Todo es como es, y no como se mira. La esencia de las cosas se capta, se vive y se transmite… o se queda enclaustrada, y por tanto malversada, o incluso se convierte en peligrosa. Por eso es importante que las personas que tienen responsabilidad en perpetuar la esencia de las cosas, sean meticulosas en su transmisión, cuyo vehículo principal y ordinario es la educación. Y en ello todos tenemos nuestra parte, y en consecuencia, nuestra responsabilidad.
Hasta aquí no suele haber problema en comprender el argumento que pretendo compartir contigo, mi querido hermano, hermana del alma. Pero se supone que aquellos repetidores que están implicados en el proceso (en función de su cometido o su cargo) primero deben captar la señal correctamente (en función de qué o quién se la transmite) y en vivirla (si es que tienen esa voluntad real y no ficticia de propagarla) para transmitirla. Por tanto, malo es si se transmite lo que se ha captado mal o no se ha vivido (al menos adecuadamente). Entonces decimos que la transmisión deformada de la esencia es una grave falta al deber, no digamos que en función de la importancia de lo que debería ser transmitido con fidelidad a la esencia originaria (su prototipo es la Palabra de Dios). Este sería el caso de ciertas pistas falsas dejadas por el pastor, que quien debe seguirle se encuentra en su camino hacia la meta y pierde −con pena de muerte contada por justicia sobre el responsable irresponsable−, la posibilidad de llegar a ella.
Sabemos que la cabeza es la que debe regir y encaminar al cuerpo para ayudar a vivir una experiencia integral y coherente con la esencia de la vida de la que hablamos. Por este motivo, es triste advertir y sentir en el corazón (que es el que alimenta a la conciencia residente en la cabeza) ciertas disonancias que provocan ruido y deforman la realidad de las cosas, y por tanto pervierten la comunicación y compartición de la esencia auténtica de la realidad de las cosas, las ideas o la Verdad misma. La idea es eso, una idea, y como tal es experimentada por cada cual como algo que debe ser procesado para que el sujeto en cuestión pueda ser capaz y responsable de sus actos. Si lo que capta el sujeto está deformado, lo que asumirá, vivirá y transmitirá no será sino caos.
Un mundo trastocado
Este es el caso en el que nos encontramos en la actualidad respecto a la esencia de las cosas, en cada uno de los ámbitos humanos y hasta ambientales con que la vida nos cuestiona. La vida nos reclama: espera nuestra respuesta, y nosotros parece como si saliéramos todos de una borrachera de jugos depauperados y como consecuencia estuviéramos compartiendo una orgía delirante, al tiempo que sentimos y sabemos que debemos responder a los profundos cuestionamientos que la vida nos está presentando y con fuerza e insistencia reclamando.
No obstante la gravedad patente, nos inclinamos por seguir lo cómodo, que es tumbarse a la serena para cubar la resaca. Dada la importancia de los asuntos que esperan nuestra respuesta, será fácil que jugando, jugando… si seguimos soñando a la bartola, lleguemos tarde a darles respuesta, a evitarlos o a transformarlos, y así la esencia misma de las cosas que la vida nos ofrece hoy para crecer, acabe siendo mañana una bomba que nos explote en las manos cual reventón esquizofrénico que trastoque nuestro mundo para siempre. Y lo peor, pues, es que la disidencia será culpable.
¡Ah, amigo! ¿Quién se reconocerá culpable? Nadie desea asumir un error, y menos si se trata de un zambombazo que puede costarnos la salvación eterna. Pero Dios nos ha dado la inteligencia para pensar, la libertad para decidir y una misión para ejecutar. Por eso, quien hace cabeza, eso es, los miembros de nuestra sociedad que tienen un cargo para guiar, especialmente aquellos que administran la Verdad, deben buscar solución a los desafíos con decisión y valentía. Y más. Precisamente porque hacen de guías, son los que (en principio) responden y deberán responder ante Dios en función de su responsabilidad en administrar la Verdad para recapitular el mundo en Dios; y en consecuencia, deberían actuar afrontando los desafíos con realismo, serenidad y maestría, y formándose para encauzarlos, al tiempo que acogen y forman a quien deben guiar. Y si no, ¿de qué ética estamos hablando?
¡Con la religión hemos topado!
¿Qué dice la religión católica (si es que podemos aún hablar de ella), que es la que sabemos que lleva cierta al Dios Creador, Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿Qué cargo tiene credibilidad si habla de la oración como de la experiencia de relamer un pastel de nata enclaustrado cada cual en su evacuatorio y engolado cómodamente en su bidé? ¡Sobre todo, no, hermano, mi hermano del alma! No perdamos la oración personal, familiar, social y espiritual, individual y pública, que es la que puede salvarnos de la gran explosión, y eso lo hará solo si la oración es vivida en todos los ámbitos y de corazón.
¿Para qué la oración? ¿Dónde? ¿Por quién? ¿Para quién? ¡No perdamos el norte perdiendo el criterio! Con la religión no se juega. ¿Sabemos todavía qué es qué? La oración es hablar con Dios, y con Dios hay que hablar aquí y allá, dondequiera que esté quien quiera que sea. He ahí el reto actual de la educación: ser fiel a la Verdad. Llevar a Dios. Y a Dios −Camino, Verdad y Vida− solo se va por la oración, cada uno en su lugar; en especial, encomendando y encomendada por los que hacen mal, precisamente donde hacen mal atentando contra la Vida y la Verdad; no olvidemos que son necesidades comunicadas por Dios tantas veces a través del sensus fidei (el sentido de los fieles) sobre quien se supone que porque hace cabeza debería guiar. Si no, seas quien seas y vengas de donde vengas, si haces el mal o confundes o no haces el bien que deberías hacer (de palabra y de obra), ya sabes lo que te tocará. −Lo dicho−.
Twitter: @jordimariada
No perdamos la oración personal, familiar, social y espiritual, individual y pública, que es la que puede salvarnos de la gran explosión, y eso lo hará solo si la oración es vivida en todos los ámbitos y de corazón @jordimariada Compartir en X









