Cada 27 de diciembre, en plena Octava de Navidad, la Iglesia celebra a San Juan Apóstol y Evangelista, el discípulo al que Jesús amó de un modo singular.
Dentro de esta fiesta se conserva una de las tradiciones más antiguas y hermosas del calendario litúrgico: la bendición del vino, un gesto que une historia, fe, milagro y devoción popular.
La costumbre se remonta a un episodio famoso de la vida del Apóstol. En Éfeso, Juan fue desafiado por el sacerdote pagano Aristodemo a beber una copa de vino mezclada con veneno. Antes de hacerlo, San Juan la bendijo, y según la tradición, el veneno salió de la copa en forma de serpiente, quedando el vino purificado. Juan lo bebió sin sufrir daño alguno, manifestando así que Cristo protege a quienes confían en Él.
Este gesto heroico, unido a la gracia de Dios, dio origen a la costumbre de bendecir el vino en su fiesta, costumbre que ha perdurado durante siglos y que la Iglesia sigue conservando hoy.
Una costumbre que nació de un milagro y se extendió por toda la cristiandad
El episodio de la copa envenenada no quedó como una simple anécdota piadosa, sino que se convirtió en una devoción de enorme fuerza espiritual.
Ya en la Edad Media se difundió por Europa la práctica de beber “el vino de San Juan” antes de emprender un viaje, entrar en una batalla, comenzar un trabajo arriesgado o afrontar decisiones importantes.
Se veía como un signo de confianza en Dios y de protección frente a todo mal.
Con el tiempo, esta costumbre pasó de la vida popular a la liturgia oficial. En los rituales más antiguos aparecen fórmulas específicas para bendecir el vino el 27 de diciembre.
En algunos lugares se lo llamaba incluso “el vino del amor de San Juan”, porque se ofrecía y se compartía entre familiares y amigos como símbolo de la caridad cristiana y de la comunión nacida del Evangelio.
La Iglesia, consciente del profundo contenido espiritual de esta práctica, la conservó para la fiesta del Apóstol. Así, lo que comenzó como un gesto devoto en recuerdo de un milagro terminó convirtiéndose en una tradición litúrgica que atravesó siglos y culturas.
¿Qué significa beber vino bendecido en la fiesta de San Juan?
Beber vino bendecido no es un acto supersticioso ni un rito mágico. La Iglesia lo entiende como un sacramental, es decir, un signo visible que dispone el corazón a recibir mejor la gracia divina. El gesto remite a tres realidades profundas:
– Protección espiritual.
El vino de San Juan recuerda que nada puede dañar al cristiano cuando vive unido a Cristo. Así como el Apóstol bebió sin temor la copa envenenada, el creyente puede avanzar por la vida confiando en que Dios lo sostiene incluso en los momentos más inciertos.
– Fortaleza interior.
En la tradición, este vino se bebía antes de viajes arriesgados o circunstancias difíciles. Representa la fuerza que da el Señor a quienes se encomiendan a Él. La bendición pide expresamente salud del alma y del cuerpo, consuelo, paz y firmeza frente a las tentaciones.
– Alegría cristiana.
El vino, en la Escritura, es signo de fiesta, de alianza y de abundancia. En Navidad celebramos la llegada del Verbo hecho carne; en San Juan, esa alegría adquiere un matiz especial: es la alegría del discípulo amado, del que permaneció junto a Cristo hasta el final y dio testimonio de la vida eterna.
Beber el vino bendecido es, en definitiva, una forma sencilla de decir: “Señor, quiero vivir bajo tu protección y en tu alegría”.
La copa y la serpiente: un símbolo que atraviesa siglos
Desde la Antigüedad, los artistas representaron a San Juan con una copa de la que emerge una serpiente o un pequeño dragón, símbolo directo del milagro.
Esta imagen no alude solo al veneno convertido en inofensivo, sino a una verdad aún más profunda: Cristo vence al mundo, al pecado y al demonio, y su luz disuelve la oscuridad.
La serpiente que sale del vino se convirtió así en un recordatorio visual de que el mal no es la última palabra.
Los cristianos medievales lo entendieron bien: por eso bebían vino bendecido antes de afrontar momentos graves, confiando en la protección del Apóstol que había visto al Verbo de la Vida.
Además, la iconografía de la copa y la serpiente enlaza con la misión de San Juan como autor del Apocalipsis, donde aparece el gran dragón enemigo de Dios. De algún modo, el milagro de Éfeso es una anticipación de esa visión: el mal intenta atacar, pero es derrotado por la fe y por el poder de Cristo.
Una tradición que sigue viva en la Iglesia
Muchos fieles continúan llevando vino a sus parroquias el 27 de diciembre para recibir la bendición de San Juan. En otros lugares, el sacerdote ofrece un pequeño sorbo a los presentes al finalizar la Misa.
La práctica sigue siendo un gesto de fe sencilla, familiar y profundamente cristiana, que une la Navidad con la figura del discípulo que supo amar a Cristo con pureza y valentía.
Hoy como ayer, los cristianos beben este vino para recordar que el amor perfecto expulsa el temor, que Cristo protege a quienes confían en Él y que la alegría del Evangelio es más fuerte que cualquier veneno.







