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Matraca con requetepum

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¡Dale, dale, dale… Dale que te pego! Insisten en que son de “atención al cliente”, pero más bien lo ahuyentan. Hablan como una matraca. No escuchan. Te cabrean, y cuando te les quejas, se cabrean ellos. Se creen Dios en su trono sideral. Por eso, a la mínima de cambio, te cuelgan el teléfono, pues ellos siempre tienen la razón. −Y esos normalmente no la tienen.

¿Te has fijado en que vivimos en la era de la comunicación? ¿Te has dado cuenta, o es una falsa impresión mía? Existe comunicación cuando dos seres conectan, lo cual empieza en el alma de cada quien. Sin embargo, sufrimos todos una desconexión que, si no la reparamos pronto, acabará por romper el tablero en el que todos jugamos… y saltaremos todos por los aires. Tú también.  Hablamos de almas y de cuerpo entero.

Fíjate. Todos podemos equivocarnos, yo el primero. Por eso, será bueno observar cómo cuando acaece que el mensaje falla, coincide que nadie es el que se equivoca, pues todos quieren tener razón. Tú el primero. Yo también. No obstante, el reconocer los errores y repararlos es lo que nos hace avanzar como seres integrales; lo contrario destroza la integridad y disgrega el contenido. El problema añadido es que no muchos hombres y mujeres saben hacer del contenido algo íntegro. Aunque podríamos ir más allá e indicar sutilmente que hoy prestigia en los tinglaos de los medios y en medio de los tinglaos el ser vacío de mollera sin contenido alguno.

Ya lo sé. A nadie le gusta aceptar ser un globo de agua que cuando lo pinchas te fastidia el parqué. Más aún, ni a ti ni a mí nos gusta que nos señalen como tipejos que no tienen nada que aportar, entre otras cosas, porque a todos nos gusta que nos digan que “aportamos”. Entonces, ¿por qué no aportamos? Ya lo hemos dicho: porque estamos vacíos. Y el ser vacío comporta que el espacio que hay dentro no es más que una mayor presión, por lo que, cuando pinchas el globo, hace “¡pum!”. Y eso sucede cada vez más a menudo cuando intentamos “conectar” (o al menos, eso queremos aparentar) unos con otros. El verdadero problema es que, a base de hacer “¡pum!”, ya va pareciendo una traca, que siempre tiene un final “¡requetepum!”. Y eso es lo que me temo que nos sobrevenga en el momento en que menos nos lo esperemos. “¡Requetepum!”, “¡Requetepum!”, “¡Requetepum!”. −Y nunca más se supo.

Desde la perspectiva de la comunicación de que tanto nos pavoneamos, lo ideal para evitar el “¡requetepum!” sería empezar por aceptar cada uno de nosotros que no es todopoderoso, ni el más listo, ni el más guapo, ni… ¡Ya me entiendes, diantre! ¡Que todos dependemos de todos! ¿Qué es esa manía de ir retándonos unos a otros y pisándonos y vomitándonos… incluso solapadamente ignorándonos como quien no quiere la cosa? Soberbia. El primer pecado capital. Curiosamente, si me lo permites, te observaré que viene a menudo de la mano del otro capital, que es el que está sometiendo al mundo, eso es, a ti y a mí, por más que estés escabullendo el plumero para que no se te note. Muy humildico, muy humildico, pero la pasta es lo primero. Tanto si la tienes como si no, siempre va primero.

Ya lo ves, hermano, mi hermana del alma. Si quieres “atender al cliente” deberás primero saber atenderte a ti, y para eso lo primero es escucharte a ti para escuchar a los otros, y así conocerte a ti para conocer a los otros. ¡Y no te conocerás hasta que no te aceptes… y te sobrepongas! −Ahí te lo dejo.

Twitter: @jordimariada

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