Se habla mucho de tocar para experimentar: “Si no lo veo, no lo creo” es una expresión que ha hecho y seguirá haciendo fortuna si seguimos por este camino en que la emoción parece que es lo que nadie sabe lo que es, pero determina nuestro presente y con ello cambia nuestro futuro y hasta el pasado que nos envuelve la existencia. No es extraño, porque por los ojos recibimos –los que tenemos la suerte de ver con unos ojos de carne- el ochenta por ciento de la información que nos llega al cerebro. Si a eso le sumamos los miles de estímulos (no solo publicitarios) que un ciudadano medio de los países desarrollados de Occidente recibe, la suma es abrumadora.
Si además le sumamos, ahora, los mensajes de las redes sociales, podemos jugar a futurólogos, porque sentimos que la mayoría de ellos nos provocan un cambio súbito de nuestra adrenalina que unos instantes antes se mantenía (casi) relajada, y así nos modifica a nosotros y a nuestro entorno mediato e inmediato, repercutiendo y determinando nuestro futuro. ¡Y el bagaje no queda ahí! Porque gran parte de esos estímulos van a crear reacciones, que a su vez multiplicarán (exponencialmente) la suma de nuevos estímulos. Y sigamos sumando… Escalofriante.
Al intentar explicarnos por qué eso es así, la moderna psicología, tan influenciada y revolucionada por la neurofisiología cuántica, nos advierte de que si no filtramos de algún modo ese maremágnum, fácilmente nos aturdirá y seremos arrasados por el vendaval informativo. Más aún, si no dominamos ese inconsciente nuestro y le damos el peso específico que le corresponde, seremos por él dominados, puesto que es un pequeño o gran déspota que atesoramos sin saberlo en lo más profundo de nuestra mente.
Ya empezamos a saber, con el moderno desarrollo de los quanta, cuán dado es, nuestro inconsciente, a dictar incluso contra nuestra voluntad actual sus impulsos ancestrales. Y eso, respecto no solo de nuestra propia mente, sino remontándose incluso a los primeros pasos de nuestra especie homo sapiens… hasta a nuestros orígenes encuadrados en el reino animal de un modo que ni la más moderna ciencia de la evolución sabe determinar todavía, pues el origen del hombre sobre la Tierra (o en otros planetas) sigue siendo todo un misterio.
Ciertamente, la experiencia -en el sentido que le da la ciencia experimental- es la piedra de toque de la experiencia que tenemos de un evento aun sin saberlo, enmarcado y de acuerdo con todo ese bagaje de que hablábamos, que ya advertimos que no solo se limita a lo que vemos, sino que incluye todo aquello que provoca lo que vemos, oímos y sentimos: es la vida del hecho óntico, aquello que nos impulsa o nos paraliza.
Para evitar perdernos en la espesura, tenemos una razón (aquella hoy tan desconocida y olvidada), que da sentido y gobierna nuestra experiencia incluso antes de que ésta exista, una entidad que estudiada desde el mundo sensible parece inalcanzable, pero que la neurofisiología cuántica está descubriendo que va ligada a todas las razones (vistas y no vistas, pero “experimentadas” de alguna manera, según decíamos), y hasta a todo cuanto existe en el Universo.
Eso que venimos entreviendo con la ciencia, la razón y la experiencia (incluso desde la óptica de las aberraciones de la Nueva Era, que malinterpreta la realidad al no ceñirse a la Verdad) es la puerta que nos introduce en la “ecología integral” de que habla el Papa Francisco en la Laudato Si’, como resonancia de la afirmación de toda la vida y enseñanza de Jesús: “Todos sois hermanos” (Mt 23,8), de donde san Pablo sacó su explícita afirmación “muchos somos un solo cuerpo” (1 Cor 10,17 y otros), y aquella de “[por el bautismo] todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús” (Gál 3,28).
Así, con tales afirmaciones de fe, ya vemos que a nuestro estudio se le añade la espiritualidad, que aún lo hace todo más complejo. Por este camino, después de muchos golpes y muchas vueltas, llegaremos un día (el “Día del Señor”) a demostrarnos y a experimentar, aquí ya en esta vida pero sobre todo en el otro mundo, que la esencia del cristianismo es aquella que tanto habrá sido perseguida. «El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes de que llegue el día grande y manifiesto de Yavé» (Joel 2,31, citado en Hechos 2,20). Y estamos en ello.
La neurofisiología cuántica, nos advierte de que si no filtramos de algún modo ese maremágnum, fácilmente nos aturdirá y seremos arrasados por el vendaval informativo Share on X