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La nueva Kulturkampf espaƱola

Entre 1871 y 1878. Bismark desencadenó una verdadera guerra cultural contra la Iglesia y los católicos agrupados en torno a Zentrum, la agrupación polĆ­tica que defendĆ­a a la minorĆ­a católica, y que ha pasado a la historia con el nombre de Kulturkampf, es decir ā€œlucha culturalā€.

En EspaƱa rige de la mano del gobierno SĆ”nchez y de buena parte de los partidos que lo apoyan una nueva versión de la Kulturkampf, pero sin organización polĆ­tica que defienda al catolicismo y con una institución eclesial, que parece preferir contar las bajas antes que hacer oĆ­r su voz, dejando que la ā€œverdadā€ la construyan las fuerzas que han desencadenado esta guerra cultural, cuyo Ćŗltimo capitulo es el de los ā€œescĆ”ndalos sexualesā€. Un uso abusivo y demagógico de una realidad que, siendo malsana, afecta a una Ć­nfima minorĆ­a de sacerdotes y religiosos, pone en todo caso y en tĆ©rminos reales sobre los riesgos del homosexualismo pedófilo, y corresponde en la mayorĆ­a de los casos a una Ć©poca pasada. Pero, en lugar de responder a los ataques con la verdad de los hechos la Institución eclesial, incluso en sus niveles mĆ”s elevados, parece preferir jugar en el terreno que le seƱalan los que han desencadenado la Kulturkampf.

Y todo esto se da en un contexto abrumador de leyes contrarias a la concepción cristiana y a la ley natural, sin que se encuentre una voz pastoral que, con la misma o mayor intensidad y continuidad en el tiempo, instruya y advierta a los fieles y los llame a cumplir con su deber, que en este Ômbito no es otro que el hacerse presentes de manera organizada en el espacio público político.

Al contrario, para una determinada visión pastoral parece bastar con apelar continuamente a la vida individual de la fe en Cristo, en unos tĆ©rminos que, en ocasiones, se asemejan a los de un manual de autoayuda en lo que se refiere a la autorrealización personal, en este caso en el seguimiento de Cristo. Pero esto, aunque necesario, resulta incompleto si no se educa al mismo tiempo en el sentido de pertenencia al Pueblo de Dios. Hay en toda esta pastoral un trasfondo de ontologĆ­a liberal, donde solo existe el individuo y su salvación, las buenas obras individuales, la ayuda solidaria sin atender a las causas del mal que se intenta remediar, y todo ello mediante una especie de ā€œcontrato socialā€ entre este individuo aislado y la Institución eclesial. El Pueblo desaparece y queda reducido a una multitud de relaciones individuales. Pero esto no va asĆ­. Si el Pueblo de la Nueva Alianza existe se ha de manifestar como tal en el espacio pĆŗblico polĆ­tico, que es donde aportamos y ejercemos nuestras virtudes cristianas de manera organizada para el bien de todos. Entonces el testimonio sĆ­ que se vuelve visible, y con el va la visibilidad de la Iglesia y el mandato recibido,ā€ Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criaturaā€ (Marcos 16,15). La presencia y visibilidad de la Iglesia, y por tanto de su palabra, es condición necesaria para que la verdad de Dios sea conocida por los hombres.

Ofrecer una alternativa a la actual Kulturkampf requiere dos condiciones.

La mÔs obvia, la voz eclesial que resuene clara y persistente en todos los Ômbitos y, segunda condición, un sujeto colectivo cristiano presente en la vida pública donde los laicos desarrollen su misión en la sociedad, la cultura y la política de manera organizada.

Esta concepción de la polĆ­tica responde a la gran tradición de Occidente, ahora olvidada, que expresa Aristóteles (PolĆ­tica, III, 5, 1280 (a i b).: Ā«los hombres no sólo se han asociado para vivir, sino para vivir bien… Todos los interesados en una buena legislación estĆ”n interesados en la virtud cĆ­vica y la iniquidad. Por lo tanto, tambiĆ©n estĆ” claro que la ciudad que realmente lo es, y no sólo de nombre, tiene que preocuparse por la virtud; porque si se limita a una garantĆ­a de los derechos de los demĆ”s, como sostiene Licofrón el sofista, deja de ser capaz de hacer a los ciudadanos buenos y justosĀ«. Los cristianos como personas de Dios creen que la verdadera liberación excede la dimensión terrenal e incluye la conversión del corazón en el seguimiento de Jesucristo, y al mismo tiempo comparten aquella concepción aristotĆ©lica, en una articulación que puede expresarse en estos tĆ©rminos. ā€œLa grandeza y la primacĆ­a de la liberación interior no deben distraer ni frenar el esfuerzo por corregir y mejorar este mundo (…) Una conversión autĆ©ntica nos hace ver mĆ”s claramente la grandeza del hombre y el plan de Dios sobre la humanidad y toda la creación (…). Debe alcanzar el nivel económico, social, polĆ­tico, culturalĀ». (Conferencia Episcopal Tarraconense. ā€œMinisteri Pasqual i Acció Alliberadoraā€. 1974. pĆ”g. 26. 40 i 42).

Ā«Los seglares deben procurar, en la medida de sus fuerzas, transformar las estructuras y los ambientes del mundo, si en cualquier caso incitan al pecado, de modo que se ajusten a las reglas de la justicia. Por lo tanto, impregnarĆ”n la cultura y el trabajo humano de sentido moral. De este modo, el mundo es preparado para recibir la siembra de la palabra de Diosā€. (Lumen Gentium 36).Ā  De esta manera toda estructura, relación de producción, instituciones, normas legales, organizaciones, que no respeten, no consideren en una medida suficiente o lesionen los derechos fundamentales de la persona deben ser corregidas, perfeccionadas o sustituidas mediante una acción de los cristianos, cuyo plural exige una lógica organización.

Esto es lo que hay que decir, esto es lo que hay que hacer, y su evidencia es tan abrumadora que es digno de meditación y rezo, ¿por qué no sucede?

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