En primer lugar, en que en la familia se da la mayor proximidad entre el educador y el educando. Los padres, por estar más próximos del niño que tiene derecho a ser educado, son los responsables y titulares del derecho y deber de educar. En la familia no sólo hay la proximidad física propia de convivir bajo el mismo techo, sino también proximidad biológica y proximidad espiritual. Esta última surge del trato personal en el ámbito de intimidad que es la familia.
En segundo lugar, el derecho de los padres se fundamenta en que la educación es el complemento natural de la generación de la prole.
Quienes generan la vida son los más indicados para sostenerla y cuidarla, tanto en lo material como en lo espiritual. Eso es la educación.
Los titulares del derecho a educar a los hijos no pueden ni deben hacer dejación de esa responsabilidad, porque ello sería dejar la puerta abierta a la invasión del Estado en su labor educativa, usurpando así el derecho de los padres.
Un ejemplo actual es incluir en el currículum escolar una asignatura nueva y obligatoria sobre educación (¿) sexual, llamada SKOLAE. Con la coartada de la supuesta “igualdad” entre los sexos, los padres son sustituidos por sexólogos, que se limitan a adoctrinar grupalmente a los niños en la “ideología de género” desde la primera infancia y a ofrecerles, nada menos, que una posible reorientación del mismo.