En Suecia, un fenómeno cultural insólito está captando la atención de investigadores y sociólogos: cada vez más bebés reciben nombres que antes eran exclusivos de mascotas. Nombres como Luna, Milo, Bella o Rocky, antes habituales en perros y gatos, ahora figuran en las listas de nombres de recién nacidos.
¿Estamos humanizando a los animales… o “mascotizando” a los niños?
El estudio que lo revela todo
La investigadora Katharina Leibring, experta en lenguas nórdicas en la Universidad de Uppsala, fue quien dio la voz de alerta. Su estudio, citado recientemente por la Radio Sueca, comparó los registros oficiales de mascotas y el censo de población sueca.
¿El hallazgo? Un sorprendente cruce de nombres entre perros y bebés humanos.
Leibring explica que esta tendencia tiene raíces culturales profundas. “Cuando los animales se mudaron a nuestros hogares, es posible que empezáramos a tratarlos como niños”, afirma.
El vínculo emocional con las mascotas ha cambiado radicalmente, al punto que muchos las consideran parte plena de la familia, con derechos casi humanos.
Perros que van a guardería… y bebés que heredan sus nombres
En Suecia, es común ver perros en guarderías caninas, donde reciben cuidados, paseos y atención personalizada mientras sus dueños trabajan. Esta relación estrecha hace que muchos suecos opten por nombres afectivos, dulces y personales para sus animales… y ahora, esos mismos nombres pasan a sus hijos.
Antes, los perros de caza tenían nombres técnicos o relacionados con la actividad cinegética. Hoy, en cambio, se elige nombres que reflejan cercanía emocional y, a veces, hasta cierta tendencia estética o de moda. Este fenómeno cultural revela, como dice Leibring, “cómo vivimos y cómo nos relacionamos”.
¿Qué hay detrás de esta moda?
Este cambio de tendencia no es casual. Suecia experimenta un fuerte proceso de secularización y transformación social. Las estadísticas muestran un descenso en el número de matrimonios, hijos por familia, abortos y, en general, de la población sueca.
En lugar de formar familias numerosas, muchas parejas optan por tener mascotas en lugar de hijos. La consecuencia: a los pocos hijos que nacen, se les da el mismo tratamiento afectivo —incluyendo los nombres— que antes se reservaba para los animales.
Es una inversión cultural llamativa: si antes humanizábamos a los hijos, hoy «animalizamos» simbólicamente sus identidades al compartir nombres con las mascotas. Aunque parezca una anécdota simpática, el fenómeno refleja cambios profundos en la concepción de la familia, la crianza y los vínculos afectivos.
Un curioso regreso a los nombres antiguos
La investigación también detectó otro patrón interesante: muchos nombres “antiguos” o tradicionales están volviendo primero en las mascotas… y luego en los niños. Por ejemplo, nombres como Freja, Ingrid o Alfons, típicos de generaciones pasadas, resurgen en el registro canino antes de reaparecer en las maternidades.
Esto sugiere que los nombres de perro funcionan casi como un laboratorio social: prueban, testean y anticipan modas que luego se trasladan al ámbito humano.
Aunque pueda parecer una curiosidad cultural, lo cierto es que esta mezcla de nombres entre humanos y animales dice mucho sobre cómo han cambiado las prioridades sociales, el modelo de familia y la expresión del afecto en el siglo XXI.
Lo cierto es que, en Suecia, hoy por hoy, no es raro conocer a un niño llamado igual que tu perro. Y nadie se escandaliza. Es inquietante, muy inquietante.











1 Comentario. Dejar nuevo
En efecto, es realmente inquietante. Porque, como apunta al principio del artículo, la realidad es que están “mascotizando a los niños”.
¿La causa inmediata? Se me ocurre una: y es porque los niños entran a formar parte de la familia al estilo de las mascotas. Niños y mascotas, si están presentes, es porque han sido deseados y seleccionados. Al niño que se presenta sin ser deseado o sin cumplir con ciertos parámetros, se le aborta y es como si nunca hubiese existido. Los niños que nacen son como las mascota: han perdido aquella cualidad de milagro, misterio, sorpresa o incluso dificultad a la que hay que vencer hasta convertirla en acogimiento amoroso. De los niños se espera un comportamiento semejante al de las mascotas. Esos nombres de mascotas se los ponen a los niños siendo bebés, sin pensar en ellos como adultos.
En las familias, hace unos años, la diferencia entre niños y mascotas era muy clara, y se denotaba ya en los nombres propios de cada cual. Ahora resulta que en la vanguardista Suecia les ha dado por asimilar niños a mascotas por medio de nombres que antes estaban reservados a mascotas. Puede que para llegar a esto, antes se haya tenido que elevar a las mascotas a la categoría de personas. Una vez asumida esta mutación no hay impedimento alguno en reducir a los niños de personas a mascotas. La IVE y la FIV, siglas siniestras donde las haya, han contribuido decisivamente a ello. Estas técnicas han hecho de los niños una adquisición prevista, calculada y acotada. Como las mascotas. Niños y mascotas se equiparan en ser una función del deseo de quienes los tienen en casa. Igual que una mascota, la presencia de un niño depende de que se haya adecuado al deseo de quienes lo disfrutan.