Trabajan con contratos basura (los que los tienen) y con nóminas de cuatro míseros ochavos pelados brutos por ocho o más horas de trisque (¡les exigen hasta dieciséis!), sin poder pagar el alquiler con holgura (los que no viven a cargo de otros), con lo que aún gracias si pueden comer ultraprocesados, que más que alimentar matan. No tienen más norte que acostarse cada noche con una persona distinta que van sacando de sus contactos del trabajo, la discoteca y hasta de la calle, sin entenderse con nadie que les cuestione su trinque.
¿Fornican día y noche y no saben fornicar? ¡Adónde hemos llegado? No debería extrañarnos, porque no saben ni tan solo qué es una relación de pareja ni qué es estar bajo autoridad, pues ni en casa la han vivido con sus padres, ni han sido educados con un mínimo de decencia aprendida de profesores ejemplares (eso, quien haya estudiado), puesto que sus ausentes formadores (término que indica “hacedor de forma”) han sido sus despreocupados padres o los enchufes de sus padres… o aquellos que se han plegado a la voluntad de sus padres, que son los que a su vez deberían haber sido previamente enseñados.
Nadie se ha esforzado en enseñarles a vivir ni a unos ni a otros, por desidia y poltronería, fruto del bienestar narcotizante que nos invade y paraliza. Nadie ha sabido sacar de ellos nada bueno, y siguen escaqueándose sin que ni el orden social les ponga en su sitio, pues en esta sociedad sin más orden que el “digo, ordeno y mando” viven de injustificadas paguitas de aquí y de allá, como si tuvieran derecho a vivir a cargo de la sociedad sin la contrapartida de su labor, estando como están en sus plenas facultades.
Las consecuencias de una vida perdida
Así, no es difícil que lleguen a enfrentarse con todo quisque con quien tropiezan −personal, laboral y social−, ya que se creen que son los dioses del Olimpo, merecedores de que les den pleitesía, actuando siempre como si esto fuera la ley del más fuerte, tratando de hundir al que les cuestiona el juego e intentar imponer por la fuerza lo que no saben ganarse con su valía, pues no valen ni lo que vale un trozo de papel de estraza sucio.
Como resulta que, alienados como malviven, quieren ser reconocidos como Superman sin más esfuerzo que exigirlo, acaba el patio por fregar, sin progresar en ninguna relación que les dé esa seguridad que buscan; aquella vida que deberían vivir en una relación de tú a tú, reconociendo cada uno la parcela del otro, con sus virtudes y sus defectos, pero los dos con implicación en lograr el entendimiento. ¿Qué futuro nos puede esperar como sociedad? O distribuimos bien el montante que a algunos beneficia en extremo para que sea beneficio de todos, o vamos muy mal. Es “el mundo al revés”: buen titular para una peli de ladras (léase ladrones de corazones).
Hay de todo
Tenemos también esos que pretenden vivir cobrando como el presidente sin hacer nada, sin formarse en nada, sin esforzarse lo más mínimo en el trabajo que se les ofrece y procurando zafarse de su cometido, aunque les estés regalando el contrato de su vida, pues se piensan que tienes la obligación de mantenerles el tren de vida que ven en la tele y las revistas de papel cuché.
Esta vida es una rueda, porque en ella todo tiene consecuencias, y hay que saber afrontarlas, agarrarlas y aceptarlas para gestionarlas adecuadamente, sin imposiciones que provengan de las pretensiones ciegas de una voluntad invasiva de imponer su ley subjetiva, sino que toda intervención debe ser de acuerdo con la justicia y la Verdad. Como ven en la tele que la ley se la hace cada uno, ¡ellos no serán menos! Así pues, malviven tragando por la fuerza la vida que ellos mismos se cocinan, perdido todo concepto de virtud y esfuerzo por mejorar.
Cambio de agujas
Hasta que se topan con un director que les para los pies. No es fácil, porque no hay por todo lo aducido buen mercado de trabajo, y encima la ley les ampara su desquite, porque los que hacen la ley salen propiamente de esos palanganas. Con todo, siempre hay que ser capaz de escoger el mal menor y tratar de pulirlo, lo cual ya hemos visto que no es fácil, puesto que lo apuntado recalca la evidencia de que formamos una sociedad de mediocres sometidos por tres o cuatro pardillos.
No obstante, todo tiene su lado bueno y lo tienen las personas, pero no se lo dejan sacar. Para intentar rehacer el entuerto, es fácil recurrir al engaño que todos aprehendemos queramos que no de muchos influencers y demasiados medios, pero no es el camino ético y sí es un abuso y una cobardía. Debemos partir de la base de que todos tienen dignidad de persona ante Dios, y desde ahí laborar a contracorriente para extraerla de cada cual, al tiempo que los formamos acompañando con delicadeza.
Pero como viven sin dignidad y no saben ya qué es −ni siquiera qué es qué−, pretenden evitar que les “domines” imponiendo “tu verdad”, porque se creen a pies juntillas que dignidad significa ser “auténtico” con lo que les sale del ombligo y el “hago-lo-que-me-da-la-gana” en que se rebozan.
Final e inevitablemente, de una manera o de otra, aturdidos y jadeando, acaban por intuir el grito de su conciencia, que −fiel a la naturaleza− les advierte de la realidad: que dignidad es una cosa muy distinta, lo acepten o no. Lo hablaremos la próxima semana.
Twitter: @jordimariada
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