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Las endorfinas de la oración

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Dicen que los actuales cincuenta son los nuevos treinta. También aseguran que a los cincuenta empieza la pista de bajada. Los menos afortunados señalan que para ellos a los cincuenta empieza la etapa “de mantenimiento”. Pero incluso los hay muy desdichados, que viven en un círculo cerrado de sufrimiento ya a edades muy tempranas. Yo digo que paso de los sesenta y nunca me he sentido más joven: estoy acumulando juventud.

Pero nada de eso es cierto… excepto la última premisa, pues siento que mi espíritu está más vivo que nunca, y con él trato de sobrellevar los años, que no siento pesar especialmente (he pasado momentos mucho más cargantes en la adolescencia, por ejemplo). Será cuestión de percepción. En realidad, la bajada empieza al nacer. El proceso de la vida empieza con la fecundación y eclosiona en su gestación en el momento del nacimiento, pero no acaba hasta la muerte, teniendo en cuenta que a continuación la vida sigue en otro plano, ya sin años.

El tiempo pasa, y en él suceden muchas cosas, algunas de las cuales nunca deberían haber sucedido, por lo cual comportan daño a los otros, pero también a uno mismo, que se convierte en culpable. Con todo, hay eventos que en muchos casos provocan un elevado grado de sufrimiento en quien los soporta, mientras que quien los ejecuta se siente liberar endorfinas. Las endorfinas son hormonas que en y desde el cerebro estimulan al organismo, ¿cómo, pues, suceden a un acto intrínsecamente malo? Sadismo. Enfermedad. Autoafirmación. Y luego, el bajón de la carencia: el mono del drogadicto, que se queda sin endorfinas hasta el próximo subidón subsiguiente a un nuevo acto malo.

En efecto, hay personas malas o equivocadas que consideran que ellas son el centro del Universo. Cierto que lo son de su universo muy en minúscula, pero jamás de la totalidad del espacio que habitan. Su mundo es tan enano y su criterio tan ensimismado, que no ven más allá de la punta de su nariz… o, a lo más, de su ombligo, de manera que reaccionan atacando por activa o por pasiva, lo cual en ellos libera sensación de vivir sin necesidad de Coca-Cola. ¿Es eso justo? Ciertamente, más económico, pero les pasa factura tarde o temprano, pues el Mal llama siempre al Mal. Por añadidura, el efecto puede comportar la anulación activa o pasiva de la vida.

En realidad, el círculo del sufrimiento al que nos hemos referido puede ser abierto o cerrado. Será cerrado cuando el desdichado −aun sin cargar con excesivo peso− no trasciende de su yo; sin embargo, los hay que soportan cargas tremendamente invalidantes, pero viven una recia vida de superación, oración y donación a sus semejantes, tanto si estos están dentro de su entorno más cercano como si son seres que habitan en la lejanía y que ni siquiera conocen. Cuestión de entrega. Espíritus valientes. Demuestran que el círculo fatídico del Mal se puede romper solo con amor.

Vemos, pues, que el sufrimiento es siempre una emoción relativa, que puede ser especialmente desproporcionado respecto a la carga que soportamos. Los hay que objetivamente sufren parálisis de cuerpo o mente y gozan de una vida plena, en que es precisamente su sufrimiento el que les impele a entregarse en cuerpo y alma a los otros, cosa que suelen aprehender por amor y hasta por santidad; mientras que para otras personas puede ser una gran contradicción y paralizante el solo hecho de no poder chupar un caramelo. ¿Dónde está, pues, el detonante de tales percepciones?

Lo hemos mencionado de pasada. La vida la vivimos según la enfocamos. Si nos focalizamos en nuestro ombligo, siempre le encontraremos si es grande o pequeño, pálido o moreno… y de esta manera podemos llegar a sufrir tanto como para no levantarnos de la cama para que nadie nos vea. Pero el amor mueve montañas, generalmente en silencio.

A la vista de que a menudo el más feliz es el que más carga, será, pues, objetivo y atinado reconocer que todos podemos llevar una vida constructiva de grandes gestas que nos llenen el alma de bienestar y gozo, puesto que en ella está (en el alma) la razón de toda percepción. Será, entonces, acertado cuidarla, y la mejor manera de hacerlo es llevando una vida de oración sincera. La oración (a condición de que no sea falsa) son las endorfinas de cuerpo y alma; su agente es, en última instancia, Dios omnipotente. Y Él lo puede todo: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en Él” (1 Jn 4,16). ¡Asgámonos a Él!

Twitter: @jordimariada

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