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La realidad de la dictadura de la ideología de género

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Lea por favor esta frase “Lo que ha ocurrido -se refiere a Estado Islámico- es un sangriento choque dentro de una civilización: el islam. La inmensa mayoría de víctimas del terrorismo a nivel mundial son musulmanes inocentes asesinados o heridos por musulmanes radicalizados. Los ataques terroristas islamistas contra europeos y estadounidenses han sido graves y siguen siendo una amenaza real (…) Pero el número de víctimas del terrorismo islamista en EEUU y Europa es bajo en comparación con las muertes que causan esos terroristas en países musulmanes”. Corresponde a parte de un artículo escrito por Moisés Naím (El Islam en números), y uno de sus fines es mostrar que el terrorismo no es una consecuencia tanto del Islam, como de la percepción radicalizada -equivocada- de un grupo en su seno. Un grupo, por cierto, numeroso y hasta ahora en expansión -esto lo añado yo. Muestra, porque es así, que los primeros perjudicados por esta propensión a la violencia de algunos son los propios musulmanes, y que siendo de lamentar las víctimas occidentales su número es bajo comparado con aquellos.

Esta frase y sobre todo el razonamiento que entraña es políticamente correcta, y sería firmada por la inmensa mayoría de partidos políticos y medios de comunicación de nuestro país, con énfasis variable en uno u otro aspecto, pero siempre asumida.

Hagamos ahora el ejercicio de sustituir terrorismo de los musulmanes radicalizados, por violencia de género, y referida a los hombres. Podríamos decir algo parecido, con la diferencia de que, en proporción dentro del grupo, los hombres violentos serían una ínfima fracción del conjunto de hombres, y que el número de mujeres heridas y muertas por un hombre sería pequeño en relación al total de víctimas heridas y muertas.  Esta frase si la compusiésemos, si afirmáramos que la primera víctima de la violencia es el hombre, que los responsables solo son un puñado de radicalizados, y que hay que evitar las muertes femeninas, pero que la cifra es baja. Si alguien se atreve a escribir eso, será censurado, vituperado, descalificado acusado de machista, patriarcal y vete a saber de qué más. Será una descripción políticamente incorrecta. Pero ¿por qué? ¿Acaso no describe una realidad tan o más cierta que la primera?

Además, en el caso musulmán, encontraremos la posibilidad de entresacar textos sagrados que más o menos justifiquen aquella violencia sistemática, masiva, extrema, mientras que en la violencia de algunos hombres carece de todo contexto teórico que mal que bien lo justifique. Son arranques en solitario, con una excepción no menor: la cosificación de la mujer, que encierra la prostitución y la adición a la pornografía, que en nuestro país no solo son culpables de nada, sino que todo un amplio sector del progresismo lo celebra como una normalización de las relaciones humanas.

Es evidente que vivimos bajo una dictadura cultural y moral que se traduce en la práctica, y que se expresa en contradicciones como la apuntada.

Lo más interesante del caso es que existen mujeres y hombres que rechazan el razonamiento, sin ni siquiera planteárselo. Están abducidos, alienados por esa dictadura de las ideas que impide reconocer la realidad. Una sociedad que funciona bajo esas premisas acaba estrellándose contra sí misma.


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