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Imagen de bluf, envidia de plof

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¿Has notado que te caen bien ciertas tiendas, y ciertas no? La atención, el trato acompañan o no el ambiente que ahí se recrea. Si el trato no es satisfactorio, por más que ahí te sientas Alicia en el País de las Maravillas, te irás sin ganas de volver… y el comercio correrá el riesgo de hacer bluf. Como tantos comercios. Como tantas personas. ¡Bluf!

¿Recuerdas aquella vez? Entraste en un mundo de moda y seducción, como el que te hace sentir importante solo por pisar su umbral. Pero saliste decidido a no volver. El capataz aquel, con cara ácida y larga, no hacía más que criticar a los guapos, porque “están llenos de manías”. Eso es, como tú, que ibas allí a sentirte La Bella, y que cuando te mirabas en el espejo más de dos segundos, el martirizado resoplaba conturbado como si le clavaras una espada en el alma.

El pobre hombre ese, en vísperas de fiestas, las aguaba antes de que empezaran (como las agua ahora con más razón), quejándose de que antes iba de cabeza las vigilias señaladas, con tanto y tanto cliente que iba porque quería sentirse importante. Rememora que solo con saber que se acercaban fiestas de guardar, “sentía terror”; y ahora no pasa un alma por su establecimiento, “porque las personas, en la actualidad, tienen otras prioridades a la imagen, como hacer deporte” (¡él, que no da un paso, no da pie con bola!). ¡Vive en otro mundo, y se pierde este!

Ya con las primeras palabras, no hace falta que te esfuerces mucho en advertir que el desalmado pronuncia la palabra “imagen” con tal cara de asco que parece que te escupa un salivazo en plena cara. ¡Él, que tiene (en teoría) un establecimiento de imagen! Y sales deprimido, casi avergonzado de sonreírle a la vida y a un pobre diablo que, cuando te despides de él con un cortés “gracias”, te escupe su “¡ale!” de rigor, mirando al suelo con el palabro que le propina a su perra cuando la saca de paseo, y con la que parece que a ti te desee un desplome del sistema inmune al cruzar la puerta de salida.

Si ese pobre desheredado de la finura de espíritu (como tantos otros que quieren “la imagen” solo para ellos, y así la envidian en los otros) abriera los ojos, advertiría que, solo al girar la esquina, hay otro establecimiento más caro, más moderno, más chic, por donde a todas horas transcurren gozosas riadas de clientes que van a sentirse bien con su imagen en un establecimiento de imagen, que vende lo que predica y predica lo que vende, con ejércitos de dependientes en diferentes turnos las más de diez horas de apertura, y un servicio exquisito e impecable.

¿Por qué tanto criticón que hay por el mundo, no se esmerará en mejorar todo lo que critica? ¿Por qué tantas almas en pena que se arrastran por las cloacas de su propia cosecha, no procurarán esforzarse en −aunque solo fuera− sonreír por decencia? ¿Por qué costará tanto reconocer tanto bien que hay en el mundo, que debemos saber aprovechar para derribar el Mal que crece desfogado a nuestro alrededor, escampándose a sus anchas sin apenas resistencia? ¿No tendremos todos nosotros nuestra parte de culpa de que el Bien no consiga derribar de una vez el poder del diablo? Pregúntatelo, hermano, mi hermana del alma. Porque una cosa es ser depresivo, y otra gandul y tonto, incluso malo. Quizás tú dejaste para mayor gloria tu sonrisa colgada en el perchero, hace ya tanto tiempo, que a tu alrededor crece abonada la maleza. No olvides que un día llegará la siega, y serás tú el primer bastión derribado… para ser posteriormente juzgado. ¡Plof!

Twitter: @jordimariada

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