Hay tradiciones que se heredan y conservan como un tesoro del alma, porque iluminan la fe de un pueblo.
Entre ellas, pocas son tan hermosas como la antigua celebración de la Misa Rorate Caeli, ofrecida en honor de la Virgen María durante los sábados del Adviento, e incluso —según antiguas costumbres locales— a lo largo de la entera semana de la O.
Rorate Caeli: “Destilad, cielos, al Justo”.
Un ruego profético que Israel dirigió al Cielo por siglos… y que la Iglesia hace suyo mientras aguarda la Natividad del Señor.
La peculiaridad de esta Misa asombra a quien la presencia por primera vez: se celebra en completa oscuridad, antes del amanecer, iluminada únicamente por la luz temblorosa de las velas y por los faroles que llevan los fieles.
Es la liturgia misma la que predica: antes de Cristo, el mundo estaba sumido en sombras; sólo cuando llega el Hijo de María, la Luz verdadera, comienza el día de la gracia.
Una liturgia que canta el anhelo del mundo por su Redentor
Estas Misas reciben su nombre del Introito, tomado de Isaías 45,8:
“Rorate, caeli, desuper, et nubes pluant iustum; aperiatur terra, et germinet Salvatorem.”
“Gotead, cielos, desde lo alto, y que las nubes destilen al Justo. Ábrase la tierra y brote el Salvador.”
Este clamor atraviesa toda la liturgia tradicional del Adviento: aparece en el Misal, en el Breviario, en las Vísperas y en otros oficios diarios. Es la súplica universal del alma que espera a Cristo, la oración de Israel y de la Iglesia, de los profetas y de las vírgenes prudentes, de los santos y de los sencillos.
El Rorate, cantado en la penumbra por generaciones de fieles —monjes, campesinos, familias enteras caminando con lámparas encendidas— ha tejido una conciencia espiritual profunda:
quien espera a Cristo siempre espera en la noche, pero siempre con lámpara en la mano.
Una Misa antes del amanecer
La Misa comienza antes de que el sol se alce.
El sacerdote, en lugar del morado penitencial, viste ornamentos blancos, porque esta Misa es un homenaje a la pureza de María, Aurora de la Redención.
Los niños caminan hacia el templo a través de la oscuridad invernal, llevando pequeñas luces, signo de ese anhelo sencillo que María inspira.
Cuando el sacerdote entona el Rorate caeli, la iglesia aún está envuelta en tinieblas. La procesión avanza lentamente. El mundo antiguo —seco y en sombras— parece escuchar de nuevo la promesa de que la tierra se abrirá y brotará el Salvador.
Y entonces, después de la súplica, suena el Gloria. Es el estallido de la luz.
Las velas se multiplican. Algunas iglesias encienden sus lámparas en ese instante.
Es la Natividad anticipada: Cristo, luz de luz, irrumpe en la noche humana.
Al concluir la Misa, el cielo comienza a clarear. No es sólo un amanecer natural: es un signo, un sacramento silencioso del Adviento. La creación misma parece unirse a la liturgia para recordar que Cristo viene a disipar toda oscuridad, todo pecado, toda muerte.
Las lecturas: la Virgen que espera y el Rey que viene
Las oraciones de la Misa Rorate hacen memoria de la profecía de la Virgen que daría a luz a Emmanuel. Invitan a abrir el corazón —y también las sociedades— para que Cristo Rey entre y reine, no sólo en el alma, sino en la cultura, en la vida pública, en la familia.
Es una liturgia profundamente pedagógica:
enseña a esperar,
enseña a desear,
enseña a dejar que la Luz atraviese lo que todavía está en tinieblas.
Adviento: el amanecer de Dios
El Adviento no es la plena luz de la Navidad; es la primera claridad en el horizonte. El alma lucha aún con sombras, pero ya sabe que el Sol llegará. Por eso el Adviento es un tiempo de esperanza penitente: un avanzar lento, pero decidido, hacia la Luz.
Las velas en la Misa Rorate no son un adorno, son un símbolo profundo: representan el deseo ardiente del corazón humano por el Salvador, deseo que precede y prepara la Encarnación.
Una tradición que sobrevivió en la memoria del pueblo cristiano
Aunque la reforma litúrgica no prohibió estas Misas, su práctica se redujo. Subsistieron con especial fuerza en los países de lengua alemana y en algunos lugares donde la piedad popular mantuvo viva la llama.
Joseph Ratzinger —años después Benedicto XVI— recordaba con ternura las Misas Rorate de su infancia:
«En Adviento, por la mañana temprano, se celebraban con gran solemnidad las misas Rorate, en la iglesia aún a oscuras, sólo iluminada por las velas. La espera gozosa de la Navidad daba a aquellos días un sello muy especial.»
Esta nostalgia —que no es sentimentalismo, sino memoria espiritual— revela la fuerza formativa de una liturgia que educa en la esperanza sobrenatural.
El Papa Francisco y una tradición viva
Lejos de desaparecer, la Misa Rorate ha vuelto a brotar en muchos lugares. El Papa Francisco mismo, en 2016, animó a los fieles polacos a vivir esta costumbre como preparación espiritual:
«El Adviento es ocasión para profundizar la fe… Que les ayude la participación en la Misa matutina Rorate.»
Es un signo hermoso: la Iglesia, en su diversidad de ritos y sensibilidades, reconoce en esta Misa un camino seguro hacia Cristo, a través del corazón de su Madre.
Una invitación final: encender la lámpara
La Misa Rorate nos recuerda que, aunque el mundo parezca oscurecerse, Cristo no deja de amanecer.
Cada vela encendida en la noche del Adviento es un pequeño retorno a Belén, un acto de resistencia luminosa, un gesto de fe mariana:
Él viene. Él no tarda.
Y María, que es Aurora y Estrella, nos guía por la penumbra hasta el día sin ocaso.










