En un rincón del taller de John Hayden, en Montana, hay una imagen de San José colgada en la pared.
John Hayden tiene solo 27 años, pero su misión es clara: devolver la belleza a las iglesias católicas a través de la carpintería litúrgica.
De juegos de infancia a altares consagrados
Desde pequeño, John mostró habilidad con las manos. En lugar de juguetes caros, construía “cachivaches” y hasta una catapulta gigante. Lo que empezó como un juego, maduró cuando trabajó con un carpintero en Canadá. Allí nació algo más profundo: una pasión auténtica por el arte de trabajar la madera.
Pero John no se detuvo ahí. Estudió teología en el International Theological Institute en Austria, y mientras exploraba los grandes misterios de la fe, nunca dejó de hacer mesas y sillas para sus compañeros. “Soy muy práctico”, comenta. “La carpintería me acompañaba siempre, incluso en los momentos más académicos.”
Esa doble vocación —mente y manos, razón y obra— se encontró providencialmente cuando su parroquia local en Columbia Falls, St. Richard’s, necesitó dos mesas credenciales para la liturgia. Fue su primer proyecto litúrgico, y el comienzo de una obra mayor.
El altar de Cristo, hecho a mano
Poco después, John se enteró de que la parroquia de St. Matthew’s en Kalispell estaba siendo restaurada tras varios incendios. La comunidad buscaba a alguien que no solo construyera altares, sino que entendiera su sentido profundo.
Nunca había hecho un altar. Pero aceptó el desafío.
“Me fui a un retiro en silencio antes de empezar”, recuerda. “Y fue ahí donde el diseño apareció, casi como una gracia.” Lo que siguió fueron dos meses de diseño y ocho de tallado, trabajando a mano cada detalle del altar mayor, el ambón, las barandas y el altar secundario.
El resultado fue tan impactante que algunos feligreses dijeron que la iglesia “parecía una catedral”. Y esa era precisamente la intención.
Un mes después, el obispo de Helena, Mons. Austin Vetter, consagró el altar. Para John, fue un momento de entrega: “Sentí que ya no era mío. Lo ofrecí, y ahora pertenece a Dios.”
Belleza que evangeliza
Lo que John hace es una teología encarnada en madera. No estudió arquitectura, pero sí los cimientos del alma humana. “La teología me da el enfoque desde el cual diseño: sé lo que es la Misa, sé lo que es la Iglesia, y por eso sé cómo se debe construir algo para ella.”
En sus viajes por Europa —incluyendo visitas a catedrales góticas en el norte de Francia— encontró la inspiración para su estilo: un arte que eleva el alma y prepara el corazón para el misterio. Su estilo es clásico, con fuerte influencia gótica, pero siempre fiel a la armonía del espacio litúrgico.
Un arte que habla al alma
Hoy, además del altar en St. Matthew’s, John ha diseñado y construido altares laterales para una parroquia en Portland, un santuario para San Patricio y está por comenzar un ambicioso comulgatorio de 40 pies y un altar mayor para un convento dominico.
Todo lo hace a mano. “Es importante mantener el aspecto humano en el trabajo. Hay algo especial en saber que cada detalle fue hecho con oración y entrega.”
Y detrás de todo está San José. “Es mi gran modelo. Saber que hago lo que hizo Jesús y su padre terrenal me conecta con algo profundo.”
El arte como misión
Aunque su trabajo le da sustento, John tiene claro que esto no es solo un negocio. “Lo hago para Dios. Quiero que mis obras glorifiquen a la Iglesia y ayuden a los fieles a encontrarse con la belleza de lo sagrado.”
Para él, la belleza no es un lujo estético, sino un camino hacia la verdad. En un mundo funcionalista, donde lo práctico a veces sofoca lo simbólico, Hayden quiere recordarnos que lo bello también evangeliza.
“Quiero que el altar exprese lo que es la Iglesia: la cosa más hermosa que existe. Nunca lo lograré del todo, pero voy a intentarlo con todo el corazón.”
Y así, con cada talla, con cada curva de madera, John Hayden nos recuerda que la Iglesia no solo necesita ser buena y verdadera, sino también radicalmente bella.
