Venden su alma al diablo. Aquel que Jesús nombra “Príncipe de este mundo” (Jn 12,31; 14,30-31). ¿Es eso lo que queremos, una sociedad de títeres descabezados que avanzan a impulsos que les impelen los mangones? Consecuencia de la corrupción generalizada que denunciábamos en el artículo anterior, los hay que gritan auxilio sin que nadie mueva un dedo más que la Iglesia que les acoge su desquicio en su caída, porque son los últimos que nadie quiere. Desengáñate, hermano, mi hermana del alma; aquel a quien tú no acojas pudiendo hacerlo, te será contado como falta. Y no olvides que “los últimos serán los primeros”, como afirma Jesús (Mt 20,16).
Hay tantos −lo sabemos ya− que viven una vida regalada, y otros que se la ganan. Todos saben si viven doble vida o no, pero solo aquellos cada día más escasos muestran ufanos (por más que sufridos) su piel pulida, expresión fidedigna de un corazón de oro. Unos pocos mangonean chanchullos para mantenerse en el florero, y los más luchan hasta la saciedad para conseguir sacar siquiera los labios del agua, y así recibir un poco de aire que los mantenga a flote. Si abres los ojos, descubrirás circunstancias propias y ajenas que no se corresponden, puesto que los hay que incluso disfrutan viendo cómo sudas tinta para sostenerte de pie, porque ciertamente los hay que te querrían derribao. ¿Qué sociedad podemos esperar de personajes así?
En ocasiones, debido a la falta de colaboración personal y social, por más que te esmeras en salir del agujero, no es posible hacerlo si no es con mucha suerte o hasta que la trama acaba por ceder en su desenfreno. Es por eso que, en nuestra sociedad 3.0., tantos acaban vendiendo su alma al diablo a cualquier precio, pues, aun sabiendo que hacen mal, prefieren tener el pan en la mesa, y es entonces que, engañados y engañando, van cediendo hasta que −cegados ante su propio desliz− llegan a no ser ya ni conscientes (porque culpablemente evitan pensar en ello) del mal personal, familiar y social que provocan con su actitud. Con la manduca en el puchero se limitan a vivir del papeo. Pero todo tiene su fin: culminan su consumición con el finiquito de final de temporada… cuando −en cuanto ni se esperan− Dios siempre acaba mostrando que solo Él, como Omnipotente, tiene la última palabra.
“…En la hora de nuestra muerte, amén”
En algo estamos todos de acuerdo. No sabemos qué sucede a continuación de este instante que llamamos ahora, pues el destino es imprevisible, pero inapelable, pues el tiempo no para. El camino a seguir nos viene bien marcado por nuestra conciencia, pero Dios nos ha hecho libres de seguirla o no. Es siempre −en última instancia− nuestra libertad la que determina la valoración de nuestros actos ante la mirada de nuestro Creador, que sabe y puede ver más allá, hasta lo que cada uno de nosotros no podemos siquiera imaginar. Podremos engañar y hasta traicionar al hermano, pero al Todopoderoso nada se le puede esconder.
Es por eso que es inútil encubrir nuestros actos vandálicos puesto que, como personas que pretenden ser “socialmente prevalentes”, con facilidad sucumbimos ante la imagen falsa que por soberbia algunos tienen de sí mismos, y que por celotipias y envidias mil aún se autoafirman a fin de prevalecer en el florero como planta perenne. Es inútil, pues la vida nos acaba mostrando (más contundente cuanto más tardamos en despertar de nuestro sueño) que todos nosotros no somos más que flor de un día.
Así es tal como algunos que se prestan al juego finiquitan personas, familias y sociedades… y sucumben. Pues, como también profetiza Jesús, “ahora el Príncipe de este mundo será lanzado fuera” (Jn 12,31). No te vendas, hermano, mi hermana del alma. Esmérate en hacer el bien sin mirar a quien, sin excusarte de tu responsabilidad fraterna, pues el tiempo se te acaba. Para ser merecedor del perdón que debes merecer ante tu hermano, Dios el Omnipotente te advierte: “Tus víctimas han vencido, ahora vence tú”. Los hay que, tras su último suspiro, llegan tarde. Aprende de su muerte; tu vida no pende de ti: eres tú quien con tu vida te sancionas, y es Dios quien te juzga, con su sentencia que prevalece más allá de tu voluntad. Ahí, en la Eternidad, todos acabamos sociedad de santos o demonios en saciedad. Llegas a tiempo. ¿En qué lado quieres vivir tu eternidad?
Twitter: @jordimariada
Los hay que gritan auxilio sin que nadie mueva un dedo más que la Iglesia que les acoge su desquicio en su caída, porque son los últimos que nadie quiere Compartir en X









