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Francia contra los robots, de Georges Bernanos

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Francia contra los robots es un libro singular. Escrito por Georges Bernanos en Brasil, donde había buscado refugio tras la debacle francesa en la Segunda Guerra Mundial, es ante todo una feroz diatriba. Aparece aquí un Bernanos digno heredero de Leon Bloy, desmesurado, sulfuroso, arrebatado, que se las tiene con “imbéciles” de todo pelaje a quienes no se cansa de calificar de este modo. Que llega a escribir frases tan vitriólicas como que “ésta es una de esas evidencias de imbécil que aseguran la imbécil seguridad de los imbéciles”. Y que aún así, considera que peca de moderado… para a continuación escribir que “el intelectual es con tanta frecuencia un imbécil que deberíamos tenerle siempre como tal, mientras no nos haya probado lo contrario”.

Este Bernanos arrebatado de pasión pierde a menudo la ecuanimidad, aborrece del matiz, y así aborda algunos aspectos que, analizados a distancia, resultan simplistas cuando no directamente falsos; véase por ejemplo la visión de Bernanos sobre la Resistencia con la realidad que los historiadores han ido desvelando acerca de ella.

También nos choca los restos de chovinismo que encontramos en este católico visceral. Su indignación cuando se deja de lado la lengua francesa, portadora de las más alta espiritualidad, o su confusa visión de la historia de Francia en la que tras afirmar que en el antiguo Régimen la gente era feliz y próspera vino la Revolución Francesa que fue gloriosa y magnífica. Bernanos, que apela en un mismo párrafo a Michelet y al conde de Chambord, parece anclado en la amalgama característica de la época de la Gran Guerra que el fino historiador Jean de Viguerie ha hecho añicos en su importante obra Les deux patries.

Pero a pesar de toda esa pasión inflamada y que prefiere errar antes que detenerse a examinar con detenimiento las cosas, Francia contra los robots es un libro importante, valioso, profético. Porque este Bernanos, que se adentra en la década que le vio morir, ha visto algunas cosas que sólo ven unos pocos escogidos. Como que entramos en una nueva civilización, la Civilización de la Máquina, cuyo “principio esencial es la primacía de la acción y donde se despersonaliza la capacidad para matar en masa. Lo que Hannah Arendt vio en Eichman (o lo que significa el Enola Gay) ya lo había escrito Bernanos aquí: ese eficaz y discreto funcionario que, después de matar a miles de personas, cena apaciblemente en su casa y le da un beso de buenas noches a su hijita.

Y aquí, los latigazos verbales de Bernanos son de una asombrosa clarividencia. Como cuando afirma que la democracia “es una palabra peligrosamente vaciada de toda sustancia”, o que “de buena gana soportaríamos ser esclavos siempre que nadie pueda presumir de serlo menos que nosotros”, de ecos tocquevillianos, o aquello de que “la civilización moderna es, antes que nada, una conspiración universal contra toda clase de vida interior”.

Estamos pues ante una obra para degustar con calma, para volver sobre ella y cribarla para destilar lo esencial. La magnífica edición y traducción que nos brinda Nuevo Inicio se completa, además, con toda una serie de textos inéditos que, si versan principalmente sobre los mismos temas, aportan matices de gran interés.

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