La familia formada entre un hombre y una mujer es la primera sociedad natural, la primera comunidad en la que el ser humano experimenta como ser social. Po resso, ese primer segmento social hace una contribución única e irremplazable para el bien de cada ser humano en su sociedad.
Un estudio de la estadounidense The Family Watch constataba que los progenitores enlazados a través del matrimonio tradicional y sus hijos estaban mejor situados que los hijos de familias que habían sufrido el divorcio de los padres, las parejas de hecho y los hogares monoparentales.
La investigación constataba que estos niños tienen mejor robustez, menos indigencia y tasas bajas de embriaguez y otras adicciones. Además, estos hijos presentan menores índices de frustración escolar y fechorías juveniles, menor repetición en las relaciones carnales precoces y embarazos no deseados; otro dato significativo es que en sus casas hay menos violencia doméstica.
Más datos que caracterizan a la excelencia social del modelo de familia tradicional es que, por ejemplo, los índices más bajos de embriaguez y consumo de drogas entre los que componen los hogares estables son una descarga para los servicios sociales establecidos. Otro aspecto a tener en cuenta es que, según un estudio británico empleado por The Family Watch, estima en 26.000 millones de euros al año el dinero que cuesta a Inglaterra las rupturas conyugales.
El matrimonio homosexual versus heterosexual
El matrimonio está sufriendo ataques que pretenden independizarlo de la ley natural. La protección de la familia ha pasado a un segundo orden y se acelera la desintegración del sistema social hasta ahora conocido. Los impulsores de estas ideas consideran que el matrimonio entre un hombre y una mujer, así como la “paternidad”, la “maternidad”, la familia y el matrimonio, como frutos de una cultura ya rebasada. Además, lo consideran fruto de unas creencias religiosas que nada tienen que ver con la tendencia natural de la procreación.
En una visita a España, en secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, defendió la vigencia de la Declaración de Derechos Humanos de 1948, afirmando que: “La Iglesia proclama que la vida familiar está fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, unidos por un vínculo indisoluble, libremente contraído (…) Desde su concepción, los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y con la madre, que los cuiden y acompañen”.