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La importancia de una buena literatura heroica para niños y jóvenes

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Los niños necesitan héroes. Pero no superhéroes descafeinados, ni youtubers, ni celebridades de moda. Sino héroes literarios que ayuden a su formación intelectual, moral y emocional. La literatura infantil y juvenil es mucho más que entretenimiento. Las grandes historias pueden ser la brújula que guíe a los jóvenes.

Historias que forjan el carácter

Los primeros relatos que escuchamos moldean nuestra visión del mundo de forma indeleble. La infancia es el tiempo del asombro y de la formación de principios. Si en esa etapa se les priva a los niños de historias que los impulsen a trascender y abrazar ideales más altos, el resultado será una generación desorientada, incapaz de distinguir entre lo noble y lo ruin.

Aquí radica la importancia de la literatura heroica: no solo ofrece aventuras, sino que proporciona mapas morales para navegar la complejidad de la existencia humana.

Hoy, sin embargo, nos enfrentamos a una crisis de referentes. Las narrativas contemporáneas presentan héroes moralmente ambiguos, desprovistos de convicción y atrapados en una realidad líquida donde todo es interpretable y relativo. Este vacío moral no es casual; responde a una agenda que busca moldear individuos maleables, sin raíces ni certezas.

Ha proliferado una plaga sibilina de relatos infantiles y juveniles que relativizan la verdad y glorifican la incertidumbre.

Desde los mitos clásicos hasta los cuentos tradicionales, las grandes historias han transmitido verdades universales a través de personajes que enfrentan pruebas, toman decisiones difíciles y, al hacerlo, revelan la grandeza del espíritu humano.

Necesitamos recuperar estos relatos que exaltan la virtud y muestran el sacrificio como un acto de amor y redención, en lugar de reducir la ficción a un mero entretenimiento sin profundidad.

La persona humana no solo razona: también intuye, sueña y se maravilla. La literatura heroica activa estas dimensiones profundas de la mente y el corazón, permitiendo que los jóvenes accedan a verdades que escapan a la frialdad del análisis meramente racional.

Un niño que crece rodeado de historias donde el bien y el mal están claramente definidos, donde el esfuerzo y el sacrificio llevan al crecimiento personal, tendrá muchas más herramientas para interpretar el mundo de manera íntegra y equilibrada.

Restaurando el imaginario heroico

La modernidad ha diluido la figura del héroe, reduciéndolo a un mero antihéroe cínico, atrapado en sus propias contradicciones, sin aspiraciones trascendentes. Sin embargo, la humanidad ha necesitado siempre modelos a seguir: figuras que representen lo mejor del espíritu humano y lo impulsen a aspirar a algo más alto que la mera complacencia personal.

Flannery O’Connor decía «Contar una historia es una forma de decir algo que no se puede decir de otra manera».

Los verdaderos héroes no buscan su propio beneficio ni actúan en función de la conveniencia. Saben que el bien no es negociable y que su deber es combatir el mal, sin importar los riesgos, sin importar el costo. No esperan que las circunstancias les sean favorables ni que el esfuerzo sea recompensado de inmediato. Simplemente hacen lo correcto, porque hacerlo es su razón de ser.

No se trata de regresar a historias simplistas, sino de recuperar relatos que reflejen la verdad profunda de la existencia: el sufrimiento tiene sentido, la valentía es necesaria y el amor auténtico transforma.

La literatura con valores católicos para jóvenes está en peligro de extinción. No es de extrañar, pues, que tantos jóvenes católicos, carentes de una literatura que les hable en su propio lenguaje, acaben dejándose arrastrar por el mero entretenimiento secular.

Sin historias que alimenten su imaginación cristiana, su fe queda desconectada y relegada a un rincón de su intelecto, asfixiada por imágenes mundanas. La literatura heroica ha servido históricamente como contrapeso a esta posible fragmentación.

Lo bello de todas estas historias literarias heroicas es que de alguna forma se viven. Y un alma que ha vivido el sacrificio de un héroe íntegro, la batalla de un santo contra el mal, la belleza de un mundo en orden, difícilmente podrá entregarse con indiferencia a la vulgaridad reinante.

La literatura no es solo un pasatiempo: es el terreno en el que se libra la batalla por la destrucción de la imaginación de nuestros jóvenes, y quien controla la imaginación, tarde o temprano, controla también la voluntad.

Si bien los adultos pueden ser capaces de hacer frente a tal ambigüedad moral, no ocurre lo mismo con los lectores más jóvenes, que no han tenido la oportunidad de desarrollar una visión cristiana madura del mundo lo suficientemente fuerte como para hacer frente a tal engaño.

El resultado final de la gran popularidad de libros relativistas y sentimentalistas es la formación de una mentalidad naturalista y anticristiana entre muchos de los lectores que han sido educados con ello.  Y así, los estándares de literatura infantil y juvenil  se bajan continuamente a medida que la sociedad vuelve gradualmente a una forma de paganismo.

La imaginación de los niños y jóvenes es un territorio sagrado. Allí se siembran las ideas que moldearán su futuro. En tiempos de crisis de identidad y valores, las historias que elijan leer serán determinantes. Como dice la máxima medieval: Ubi amor, ibi oculus («Donde está el amor, está el ojo»). Solo quien ama la verdad puede verla. Y es tarea de la buena literatura hacerla visible a las nuevas generaciones.

Lo bello de todas estas historias literarias es que de alguna forma se viven. Y un alma que ha vivido el sacrificio de un héroe íntegro, la batalla de un santo contra el mal, la belleza de un mundo en orden, difícilmente podrá… Share on X

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