Pasados unos días de descanso marcados por el diario, proseguimos nuestra incisión tras el anterior artículo de la serie en nuestro espacio de los viernes.
Para retomar el hilo, diremos −como ya apuntábamos− que la justicia social empieza en la persona. Si cada uno es justo, será justa la sociedad. No obstante, es más usual de lo corriente que debería ser, que uno chupa cuanto puede cuando puede, y al que no puede, se le deja depauperado. ¿Te has parado a pensar, hermano, mi hermana del alma, si estás chupando tú (o lo intentas) a tu propio hermano más de lo que deberías, con la etiqueta de “amor fraternal”?
Debes tener en cuenta que no todos estamos en disposición de dar, ni de recibir. Hay pobres muy pobres en carne o en espíritu que no pueden o ni saben dar, y la sociedad, su hermano les deben enseñar, no con amenazas, sino amándole. ¡Pero es que a veces ni cuando quieren amar se les deja! No te olvides de un detalle crucial: recordemos que el mejor maestro es el ejemplo. Por tanto, no quieras limitarte (que también es necesario) a explicaciones al uso, ni tampoco te pase por la cabeza (¡jamás!) lanzarle a tu hermano amenazas ni reprimendas, sino ama de verdad (que cuanto más cuesta, más amor es). Ama a tu hermano, y tu hermano (a su tiempo) aprenderá a amar. No caigamos tampoco en la bravuconada de ir de “salvadores de la Humanidad”, especialmente si no sabemos ni amamos como para poder hacerlo, y quizás tampoco somos los mejores oradores.
Tipologías del amor
Tampoco es sano “amar” o “ser amado” como a uno se le antoja. El amor es una experiencia de reciprocidad, y tiene sus tiempos, que no tienen por qué encajar con las pretensiones de cada uno; para empezar, porque cuando hay pretensión no hay amor. Decía mi amigo psicólogo Miguel Bertrán Quera (implantador en España de la psicología humanista de Carl Rogers): “El amor calienta − El amor quema. / Contradicciones del fuego − Contradicciones del amor”. Es así, porque, si la persona está enferma, la emoción que expresará estará enferma y el amor que comunicará no será sano. Será interesado. Será impostor. Y, en consecuencia, destruirá al impostor, al hermano y a cuanto tenga cerca.
Por otro lado, aunque es sano que el amor sea recíproco, siempre se expresa con virtualidades distintas y por ello no siempre captadas por el espíritu enfermo, que acaba exigiendo lo que cree suyo; pero el amor es desinteresado por naturaleza. En cuanto se inmiscuye el virus del interés, no solo desaparece todo amor, sino que incluso el amor se corrompe, y quema: es un crimen de lesa humanidad, que habitualmente pasa desapercibido por aquello del interés y el desequilibrio de fuerzas que siempre paga el débil, y si tan débil es, pierde toda su dignidad cuando es exigido por la sociedad o por su propio hermano, o −lo que es aún más grave− cuando la sociedad o su hermano le exigen al necesitado lo que ellos mismos deberían darle, en circunstancias en que el hermano no está en disposición de dar.
Es la indicada una circunstancia que se repite y se repite siempre hasta la saciedad si el que debe dar se niega en rotundo y hasta el desquicio a ver o que le hagan ver −por más razonado que le ofrezcan− que debe dar; y lo hace por la comodonería de no aceptar ninguna carga, camino que a menudo deriva en patologías individuales, grupales y sociales que −una vez más− acaba pagando el débil.
El amor en sociedad
Visto lo visto y escrito lo escrito, observamos fácilmente que nuestra sociedad está enferma. Enferma de amor, porque el amor que vive la mata, pues no es el auténtico amor. Entre nosotros, como individuos y como sociedad, el amor se vuelca muy a menudo sobre uno mismo de manera exacerbada, de manera que pierde la sanidad de la autoestima y se convierte en adulación del ego; entonces, puesto que el interés se adhiere a todo, se identifica sexo con amor, lo cual adquiere −en la actualidad− identidad y expresión psicopáticas derivadas del psicópata que se cree salvador, que deforman a la persona y conforman una sociedad psicópata.
Por eso hay tanto odio, enmascarado por un amor torcido perverso del que efluyen la pretensión y las ansias de dominio, incluso en obras que parecen santas, porque con mirada inocente o despreocupada, son vistas y asumidas como “caritativas”. La caridad no es decir que soy caritativo, sino serlo… lo cual la mayoría de las veces −si es auténtica− no se ve.
Sucede como con aquel pretendido “amigo” que te dedica llamaditas para, envuelto en voz de terciopelo, cautivarte, y así, autoafirmando su ego a fin de creerse más que tú, se deshace dicharachero con sus explicaciones y pormenores de cómo le va alrededor del ancho mundo, siendo usado por su organización −aunque él, agotado, no quiere verlo− como mensajero de directrices para imponer a sociedades depauperadas sus políticas de control de diversa índole auspiciadas por dinero oscuro. Eso sí, sutilmente −como toca− revestidas de “ayuda social”. …De manera que tu “amigo” se cree “el mensajero real”. No te da lo que necesitas; te da lo que él necesita darte. Por tanto, separemos toda ayuda humanitaria de intereses de cualquier tipo, ya sean personales, económicos, políticos o militares.
Estamos siendo testigos de una corrupción social (que ya hemos indicado que proviene de la personal) nunca antes vista; tan intensa y tan ubicua es que sabe sacar rédito hasta del propio mal que genera, revistiéndolo de bien; y cuanto más mal genera, en más “bien” se ahoga. Ante semejante panorama, la única respuesta válida es el amor. El amor sano. El amor que vive la Verdad. La Verdad que solo en una fuente se encuentra: Dios. Si no se encuentra, quema. Si se vive, regenera. Así −y no con llamaditas− podríamos aún, hermano, mi hermana del alma, ayudar al hermano, salvar a la Humanidad.
Twitter: @jordimariada
El amor es una experiencia de reciprocidad, y tiene sus tiempos, que no tienen por qué encajar con las pretensiones de cada uno Compartir en X









