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La esencia de la actual cultura hegemónica Occidental

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A lo largo de estos días, al desgranar la lista de posibles candidatos demócratas a la presidencia, alternativos a Kamala Harris, casi todos ellos gobernadores, además de un Secretario de Transporte, Pete Buttigieg, aparecen siempre notas consideradas como lo que constituye su principal bagaje positivo: aborto, feminismo, LGBTIQ+ y Trans. Una sola, o acompañada de otras, siempre aparecen estas condiciones que definen la «calidad» y las razones para que sea un buen candidato demócrata. En el caso de Harris, se destaca su feminismo (y también se refiere su condición racial), y en Buttigieg su condición de homosexual confeso en un alto cargo de la administración. Estas características forman la base de la cultura hegemónica occidental.

Identidad del poder establecido en la cultura hegemónica occidental

Aborto, feminismo, LGBTIQ+ y Trans constituyen la identidad del poder establecido occidental, económico, político y cultural. Esto es tan intenso que guía en gran medida la animosidad bélica contra Rusia, porque obviamente el establishment sabe perfectamente que el poder militar ruso ni de lejos constituye, por su debilidad económica, técnica y estratégica, una amenaza de agresión a la Unión Europea. Es, eso sí, una fuerte nota discordante en su hegemonía cultural y moral, un elemento disidente en la cultura hegemónica occidental.

El aborto y el feminismo en la cultura hegemónica occidental

Merece la pena estudiar a fondo de dónde surgen aquellos cuatro vértices del rombo, porque están estrechamente articulados entre sí y cuáles son sus consecuencias. Lo que viene ahora es solo un primer esbozo como respuesta a tal necesidad.

El aborto, en su característica actual de masivo, hasta representar entre una cuarta y una tercera parte de los nacimientos; declarado derecho a cargo del Estado, con su estadio superlativo en la Francia laica y republicana, al consagrar su condición de derecho constitucional, eugenésico, que ya ha conseguido la casi total desaparición de las personas Down. Esto significa, en algunos países como España, un desequilibrio radical de la patria potestad; esto es, el conjunto de derechos, atribuciones y deberes que tienen los padres sobre los hijos no emancipados, fundamentado en las relaciones paternofiliales, porque, como en los casos de la transexualidad, no pueden decidir por encima del consentimiento de su hija menor.

El aborto en Occidente está estrechamente conectado al feminismo de segunda generación, que se inicia en Estados Unidos en la década de 1960, centrado en la igualdad sexual, el rol familiar y el derecho al aborto. La emancipación femenina pasa por alzar la misma sexualidad y práctica que tienen los hombres, y esto significa superar la principal barrera: las consecuencias; esto es, el embarazo. De ahí que el aborto sea la pieza angular de este programa y un pilar de la cultura hegemónica occidental.

Lo más llamativo del caso es que su desarrollo masivo va a la par que el auge y diversidad de medios anticonceptivos; a pesar, por tanto, de la revolución sexual de la píldora anticonceptiva y del auge del estado del bienestar. Un hijo ya no representa caer en la miseria en la inmensa mayoría de los casos. Feminismo y aborto forman una misma unidad. Lo más interesante de este proyecto político es que el aborto es la parte más destacada de la reivindicación, pero no la píldora anticonceptiva, que como reivindicación política no ocupa ningún lugar. Esto es así porque el vínculo y raíz común entre ambas cuestiones se encuentra en la pasión sexual sin limitaciones y la promiscuidad como hecho cuya palabra está vetada por la dictadura de lo políticamente correcto.

Naturalmente, todo esto tiene numerosas derivadas por explorar. Una de ellas es el auge de la violencia y los abusos sexuales que tienen como principal víctima a la mujer en casi todas sus edades: 11.692 delitos de este tipo en 2017 y 21.825 en 2023, en una progresión continua. Otra derivada es la destrucción del compromiso matrimonial como vínculo fuerte y estable, basado, entre otras condiciones, en la fidelidad. Y aún otro más, impulsado por las políticas públicas: el hombre como enemigo y sospechoso permanente por su condición varonil. Se podría continuar con una extensa serie de relaciones causa-efecto que ayudan a entender las crisis, la policrisis de nuestro tiempo.

El feminismo, la ideología de género y la cultura hegemónica occidental

El feminismo es abortista o no es, y con la ideología de género recoge otra característica que no existía en el feminismo de segunda generación del movimiento de liberación de la mujer, el de Betty Friedan y La mística de la feminidad de 1963: la lucha de sexos en un enfrentamiento total con la condición masculina. Christopher Lasch en La cultura del narcisismo (1979) ya apunta rasgos de la animadversión de aquel feminismo contra los hombres, pero responden, o así lo interpreta el autor, a rasgos psicológicos; en ningún caso representan, como hoy, una torpe reconversión política de la lucha de clases marxista, con la mujer en el papel de proletariado oprimido y el feminismo como vanguardia liberadora de clase, aspectos fundamentales de la cultura hegemónica occidental.

Parecida evolución ha registrado la homosexualidad, los añadidos, B, I, etc. son puro relleno estratégico. La homosexualidad comenzó como un poner fin a lo que era discriminación patente, y ha terminado como expresión de poder político de las élites dominantes -los únicos, junto con los trans- que tienen derecho a que la presunción de inocencia no se aplique a quienes ellos acusan. La homosexualidad, cuya punta de lanza son los hombres, se ha transformado en homosexualismo político, que persigue como fines políticos que las instituciones civiles estén adaptadas a ellos, y su peculiar forma de entender la relación sexual sea transmitida por la escuela y, lógicamente, la represión policial y judicial para hacer cumplir tamaña transformación.

El homosexualismo es mucho más que una forma singular de una frecuencia estadística muy atípica, de entender la relación y consumación sexual, sino que es toda una cultura que gira en torno al sexo, el narcisismo y el hedonismo, y tiene el común denominador de su satisfacción sin limitaciones. Junto con, también, sobre todo en los hombres, la promiscuidad de las relaciones. Vemos así cómo todo se articula en torno a un mismo núcleo ideológico pasional, sexual, narciso y hedonista; concupiscente, por tanto, y promiscuo, que se disfraza de teoría y palabra grandilocuente, y que define la moral y la cultura hegemónica occidental de nuestro tiempo de una forma hoy escandalosamente evidente. Hasta el extremo, por ejemplo, que la música de los macrofestivales no se entiende sin una apoteosis sexual y un consumo generalizado de drogas y alcohol. Y este es otro poderoso y peligroso efecto colateral de la concupiscencia sin límites: la droga.

Una sociedad enferma

Occidente es hoy una sociedad muy enferma, hasta el extremo de destruir estados que parecían tan solventes como los Países Bajos y, por contaminación, Bélgica y Suecia. Hay que estudiar a fondo lo que ha sucedido ahí para evitar daños mayores (como hay que conocer mejor la penetración de la Mocro Mafia en España, y la de otras mafias en territorios como Andalucía, Cataluña y Galicia).

El transexualismo

Finalmente, la importancia política de un fenómeno todavía más minoritario, que se va hinchando desde el poder: el transexualismo. Es un vástago de la ideología de género, pero dotado de vida propia, como lo fue el trotskismo con relación al mayoritario marxismo-leninismo, y tiene en Judith Butler su profeta. Acogido inicialmente como concomitante a la visión del género -una construcción cultural- su exceso biológico, la modificación de las características sexuales secundarias, le ha llevado a un conflicto objetivo con el feminismo, porque resulta evidente que una mujer trans, es decir, un hombre biológico modificado, presenta numerosos factores de choque, y no solo en materia deportiva, con las mujeres biológicas. Tiene la virtud, para la cultura hegemónica occidental, de llevar hasta las últimas consecuencias la ley de la primacía del deseo sobre cualquier otra razón. Basta con desear ser hombre o ser mujer, sobre todo en menores en proceso de construcción humana, para que esto deba ser ley sin limitaciones legales, morales o científicas.

Todo esto constituye el núcleo de los que mandan hoy en Occidente. Como en la cebolla, hay más capas, pero al final todas son accesorias excepto las del núcleo, porque es lo que caracteriza el fin y la misión.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • María del Pilar
    25 julio, 2024 17:17

    El corazón no es de quien lo rompe, sino de quien lo repara. Pos eso nuestro corazón es de Jesucristo.
    ¡Los cristianos vamos de derrota en derrota hasta la victoria final!

    Responder
  • Pero estos cuatro bloques no constituyen una alianza unitaria.

    El aborto es machista. No solo destruye vidas humanas sino también a las mujeres que abortan.
    La galaxia feminista le ha declarado la guerra a la galaxia Trans.
    El homosexualismo político ha ridiculizado la homosexualidad por medio de figuras tan grotescas como el matrimonio homosexual y las familias bipaternales o bimaternales.

    Esta cultura hegemónica Occidental acabará descomponiéndose por sí misma, porque es el fruto podrido de una sociedad ansisosa que busca llenar con todo tipo de mentiras el vacío que ha dejado la expulsión de la verdad.

    Responder

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