¡Viva el desecho! Sí, amigo. Tantos hay que van tan a golpes de cabeza por la vida, que acaban descabezados… ¡y aún se creen la flor y la nata de este mundo de Dios!
Susúrrote al oído un secreto a voces. Muchos ansiamos que la pandemia no caiga en saco roto provocando más hambre y destrucción, sino que nos infunda a todos -y no únicamente a unos cuantos- el ánimo y la implicación personal –de persona a persona- de vivir cogidos de la mano entre nosotros con una realización personal, familiar y comunitaria que nos impulse a volar como las águilas hacia el Cielo común que nos espera. ¿No es eso lo que cabe esperar de una persona mentalmente sana, de una familia justa y de un estado que se hace llamar “de derecho”? ¡Pues parece que el saco estaba roto, y todos vamos cayendo por el agujero abismo abajo, como pringoso desecho y alicaídos!
En el fondo de los fondos, a modo de defecación disfuncional, la más tenebrosa oscuridad y el sinsentido campan a sus anchas entre un desquiciado sinnúmero de seres que se llaman humanos. Arriba, las manos que sostienen el saco diseminan, a todo aquel a quien meten dentro, prejuicios interesados fundados sobre la base falsa de la pretensión utilitaria, desquiciados todos ellos por el ansia de poder y de dinero. ¡Entre ellos se veneran y se hacen llamar “líderes”! Ya he hablado en varios artículos de la amenaza de los dobles sentidos en el “nuevo lenguaje”. Quizás el más reciente sea “Manifiesto de la Meta-Cultura (MMC)”.
El Papa Francisco es un castigador del estado de desecho. Fíjate qué dice en un libro que ha pasado desapercibido, como resumen de sus intervenciones públicas en estos dos años que llevamos ya de pandemia: “El desarrollo de una conciencia democrática exige que se superen los personalismos y prevalezca el respeto del estado de derecho” (Papa Francisco. La vida después de la pandemia. Ed. Romana. Madrid, 2021. Pág. 115).
Es un sentimiento humano ese de sentir gusto i paz por ir cogidos de la mano, pero algunos piensan que las únicas manos que se lo merecen son las que el mundo reconoce como propias. En síntesis: eres famoso, pues ya eres de mi club de fans. San Juan Pablo II hablaba mucho de la “familia humana”. ¿Qué designaba con esta expresión? Pienso que estaremos de acuerdo en que la expresión personal y pública de la familia se da siempre que los lazos de sangre nos mantienen unidos y nos trascienden. “¿Unidos? ¿Trascendencia? ¡En qué mundo vives?”.
Bien. Hasta aquí, todo palabras bonitas, pero… ¿están los hermanos de sangre unidos?; ¿no constatamos más bien que el individualismo de pretender llevar la voz cantante en todas las salsas campa por doquier? “Yo tengo derecho a…”, “Mi derecho es…”. ¿Reconoces esas expresiones? “¡Quiero que me quieras!”, “¡Yo te ayudo a que me quieras!”, repiten los más tímidos. ¿Qué es más importante: luchar amando o luchar por ser amado? Jesús, como siempre, en el Evangelio es claro: “Los hermanos entregarán a los hermanos…” (Cfr. Mt 10,21). ¿Celebramos Navidad? ¡Fiesta, campe quien pueda! Antes, la Navidad, como fiesta esencial de nuestra fe, se celebraba con la Misa del Gallo en el centro. Ahora, no. Ahora, cada uno a lo suyo, a ver a quién cazan. ¡Pasa página, hermano, que no te veo!
La fiesta, la pandemia, la familia, el Estado y todo lo que viene detrás no se sostiene sin unidad. Y es así porque, de esta manera, la persona y su dignidad están sentenciadas de muerte. Y la unidad viene del amor, como expresión del Amor que reina en la Santísima Trinidad. “(…) La unidad es vida. Que la unidad está hecha de muchos que siendo distintos están unidos por el amor. Haz, Señor mío, que yo no sea motivo de disgregación, de desunión por mis críticas, celotipias… en definitiva, por mi soberbia”. Consecuentemente, mi querido Jesús, tomo una decisión: “Que sepa sacar lo mejor de los otros con la palanca de la caridad” (Josep Maria Torras. La Pinacoteca de la Oración – Pinceladas del Evangelio – La fuerza del bien).
Fíjate bien en qué dice san Pablo (1 Cor 13), antes de volver al ruedo, moreno. Sin caridad (repito: sin caridad, el amor del que hablas a mansalva, amiguete mío), el Reino no se conquista. Más aún, tu conquista se perderá entre los abrojos del menosprecio propio y ajeno, porque pagarás ahí lo que te cobres aquí. Sé que el mundo es mundo porque sufro el mundo, y sé que solo a través del mundo llegaré a salir del mundo. El mundo no es más que mundo, y seguirá siendo mundo… hasta su Fin, que siempre llega. ¡Déjate, pues, del mundo y de sus vanaglorias! Solo así conseguirás el Cielo allí donde termina el mundo. Y –lo más importante- no acabarás desecho en tu estado de disonancias, digas lo que digas y hagas lo que quieras. Porque –allí, en tu estado- el disonante serás tú…, como aquí eras.
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