Convenimos en que el demonio se presenta tras cinco actitudes: como un seductor, como un acusador, como quien divide, como un mentiroso y como homicida. Es decir, hagamos ahora el esfuerzo de distinguir, discernir, lo que procede de Dios y lo que procede del demonio.
Cuando nos encontramos con mentiras por sistema; con personas que acusan sistemáticamente a los otros, incluso como forma de eximir o evitar su responsabilidad; con quienes dicen y hacen para conseguir como fruto la división por la división; con quienes tienen formas seductoras, es decir, trabajan sobre la apariencia con estrategias de disuasión, de carisma incluso; con quienes con sus palabras o actuaciones matan la fama, el cuerpo, la imagen o el alma de otros, debemos plantearnos, entonces, de qué espíritu proceden esas actuaciones. En los otros y también en nosotros.
Ya nos advirtió el Papa Francisco, a través de su portavoz, el pasado 29 de septiembre de 2018 acerca de las estrategias actuales del demonio dentro de la Iglesia y de la necesidad de rezar, rezar constantemente, para “pedir a santa Madre de Dios y a San Miguel Arcángel que protejan a la Iglesia del diablo, que siempre pretende separarnos de Dios y entre nosotros”.
Y añadió: “La oración –afirmó el Pontífice el 11 de septiembre, en una homilía en Santa Marta, citando el primer capítulo del Libro de Job– es el arma contra el gran acusador que ‘vaga por el mundo en busca de acusaciones’. Solo la oración puede derrotarlo”.
Pues eso…