La alegría, el optimismo, la visión positiva debe ser el modo habitual de considerar los acontecimientos de la vida. Y sin embargo, con demasiada frecuencia nos dejamos dominar por el pesimismo y la tristeza.
Es un dolor contemplar cómo los hombres —jóvenes y mayores— en su familia, en su trabajo, en sus relaciones con los demás, dejan asomar el cansancio, la desilusión, el malhumor. Podríamos decir que nuestro mundo da la impresión de ser un mundo triste, falto de alegría. No nos podemos dejar engañar por esas manifestaciones aparatosas de una falsa alegría que es meramente superficial: cuando buscamos la alegría en placeres pasajeros, en comportamientos artificiales, enseguida nos damos cuenta —pasado el primer momento de euforia— de que ahí no está la verdadera alegría.
«El egoísmo es causa de la tristeza».