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Evangelizar y reforzar la conciencia de ser pueblo de Dios, liberar el mundo, sanar la Tierra, conquistar el espacio (I)

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Finalizaba mi bloc anterior preguntándome sobre cuáles son estas grandes actividades que la Iglesia reemprende y actualiza y que unen fe y una nueva oleada de civilización, y respondía que podían resumirse en cuatro ejes:

  • Evangelizar y rehacer la conciencia de ser pueblo de Dios
  • Liberar el mundo
  • Sanar la Tierra
  • Conquistar el espacio

No sienta extrañeza ante su enunciado. Es la misma tarea de siempre actualizada a nuestro tiempo.

Y esta tarea empieza en nuestro país y en el contexto más grande europeo. Pero atención, si no empezamos por lo más próximo, acabaremos cayendo en la palabrería, como aquella que pretende resolver el problema gravísimo de la inmigración mundial mientras se deja intocado el mucho más modesto, pero humanamente igual de grave y cercano, el de los hermanos que viven en la calle.

Asumámoslo: Los hombres cristianos no consiguieron detener la gran destrucción de la civilización europea, de todo lo bueno de ella, y también de lo malo (esto lo han destruido con menos éxito). No solo no fueron capaces, sino que en algunos casos colaboraron, en la destrucción que significó la I Guerra Mundial. Ahí se quebró todo, y pocos años después, de hecho, su continuidad, la II Guerra Mundial, acabó de rematarlo. El daño humano, a pesar de ser tan pavoroso, no impidió un inicio de renacimiento que -está por ver- ha quedado truncado.

Fue un renacimiento basado en el núcleo fuerte de Europa, la Lotaringia industrial, más o menos el núcleo de lo que fue el Sacro Imperio Romano Germánico, signos de la historia, de forma parecida a cómo el inicial Mercado Común reproducía los límites aproximados de aquel Imperio. Y todo ello en este último renacimiento dotado de un fuerte trasfondo cristiano, desde los líderes Adenauer, De Gasperi, Schuman, hasta el marco de referencia: reconciliación y concordia, unidad, junto a un espíritu práctico e innovador que recordaba el empuje transformador de la economía agraria de los monasterios benedictinos. Incluso la simbología, en parte involuntaria, en parte querida, de la bandera de Europa.

Justo cuando este renacimiento comenzaba, los gloriosos años, Toynbee practicaba una prospectiva a inicios de los años 50 del siglo pasado, que tiene aquello profético. Es esta perspectiva que nos confiere al leerlo en 2020 lo que aporta su interés. Esto es lo que dice nuestro historiador en su Estudio de la Historia (Volumen VIII Emecé editores 1961 p 94, 95):

  • Una civilización secular occidental cristiana podría ser una superflua repetición de la civilización helénica precristiana y, en el peor de los casos, podría llegar a constituir el final del mundo occidental secularizado por su pernicioso apartamiento de la senda de progreso espiritual.
  • La única justificación histórica concebible de su existencia sería la del posible futuro servicio que inadvertidamente podría prestar al cristianismo y a las tres religiones hermanas vivas, al brindarles, sin proponérselo, un campo terrenal de encuentro de dimensiones literalmente mundiales… a ponerlas todas por igual frente a la amenaza de un recrudecimiento de la idolatría viciosa del culto colectivo del hombre.
  • En el mundo occidental secularizado del siglo XX se reconocían incuestionables síntomas de una regresión espiritual.
  • El culto del leviatán, el estado que recrudecía era una religión a la que en alguna medida rendía culto todo hombre occidental contemporáneo; era, desde luego, lisa y llana idolatría.
  • El comunismo, que era otra de las religiones recientes del hombre occidental, tenía el mérito de ser una hoja arrancada del libro del cristianismo; pero era una hoja estéril precisamente por haber sido arrancada y malinterpretada fuera de su contexto.
  • La democracia, que era otra hoja del libro del cristianismo, también había sido arrancada de él y, si acaso no se la interpretó mal, se la vació a medias de su significación al separarse del contexto cristiano y al secularizarse.
  • El síntoma más negativo de todos era que los hombres del mundo occidental habían estado viviendo del capital espiritual al aferrarse a la práctica cristiana sin mantener empero las creencias cristianas.
  • Los hijos de la civilización occidental deben revisar su concepción corriente de la reciente historia para desembarazarse de esta concepción, que era la de considerar que esta nueva civilización había permanecido en estado de inmadurez mientras se encontró bajo los auspicios cristianos y de haber dado gozosos la bienvenida al repudio de sus orígenes cristianos.

Lo que nos decía Toynbee a mitad del siglo pasado era que la civilización europea, transformada en una sociedad secularizada que rechazaba su naturaleza cristiana, carece de futuro como civilización y, en términos de tiempo, entraría en crisis, excepto si se presta, quizás involuntariamente, a un resurgimiento cristiano y a un entente de las grandes confesiones “frente a la amenaza de un recrudecimiento de la idolatría viciosa del culto colectivo del hombre”.

Toynbee no era obviamente católico, y leído al menos en su gran obra, su valoración positiva del cristianismo no creo que surja de la fe, ni cree en la redención, pero precisamente por esto merece ser considerada su reflexión, que tan cercana está, a través de la palabra magisterial de Juan Pablo II y Benedicto XVI, a nuestra visión católica de lo sucedido en Europa.

La primera conclusión sería esta: Europa, a causa del abandono de su fundamento cristiano, de su beligerancia propia de una apostasía, cae por la pendiente que muchas otras civilizaciones han recorrido hacia su decadencia y liquidación, excepto si el cristianismo, con independencia de los poderes seculares, interviene para forjar un renacimiento civilizatorio.

Hasta aquí una visión prospectiva de raíz totalmente secular, que se articula armónicamente con la interpretación cristiana. Lo veremos el próximo día, dando la palabra a Carol Wojtyla antes de ser elegido Papa.

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