento, con un tipo de cera, los genitales de un hombre otro. Las mujeres fueron entrenadas para depilar solamente genitales femeninos y no eran competentes para depilar genitales masculinos sin riesgo de dañar el escroto.
Algunas de las mujeres trabajaban solas en casa, con niños presentes, y algunas tenían escrúpulos religiosos contra tocar cuerpos masculinos, pero dejemos de lado estas consideraciones por el momento, porque incluso si una mujer no tiene escrúpulos religiosos sobre tocar cuerpos masculinos e incluso si trabaja en un salón o usara depiladoras láser para hacer más fácil el trabajo, todavía tendría las mismas razones básicas para rechazarlo.
La conclusión es que, cuando un individuo se depila los genitales, no hay ningún «género» involucrado. Y eso es fácil de probar. Imagine que Jessica Yaniv ahora es un cadáver y ha dejado instrucciones para enterrarla con los genitales depilados. ¿Quién haría el trabajo? ¿Alguien que practica la depilación de genitales femeninos o alguien que practica la depilación de genitales masculinos? En este punto, el «género» de Yaniv ni siquiera sería discutible; habría desaparecido por completo, por lo que sería absurdo llamar a una depiladora especializada en mujeres. El hecho de que Yaniv esté vivo no hace ninguna diferencia material en el ámbito de la depilación. Si Yaniv cree que es una mujer, eso es tan irrelevante para la depilación genital como si estuviera muerto, ya que la anatomía de Yaniv sigue siendo implacablemente masculina.
Yaniv sostiene que si pierde este caso se sentará un peligroso precedente para las personas trans, al afirmar que éste gira en torno a la cuestión de si se debe permitir a una empresa negar el servicio sobre la base de la identidad de género. Pero como Brendan O’Neil señaló en Spiked!, la cuestión real que se juzga es:»¿Debería una mujer ser obligada por ley a tocar un pene y unos testículos que no quiere tocar?«; ésta es una forma más franca y honesta de decirlo, aunque es obvio por qué la gente no lo expresa así”. Si Yaniv gana el caso, se abrirá la puerta a situaciones similares en otras profesiones 100% basadas en la anatomía que atienden exclusivamente a mujeres.
¿Qué otros campos están en peligro?
Hace diez años me hubiera parecido inconcebible, pero ahora imagino fácilmente que un buen día una ginecóloga será considerada transfóbica si se niega a aceptar a una mujer trans como paciente. Ante sus argumentos de que no es competente para tratar con cuerpos masculinos encontrará la siguiente respuesta: “Soy una mujer. Tratas a las mujeres. La ley acepta que soy mujer si digo que soy mujer. La ley dice que debes tratarme”.