«En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. La Iglesia Católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión».
Estas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica (punto 1378) deberían bastar y no haría falta añadir nada más. En cualquier caso, trataré de explicar a mi manera por qué el uso de la palabra hostia, fuera de su contexto, es ofensivo para los católicos.
Como vemos en la explicación del Catecismo, la Hostia consagrada es (no representa, es) el Cuerpo de Cristo. Cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, ese trozo de pan ácimo, que a la vista sigue pareciendo pan ácimo, ya no es tal, sino que es (insisto: «es», que se diferencia claramente de «representa») el Cuerpo de Cristo. Así lo creemos firmemente los católicos, por la fe, y por las palabras de Jesucristo el día de la Última Cena. Él dijo «esto es mi Cuerpo», y no dijo «esto representa mi cuerpo». Cualquiera que haya leído detenidamente el Evangelio se habrá dado cuenta de que Jesús no daba puntada sin hilo. Por tanto, queda claro: la Hostia no representa a Cristo, sino que es Cristo mismo, de la misma forma que el vino consagrado no representa su Sangre, sino que es su Sangre. Por mucho que sigan pareciendo pan y vino y sigan sabiendo a pan y a vino.
Por ese motivo, para los católicos es ofensivo que se use la palabra Hostia de forma poco respetuosa y como expresión que nada tiene que ver con lo que realmente es.
Por desgracia, en lenguaje coloquial se ha extendido el uso de esa palabra como sinónimo de bofetón, cachete, guantazo, guantada, tortazo, castaña, sopapo, chufa, torta, cate, mamporro, mandoble, manotazo, morrada, papirotazo, trompada, golpe, mojicón, puñetazo, soplamocos, galleta, leche, leñazo…
Como vemos, el español es rico en sinónimos para expresar un impacto con cierta violencia, choque entre dos cuerpos, golpe fuerte en la cara, caída estrepitosa, o lo que sea a lo que nos queremos referir con la palabra en cuestión. Entonces, ¿por qué utilizar un vocablo que tiene un claro significado para una parte importante de la población, un significado sagrado, y que como tal debe ser respetado?
Entiendo que se utiliza la palabra sin ánimo de ofender. Aun así, no deja de ser ofensivo, y pienso que los católicos tenemos la obligación de recordarlo. Con buenas palabras, con buena educación, sin enfadarnos y sin ser pesados. Pero recordarlo, y pedir que se use otra palabra y se deje esta, Hostia, para lo que realmente debe ser utilizada. Al fin y al cabo, el respeto no cuesta nada y se agradece mucho.
Desde aquí hago mi humilde llamamiento, a quien pueda llegar. Que los que usáis la palabra fuera de contexto, tratéis de cambiarla por otra, y los que no la usáis, y no os gusta que se use, lo recordéis. Tampoco está de más desagraviar. Yo suelo hacerlo con estas palabras, para mis adentros, cada vez que alguien pronuncia la palabra fuera de contexto: «Bendito y alabado sea por siempre el Santísimo nombre de Jesús». Así, aunque la persona en concreto no esté buscando la ofensa, Cristo queda desagraviado y bendecido.
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