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El malgasto indignante de los fondos europeos para la digitalización

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La llegada de los fondos europeos Next Generation fue una oportunidad histórica para transformar el tejido productivo español. Europa puso sobre la mesa una cantidad ingente de recursos con un objetivo claro: modernizar la economía, digitalizar las empresas y ofrecer oportunidades reales a los jóvenes desempleados. Pero, una vez más, la gestión del Gobierno español ha convertido una ocasión única en un ejemplo de despilfarro y descoordinación.

El resultado es un catálogo de proyectos vacíos, sin impacto real en la productividad, que han servido más para generar facturas que para generar progreso.

A día de hoy, apenas se ha ejecutado un 10% de los fondos destinados a digitalización, y buena parte de ese gasto ha ido a parar a programas de dudosa utilidad, como el Kit Digital. Lo que en principio debía ser una ayuda para impulsar la competitividad de las PYMES ha acabado en subvenciones mal diseñadas, centradas en repartir dinero para crear páginas web o contratar consultorías sin un seguimiento serio ni formación complementaria. El resultado es un catálogo de proyectos vacíos, sin impacto real en la productividad, que han servido más para generar facturas que para generar progreso.

Los fondos, mientras tanto, se han disuelto entre intermediarios, consultoras y campañas publicitarias de autobombo.

En el ámbito de la formación para el empleo juvenil, la situación no es mejor. Se han destinado millones de euros a programas de captación y cursos con resultados difíciles de medir y con una eficacia más que discutible. Muchos jóvenes inscritos en estas iniciativas han terminado igual que empezaron: sin empleo, sin competencias digitales relevantes y sin expectativas de mejora. Los fondos, mientras tanto, se han disuelto entre intermediarios, consultoras y campañas publicitarias de autobombo.

No hay una estrategia digital coherente ni un plan formativo sólido

Este escenario no es fruto del azar, sino de un modelo clientelar y burocrático que prioriza la propaganda sobre la eficacia. Los recursos europeos, en lugar de convertirse en una palanca para el desarrollo tecnológico y la innovación, se han instrumentalizado para mantener redes de dependencia política y contratos a medida. No hay una estrategia digital coherente ni un plan formativo sólido; solo improvisación, marketing institucional y una alarmante falta de transparencia.

Si España quiere realmente avanzar hacia una economía moderna, debe replantearse por completo su política de digitalización. No se trata de repartir subvenciones para comprar tecnología, sino de formar personas y capacitar empresas. De nada sirve regalar herramientas digitales si los empresarios y trabajadores no saben usarlas, ni ofrecer consultorías vacías cuando lo que falta es acompañamiento real y visión de futuro.

La digitalización no puede ser otro terreno fértil para la corrupción o el clientelismo, sino el eje de una regeneración económica y moral. Los responsables políticos deben rendir cuentas por esta gestión ineficiente y los fondos europeos deben ser redirigidos hacia proyectos que de verdad transformen el país. De lo contrario, esta será solo la nueva cara del despilfarro gubernamental: millones de euros perdidos y una oportunidad histórica desperdiciada.

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