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¿Gobierna Dios el universo?

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El conocido científico británico Paul Davies, plantea durante mucho tiempo, en sus escritos, todo tipo de objeciones frente a la existencia de un Dios personal Creador. Hace pocos años reconocía la influencia positiva del cristianismo en el desarrollo de la ciencia moderna y, tras un análisis de la situación de la ciencia en la actualidad, sugiere que hay un plan superior que explica nuestra existencia. El profesor Davies ha escrito, además, libros divulgativos y uno de ellos fue ‘La mente de Dios’. Hablando de la tan denostada época medieval, afirma lo siguiente: Nuestras actuales ciencias hunden sus raíces en la Europa Medieval y han surgido bajo la influencia doble de los filósofos griegos y de la teología judeo-cristiana.

Por todo ello, frente al cliché que presenta a la Edad Media cristiana como una época oscurantista y anticientífica, Davies subraya que la racionalidad medieval, que tenía fuentes teológicas, fue uno de los factores que hicieron posible el nacimiento de la ciencia moderna. Dice lo siguiente: Cuando Isaac Newton y sus contemporáneos del siglo XVII crearon los fundamentos de la física, estaban convencidos de que, con sus descubrimientos, seguían las huellas de Dios y de sus obras.
El cristianismo presenta al ser humano como creado por Dios a su imagen y semejanza, dotado de una inteligencia que le coloca por encima del resto de los seres naturales y que le capacita para conocer y dominar la naturaleza.
Por lo tanto, el trabajo humano es una participación en el poder creador de Dios y, con el ejercicio de su inteligencia y de su trabajo, el ser humano colabora en los planes divinos.
La relación entre seres racionales, capaces de pensar matemáticamente, y la estructura matemática del mundo natural no es una coincidencia. La inteligencia humana no ha surgido casualmente en el universo. Paul Davies
dice: De un modo extraño, quizá¡ por caminos inescrutables, parece que hubo alguien que quiso que los humanos estuviéramos aquí.
No puede olvidarse o querer ocultar que, gracias al cristianismo, la cultura y la ciencia fueron avanzando ya que se refugiaron, en épocas concretas, en monasterios y conventos. ¿Se olvida que la Universidad debe su existencia a la Iglesia? Esa Universidad que hoy, en nuestro país, le regatea o le intenta negar un sitio a la Iglesia en su ámbito.Hay personas que intentan suprimir a Dios de la vida social y se comprueban los resultados: degradación de las costumbres, corrupción en las instituciones y gran insatisfacción de tantos seres humanos en su vida personal.
Creo que es oportuno destacar unas palabras que dijo, hace años, la Reina Sofía a la periodista Pilar Urbano cuando esta le preguntó por el valor de la religión en su vida: Intento vivir como una buena cristiana. Gracias a mis padres, he podido engarzar siempre la fe y la moral cristianas, no cada cosa por su lado. Si de verdad crees, la fe te exige una conducta moral. Si no crees en nada ¿para qué te vas a exigir?Y con el amor al prójimo, lo mismo: si no amas a los demás ¿en qué Dios dices que crees? Vemos alrededor una pérdida brutal de los valores morales pero eso tiene una causa, antes se ha perdido la fe. Es la gran tragedia del mundo de hoy.
Es bien claro que se mueve a nuestro alrededor un continuo flujo y reflujo de corrientes de opinión, de doctrinas, de ideologías, de interpretaciones muy diferentes del hombre y de la vida y, no a través de libros para especialistas sino a través de novelas de moda, revistas gráficas, periódicos, programas de televisión al alcance de grandes y pequeños. Y, en medio de esta confusión, es necesaria una norma de discernimiento, un criterio claro, firme y profundo que permita ver todo con coherencia, una visión cristiana de la vidaque sabe que todo procede de Dios y a Dios debe ordenarse. Como dijo el Papa Juan XXIII: El aspecto más siniestramente tópico de la época moderna consiste en la absurda tentación de querer construir un orden temporal sólido y fecundo sin Dios, único fundamento en el que puede sostenerse. Este Papa, recientemente canonizado, supo unir coherentemente el ejercicio de la fe cristiana con una atención al prójimo exigente y llena de delicadeza, en medio de grandes dificultades a lo largo de su vida.

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