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Los «pilares» de la educación

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Cuando uno forma una nueva familia vive entusiasmado, y todo se hace fascinante. Y cuando nacen los hijos, los padres dan lo mejor de sí por ellos… El corazón se agranda.

Entonces nos podemos preguntar: ¿cómo educar a nuestros hijos?, ¿qué referente tenemos, cómo nos guiamos? Porque todos los padres queremos que lleguen a ser felices en la vida, que puedan perseguir sus sueños, que potencien sus cualidades, que se guíen por unos valores y principios, y puedan mejorar el mundo…

Queremos que crezcan como personas, que desarrollen su potencialidad y puedan ser libres para dirigir su vida… Y de esta forma amar, preocuparse de los demás. Y como consecuencia, serán felices. Esto es tan importante, que educar puede resumirse en una idea: «enseñar a querer». 

Pero, a veces nos enfocamos en metas muy cortas, como por ejemplo intentar que tengan muchas habilidades, que cursen una carrera que esté de moda, o la que tenga más rentabilidad…, sin pensar tanto en que se desarrollen plenamente como personas, con su propia singularidad y talentos.

Tenemos que ayudarles a que alcancen lo que están «llamados a ser”?. Entonces, ¿qué objetivos podemos tener?, ¿cómo llevarlos a la acción,  aprovechando el tiempo concreto del que disponemos?

La educación de la persona se realiza desde su nacimiento. El día del «sí quiero», los padres nos comprometemos en construir ese amor que despunta, origen y fuente de su vida, y de su desarrollo posterior. Cada hijo nos otorga el derecho y el deber de hacerlo feliz, y nos confiere el título personal de educadores suyos. Necesita todo nuestro cariño y atención para desarrollarse bien. Estar inmerso en ese ambiente familiar saturado de cariño. Por tanto, de nosotros depende su realización como persona: que tenga una vida lograda y pueda feliz.

Con palabras de Chesterton: «Al nacer y entrar en la familia entramos de verdad en un mundo incalculable que tiene sus leyes propias y extrañas, que podría muy bien continuar su curso sin nosotros, pues no lo hemos fabricado nosotros. En otras palabras, cuando entramos en la familia, entramos en un «cuento de hadas».

Y para ello necesita especialmente del cariño recíproco de los padres, fuente de confianza y seguridad, para hacerse partícipe de él. Es necesario que se lo mostremos mil veces al día… con achuchones, besos, caricias, sonrisas… Nada es demasiado.

Por tanto, es la tarea más importante que tenemos entre manos los padres. Podemos recibir ayudas externas, pero somos los primeros y principales encargados de dicha misión. Y esa misión nos capacita para ser verdaderos líderes, dar lo mejor de nosotros y descubrir y estimular lo mejor de ellos.

Por otra parte, de cómo nos queramos los padres dependerá lo que aprendan nuestros hijos. Les transmitimos un modelo y referente de amor, además del cariño. Y ese amor les dará energía para crecer y madurar, al sentirse de veras queridos… Aporta ese ambiente de confianza que necesitan, y hace que se potencie el vínculo de apego en familia en las primeras etapas de la vida. Además, les otorga una sana autoestima, basada en el cariño con el que les tratamos, para valorarse y acometer lo que se propongan.

Al hablar de “pilares de la educación”, primero  pensamos en el referente de los padres. La educación que recibe el niño depende de la calidad de la formación personal de los padres. Y ésta se refiere, no sólo a la preparación intelectual, sino también a la adquisición de unas cualidades, hábitos, virtudes, y modo de comportarse, que los niños imitan. Porque están todo el día contemplándonos, y necesitan aprenderlo todo… de quienes les quieren. Marcamos una senda…

Por eso, si intentamos vivir con coherencia unos valores, guiados por principios, que por tanto no pasen con las modas, estamos dando una buena educación a nuestros hijos. Se trata de formarnos, y de mejorar como personas, para esta tarea tan esencial y relevante para ellos, que a veces tan poco se valora…, pero imprescindible.

Cada niño que viene a este mundo está pidiendo: “sed como queréis que yo sea, dadme ejemplo”. Este es el regalo y el legado que debemos dejar a nuestros hijos. Y es importante percatarnos de que estamos educando siempre, nos demos cuenta o no, estemos cansados o no, tengamos prisa o no… Es la labor más apasionante que tenemos, y la que nos aportará mayor dicha. Y está en juego la plenitud personal de cada hijo, y por tanto su felicidad futura.

En la educación de los hijos, los buenos hábitos que se aprenden en familia son fundamentales, y tienen mucho que ver con la plasticidad y desarrollo cerebral. Te escribo sobre el desarrollo y el aprendizaje, junto con esos hábitos en edades infantiles, en el post “Plasticidad” I.

Conocer los ritmos naturales en los que desarrollan determinadas capacidades y destrezas es bueno para ayudarles a crecer, sin perder de vista la singularidad de cada uno, sus cualidades y características, que debemos descubrir, y ayudar a fomentar.

Partimos de las características heredadas, es decir, del temperamento de cada uno. Luego se puede modelar y trabajar para forjar su carácter y personalidad concreta, anclada en esas cualidades y talentos propios.

* Con una metáfora

Para construir el “edificio” de la personalidad de cada hijo:

1- Unos buenos cimientos

Para ello, lo primero es poner unos buenos cimientos. Necesita una base sólida gracias al amor y la seguridad. Esa seguridad la nota por el cariño de sus padres, y por cómo se tratan entre sí, por el ambiente optimista y alegre que generan.

El ámbito natural donde se dan es la familia. La confianza nace de la aceptación y del amor incondicional hacia cada persona. La seguridad y la serenidad son de vital importancia, especialmente en las primeras etapas de su vida, que necesita calma.

Y lo que aporta serenidad es tener un horario en la vida del niño, y en la nuestra, referente al sueño, comidas, paseos, baño, juegos… etc. Es preciso organizarse y priorizar tareas, pues los niños necesitan orden, y ese discurrir del tiempo con paz, en calma, para su buen desarrollo. Sus tiempos son muy pausados.

En cuanto al amor, no cabe duda de que es el motor” de su educación, y de la felicidad. Pero el niño debe sentirse querido, no sólo que lo queramos: hay que demostrárselo de forma sensible y afectiva: con besos, caricias, “apretujones,” y cuantas más veces mejor. Necesita sentirse muy, muy querido.

2- Dos pilares: la autoridad y la libertad

a) La autoridadde los padres es un servicio de ayuda en su crecimiento. Como un faro que ilumina para que puedan crecer como personas. No es autoritarismo, sino una fuerza que guía su creciente desarrollo; una ayuda para sacar a la luzlo mejor de ellos: todo lo bueno y bello que encierran en su interior, sus virtualidades, cualidades y talentos. Te lo cuento en el post sobre autoridad y liderazgo de los padres.

b) La libertad, para que aprendan a usarla y sean responsables en sus actuaciones, lógicamente dependiendo de cada edad. Así ser autónomos cuanto antes, y pilotar su propia vida. Es bueno que aprendan a decidir desde pequeños, y que sepan que toda acción o elección tiene sus consecuencias. Educar no es “domesticar” con unos buenos hábitos, sino hacerles capaces de pensar por cuenta propia, yser más libres. El para qué de esa libertad no es cualquier cosa, es poder amar a los demás: es donde se despliega de la mejor forma.

Porque, la persona se construye en la familia, a «golpes de libertad» dice Ortega. Y es necesario enseñarles, cuando son un poco mayores, que la libertad va «de la mano» de la responsabilidad: que sea una libertad responsable. Son como las dos caras de una moneda.

3- Con unos ingredientes: hábitos y virtudes     

Es necesario concretar pequeños hábitos desde pequeños. Y siempre con confianza. Confiar en las capacidades de nuestros hijos, en sus intenciones… Confiar es pensar que serán capaces de grandes cosas; es creer en ellos aunque alguna vez fallen o incluso nos puedan engañar… La confianza y el cariño son como «el horno» donde se cuece la mejor personalidad de cada uno. Y esto, a cualquier edad. Sin confianza no pueden ser ellos mismos, ni serán libres para dirigirse a una meta valiosa que se proponen.

Y esto, motivándolos, con optimismo, viendo primero lo bueno y positivo, con alegría, descubriendo sus cualidades únicas, sus puntos fuertes, su modo de ser peculiar… y diferente de cada persona. Y haciéndoselo llegar. Te lo cuento en el post motivar en familia.

Transmitiéndoles unos valores humanos nobles que podemos “poner de moda” en casa, según la edad y el momento en que se encuentren nuestros hijos. Por ejemplo: el orden, la alegría, la sinceridad, saber pedir perdón y perdonar, la amistad, la empatía y generosidad, la fortaleza, la lealtad, la coherencia en nuestras actuaciones, el autocontrol… etc. en los más mayores.     

Estos valores, hechos vida, serán los hábitos y virtudes personales: los «ladrillos» del edificio de la personalidad.

Luchando, con sentido del humor y deportividad, sabiendo desdramatizar. Levantándose uno si ha tropezado, porque las cosas no salen siempre a la primera… Te lo escribo en el post «comenzar y recomenzar».

Estos objetivos los podemos llevar a cabo mediante «planes de acción«, atendiendo a todos los aspectos de la personalidad. Por ejemplo, la inteligencia, la voluntad libre, los sentimientos y afectos, la imaginación… Y continuados en el tiempo formarán un proyecto para cada hijo. De esta forma se enlaza el día a día con el proyecto personal de cada uno, apuntando a metas altas, con amplitud de miras, poniendo el corazón.

Así, con entusiasmo para emprender nuestra labor, con paciencia por ver los logros, y con perseverancia para no desistir ante las dificultades, conseguiremos “hacer familia”,  y desarrollarán su propia personalidad. De ese modo serán libres, capaces de amar y ser amados… Y como consecuencia, felices, puesto que la felicidad, como señala el humanista Tomás Melendo, es directamente proporcional a la capacidad de amar de cada uno, concretada en obras.

4- Finalmente, las «últimas piedras»: exigencia comprensiva

Animarles con exigencia, pues nada sale por casualidad, comprensión, según las circunstancias, como señalara el profesor Oliveros F. Otero. Explicarles desde bien pequeños lo que está bien o mal, para que tengan un referente claro en el que moverse. Ellos saben que les queremos y comprendemos, pero no por eso dejamos pasar los comportamientos incorrectos.

Y contando con la imaginación y las realidades trascendentes, que son precisamente las que dan mayor sentido a la vida…

De este modo sacar a la luz lo mejor de cada persona, lo óptimo, lo excelente, al animarles a luchar por lograrlo en ese ambiente optimista de cariño. Si no, la comodidad, las prisas, el estrés del trabajo y las tareas acumuladas…, nos pueden. Por eso es tan necesario estar presentes con ellos, saber mirar y escuchar, sonreír con calma, y animar a cada uno en lo que puede dar, con cariño y fortaleza, con paciencia y constancia. Y siempre, poniendo el corazón, que es dulzura.

A la hora de exigir, centrarse en lo importante. Poniendo unas «normas» que guíen y marquen un sendero transitable. Así ir desplegando su creciente autonomía y libertad. En el resto de cosas darles muchísima libertad.

Por tanto, tener unos objetivos claros y concretos, y ser firmes con ellos, pero flexibles en los modos de alcanzarlos según la forma de ser da cada niño. Con cariño, y una sonrisa mayor cuanto más difícil sea lo que le pidamos… Así ir forjando su carácter y personalidad.

¡Siempre merece la pena el esfuerzo, disfrutando con ello!

https://optimistaseducando.blogspot.com

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