Si el primer diagnóstico es correcto —Europa carece de un telos, de un propósito compartido— la pregunta inevitable es: ¿puede recuperarlo? La respuesta no está en inventar un relato ex novo, sino en reencontrar su propia raíz: la cultura cristiana que, durante siglos, dio sentido a su política, su arte, su derecho y su vida comunitaria.
No se trata de volver a la Cristiandad medieval ni de imponer una religión. La cultura cristiana no es solo fe; es también visión coherente del mundo: la dignidad de la persona, la centralidad de la familia, la noción de bien común, la libertad vinculada a deberes y la convicción de que la historia tiene un sentido. Sin esa base, Europa no habría sido nunca lo que fue.
La libertad responsable
Uno de los grandes malentendidos modernos es reducir la libertad a pura autonomía individual. Esa concepción ha producido atomización social: millones de individuos aislados, sin vínculos comunitarios, sin deberes compartidos. La tradición cristiana, en cambio, entiende la libertad como capacidad de orientarse al bien, como responsabilidad ligada al deber. Solo así la libertad construye comunidad. Recuperar esa noción sería un paso decisivo.
Raíces culturales comunes
Europa no es solo un conglomerado de naciones. Su identidad se ha forjado en la síntesis grecorromana y cristiana, en el humanismo que hizo posible la idea de persona, derecho y dignidad. Esa herencia puede ser actualizada sin nostalgia: no para imponer uniformidad, sino para ofrecer un marco común donde la pluralidad nacional y cultural encuentre sentido.
Autonomía estratégica
El redescubrimiento cultural debe ir acompañado de independencia material. Europa no puede aspirar a ser sujeto si sigue dependiendo de Estados Unidos para su seguridad, de China para sus suministros y de mercados inestables para su energía. Una defensa propia, una política industrial robusta y una diversificación energética son imprescindibles para respaldar cualquier relato de poder.
Hablar al mundo con humildad
El Sur Global no escucha sermones moralizantes. Está cansado del tono colonial de Europa. Si el continente quiere ser relevante, debe aprender a hablar con humildad, como alguien que también busca regenerarse. La cultura cristiana ofrece aquí una ventaja: su noción de fraternidad universal, de solidaridad y reconciliación, puede ser un lenguaje creíble si se vive con autenticidad.
Dejar de tratar a Rusia como enemigo
Parte de la recuperación pasa por superar la obsesión de confrontación. Tratar a Rusia únicamente como amenaza es un error histórico. Europa debe aspirar a una paz fuerte, que reduzca el riesgo nuclear y abra posibilidades de cooperación. Para ello, necesita un ejército europeo de carácter defensivo, discreto y eficaz: la paz no se asegura con retórica, sino con fuerza ordenada al bien.
Una propuesta universal
El reto es ofrecer algo que no sea mera gestión burocrática. Rusia ofrece espíritu, China armonía, Estados Unidos grandeza patriótica. Europa solo será relevante si ofrece una síntesis distinta: reconciliar libertad y comunidad, en un marco inspirado en su cultura cristiana. Eso podría ser su gran contribución al siglo XXI: mostrar que la modernidad no tiene por qué ser nihilista, que la libertad puede estar unida al bien, y que la pluralidad puede integrarse en un horizonte compartido.
Conclusión
Europa no colapsará mañana. Pero si no encuentra un fundamento cultural, se convertirá en un museo lujoso y un mercado abierto, sin alma ni voz. La única alternativa es recuperar el sentido perdido: redescubrir su raíz cristiana como base de un nuevo proyecto histórico. No se trata de nostalgia, sino de futuro. Sin un propósito común, Europa será satélite; con él, puede volver a ser centro.
Europa no colapsará mañana. Pero si no encuentra un fundamento cultural, se convertirá en un museo lujoso y un mercado abierto, sin alma ni voz. Compartir en X









