Estamos de acuerdo. La mejor manera de aprender una cosa es hacerla, explicarla como si la entendieras. Para ello, aprender jugando es un plus. Lo demuestran los niños, que caen una y otra vez y siempre se levantan; repiten y repiten, hasta que se les graba en la mente lo que repiten. Y así aprendemos de adultos, y si no, avanzamos a golpes. Aprendiendo con el juego, uno se complace con lo que hace, y sin darse cuenta lo asimila, minimizando el esfuerzo. Y así aprendemos todos… aunque en ocasiones tenemos que caer mucho para sentirnos o sabernos conocedores (insistir, insistir, insistir…). O no aprendemos nunca, y acumulamos golpe tras golpe.
La ensoñación del dominio
Sucede que a veces aparece el orgullo, que nos tienta a creernos más que el hermano. No hablo de la autenticidad, sino de la presunción espuria. Una cosa es saberse más experto, o más conocedor, o más alto… y otra muy distinta es querer pasar (y creérnoslo) por el epicentro alrededor del cual debe girar todo nuestro mundo. Créeme, hermano, mi hermana del alma: no lo eres, y por más sabio que seas, no tienes más dignidad que nadie, pues todos somos hijos de un mismo Padre. Creyéndote tu ensoñación no haces sino pudrirte más, pues tratando de someter eres dominado. Por el pecado, a zancadas avanzas atrás… hacia la muerte en vida.
Sí es importante que defendamos lo que es nuestro. Si abusan de nuestra dignidad y benevolencia, ahí debemos estar para pararle los pies al agresor. Pues los hay que se dedican a ir estrangulando al vecino para sentirse vivos ante una realidad patente que les reclama ofrecer justicia al hermano, pero se escabullen de su cometido sin hacerla, con una autoafirmación muy lejana de la realidad; porque viven en un mundo tan vacío de sentido, que tratan de robar el sentido a aquel que les reclama su mirada solo por vivir, por ser. Pues ya lo dijimos en el artículo anterior: una vida sin sentido es una vida vacía, y habitualmente busca a través de la proyección mental en otra persona el sentido que no encuentra en sí misma. Y si la persona objeto de su atención no les reconoce su presunto sentido (aquel que pretenden robarle), harán lo que sea hasta conseguir tumbarla y chupar toda su sangre. Así es la paranoia que nos aturde y paraliza como sociedad, a la espera de no se sabe qué, pero que tarde o temprano acaba dando a cada uno cuanto siembra.
Sentido
Toda vez que el sentido es la percepción que uno experimenta de su lugar y su porqué en el mundo, sin él sabemos que el ser-persona anda a tumbos sin evolucionar hacia el sentido, y su bazofia termina como lastre responsable de una mala salud mental. Es por ello que facilitar esa búsqueda de sentido debería ser la meta de toda política educativa, familiar, escolar y social. Otra cosa será que la persona en cuestión encuentre o no el sentido de su vida, pero eso son ya habas de otro costal. Pues hay personas que dado su orgullo (la soberbia es el primer pecado capital y del que surgen los otros seis), no llegan a aprender nunca que por más que sean conscientes (que en muchos casos no lo son) de que precisan sentido, su enfoque y sus maneras las derivan a perder el tiempo que Dios les da, haciendo las muy desalmadas todo lo contrario de lo que deberían hacer para conseguirlo.
Te pongo un ejemplo. ¿Te has dado cuenta de las maneras de algunos enamorados pasionales para conseguir llamar la atención del objeto de su sentir? ¿Que se dedican a jorobarlo? ¿A odiarlo incluso? “¡Te odio porque te amo!”. ¿Sabes por qué? ¡Pues porque esas desgraciadas personas se adoran a sí mismas! No es amor lo que sienten, sino una proyección de lo que sienten por su propio ser, por la cual se sienten tan despreciables; y por eso se inflan poniendo todo su plumaje en ocasión, como el pavo real que se pavonea ante su acople.
La terca realidad
¿Es esto vida? ¡Ciertamente que no! Pero hay cada día más personas que se están contagiando del veneno que ilusamente les asegurará la eterna juventud, supuesto elixir que les hace avanzar por la vida “de oca a oca y tiro porque me toca”. Es muy triste advertir cuántas confianzas llegan a pervertir haciéndolas sentir culpables de su propia desgracia, y no es más que la ineptitud tantas veces despiadada del psicópata impostor de turno que solo busca hacerse ver y reconocer… acabando embarullado en su propia madeja como acaba el rosario de la Aurora, pues la realidad −antes o después− siempre se impone, dejando al descubierto su culpa en sus crímenes de lesa humanidad, incluso ante los de su círculo.
La vida de esas almas en pena, tras la muerte emocional de la que hemos hablado, acaba siendo en ocasiones de una muerte física (natural o autoinfligida) que al fin les alcanza sin haberse confesado de su propia culpa ni tan solo pedir perdón a su víctima, tras dedicarse toda su vida a escupir sobre ella. Habitualmente son aquellos a los que, porque no cedieron a sus caprichos, acabaron odiándolos como se odiaban a sí mismas. Y lo peor: en ocasiones acabaron “perdiendo” a todo su entorno. Porque, para cerrar nuestra disertación, advertimos de su peligro: el peligro de la perdición del pecado, cada día más ubicuo. Será para hacernos recapacitar sobre la deriva de nuestro sistema educativo: cuanto más crece el árbol, más cuesta enderezarlo, y menos alcanzará. En el próximo artículo desentrañaremos su follaje.
Twitter: @jordimariada
Una cosa es saberse más experto, o más conocedor, o más alto… y otra muy distinta es querer pasar (y creérnoslo) por el epicentro alrededor del cual debe girar todo nuestro mundo @jordimariada Compartir en X









