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El grito de Fátima: una llamada al amor

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Minusvaloran los poderes ocultos del mundo solo porque no saben de ellos dado que estos se esconden, pero se escandalizan de los vídeos ímprobos de “la sola familia que gobierna el mundo”, admiran e indagan en el poder esotérico del Antiguo Egipto y demás misterios sin resolver, y hasta anatematizan a la Iglesia de que falsifica el mensaje de Jesús, aduciendo que el propio Jesús nos trajo un mensaje que ha sido encriptado desde la jerarquía eclesiástica.

…Se arrastran tras el ateísmo, el relativismo, el gnosticismo… No resuelven ni los misterios por haber ni su propia vida, así se justifican vivir de brazos cruzados. Todo les cuela, menos la Verdad. La Verdad siempre es atacada, de una u otra manera, por sus actos destemplados; y lo hacen por todos los flancos, precisamente porque no la siguen, guiados −muchos de ellos de manera explícita− por impulso del poder de las Tinieblas, encabezado por Satán, el jefe de los demonios. ¡Quién como Dios!

El Maligno está probando desesperadamente de perder a la Humanidad en su último ataque, pues el ser humano goza por especialísimo favor de Dios de unas prebendas que el diablo envidia, estando éste dispuesto a arrasar con todas sus artimañas al ser humano y seducirlo: son injerencias ensombrecidas con disimulo por medio de las armas de la mentira, el egoísmo, la maldad y la sensualidad, todo ello religado por el primer pecado capital: la soberbia. ¿Qué es lo que pretende? Engañarlo para someterlo, y así perderlo, pues le rechinan los dientes que como diablo intenta hincar el ser humano para hacerle perder el poder y la dicha que Dios le dio a éste al crearlo. Es una lucha sin cuartel, pero no será definitiva: el mismo Satán, en su momento, será atado por el Mesías liberador y echado para siempre más a la Gehena.

Pero mientras, el ser humano, abandonado a sus caprichos, se deja seducir. Son los antojos, la curiosidad, las ansias de dominio los que más mal le hacen. Aquello que en nuestra sociedad del espectáculo se resume bien etiquetándolo con el tan diseminado “hago lo que me sale”; no ser, sino parecer. Soltándose de las que considera ataduras de Dios, el pobre ser humano se cree libre, y se limita a “salirse”: de su antojo, de su placer, de su sensualidad, de sus casillas. “Hago lo que me sale” es la máxima máxima de nuestro tiempo máximo. Y por este camino acaba perdido en el callejón sin salida que él mismo se ha fabricado.

Recuperar lo perdido

“Rezad por los pobres pecadores”, nos insiste entre lágrimas la Virgen en Fátima. Es un llamado al amor que está muy cerca de la reclamación de Jesús a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,44). Ante semejante petición, el ser buenos ante Dios no significa que debamos someternos a nuestros enemigos, lo mismo que sonreír no significa consentir ni acceder, sino más bien guardar una sana distancia para ser capaces de separar el grano de la paja y focalizarnos en lo que de verdad importa, que es la salvación de nuestras almas. Allá ellos si no lo consiguen; nosotros, recemos por los desdichados ensimismados que no ven más allá de la punta de su nariz.

En realidad, las apariciones de Fátima son unas pautas básicas útiles en todos los tiempos: la Providencia de Dios y la corresponsabilidad del ser humano en su destino eterno. Cuando el ser humano se pone por encima de Dios, sucumbe derribado; cuando se le somete libremente, se hace libre y poderoso. He ahí el único secreto de Fátima. He ahí el futuro de la Humanidad: o felicidad, o desdicha.

Las apariciones de Fátima fueron un toque de alerta que aún hoy no hemos asumido, pues el ser humano sigue ignorando el llamado divino. La Virgen Madre de Dios, lo mismo en la Fátima de inicios del siglo XX que en la actualidad en Medjugorje, pide por medio del Rosario un cambio del corazón para cambiar el mundo, pero tantos que dicen haber ido a ambos santuarios y sentido su acción hasta con pruebas que consideran inefables, siguen dando la espalda al hermano y negándole su amor; eso sí, sintiéndose orgullosos de haber “sentido” la acción maternal de María y de haberse “convertido” (?).

¡Vaya camelo! ¿Dónde está el testimonio que pide la Virgen como recordatorio de Jesús cuando dice: “Seréis mis testigos” (Hch 1,8)? ¡Solo lo seremos si le somos fieles, no si rezamos muchos rosarios! (que también). El Rosario debe ir de la mano del testimonio, y el testimonio debe ser expresión verídica de nuestra alma. Por el contrario, el desdichado humano sigue avanzando desbocado sacando pecho hacia la perdición, pero ahora, una vez “iluminado” por influjo divino, ya no tiene excusa de su pecado. Y ahora, si no rectifica, perecerá lo mismo (Cfr. Lc 13,5). “Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado” (Jn 15,22). Palabra de Dios.

Twitter: @jordimariada

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