Mientras en las Redes digitales los bulos y las insidias campan por sus fueros, sin apenas control, algunos sienten miedo a expresar su libre opinión. La abundancia y ligereza de tantos juicios mediáticos podrían hacer tambalear uno de los grandes avances de la cultura democrática. Se explica que gente culta reconozca con sencillez que no está dispuesta a entrar en el juego: así, en días pasados, la conocida pensadora francesa Elisabeth Badinter.
Más grave es el reconocimiento jurídico, no de la libertad, sino de la opresión, como sucede en leyes aprobadas en algunas comunidades autónomas de España: se invierte la carga de la prueba ante la acusación de personas pertenecientes a minorías antes discriminadas, ahora autoritarias. Las víctimas se han transformado en verdugos, sin que nadie, que yo sepa, haya acudido al Tribunal Constitucional, con su dilatada jurisprudencia en defensa del derecho a la información.
Limitarlo sería tanto como reducir o impedir la convivencia democrática