George Orwell consideraba la anticoncepción como algo perverso, una mentira, una trampa, un modo de dominación que pervierte la capacidad de gozar de lo que la vida nos regala. Es lo que nos recuerda Dan Hitchens en un artĆculo recientemente publicado en First Things.
Orwell no era un teólogo moral y menos aĆŗn un católico, pero tenĆa una deslumbrante capacidad para captar en profundidad los elementos mĆ”s perversos del mundo moderno y, de este modo, presentarse en sorprendente armonĆa con lo que la Iglesia enseƱa, en este caso podemos aventurar que la discutida Humanae Vitae no le hubiera desagradado.
Fue Christopher Hollis, uno de los amigos mĆ”s Ćntimos de Orwell, quien, recordando a su amigo recientemente fallecido (y de modo prematuro, por culpa de una tuberculosis), afirmó que āuna de las convicciones mĆ”s interesantes y profundas de Orwell era su convencimiento sobre el profundo mal que era la anticoncepciónā. Y aƱadĆa que Orwell pensaba que āesa gente que quiere tener sexo sin niƱos son culpables de una profunda falta de fe en la vida, y que una generación que tiende a pensar que ese deseo es legĆtimo estĆ” inevitablemente condenadaā.
Aunque ese rechazo a la anticoncepción se puede encontrar en diversos lugares de la obra de Orwell, no se suele hablar mucho de Ć©l. Es un rechazo que encontramos, por ejemplo, en el poema āDĆa de San AndrĆ©s, 1935ā, un poema sobre el que los crĆticos discuten si incluye la primera referencia a un condón en una poesĆa en lengua inglesa. El poema empieza asĆ:
The lord of all, the money-god,
Who rules us blood and hand and brain,
Who gives the roof that stops the wind,
And, giving, takes away again.
que yo, sin mayores pretensiones y al modo pedestre, traduzco asĆ:
El seƱor de todo, el dios-dinero
Que gobierna nuestra sangre y manos y mente
Que da el techo que detiene el viento
Y, dando, quita de nuevo.
El poema continúa describiendo cómo el dios-dinero priva a la vida de lo que tiene de mÔs valioso y acaba con esta estrofa (también traducida por mà sin mayores pretensiones literarias):
Who binds with chains the Āpoetās wit,
The navvyās strength, the soldierās pride,
And lays the sleek, estranging shield
Between the lover and his bride.
Que encadena el genio del poeta,
La fuerza del peón, el orgullo del soldado,
Y extiende el liso, distanciante escudo
Entre el amante y su novia.
Ese escudo que distancia y tiene una apariencia lisa, ese condón que detiene la vida, se nos quiere presentar como algo defensivo, pero, seƱala Hitchens, el escudo es algo que uno lleva a la batalla, cuando se ataca a algo. Orwell, sigue Hitchens, estaba tan orgulloso de esta estrofa que hace que el personaje principal de su tercera novela, āQue no muera la aspidistraā, Gordon Constock, aparezca como escribiĆ©ndola tras unĀ gran esfuerzo. Es el mismo Gordon quien afirma: āĀ”Este negocio del control de nacimientos! Es solo otra manera que han encontrado de abusar de nosotrosā.
Y esto lo escribĆa Orwell en tiempos de Margaret Sanger, Marie Stopes y en pleno auge del eugenismo. Una escena de su Ćŗltima obra, ā1984ā, expresa tambiĆ©n este rechazo a la anticoncepción. Winston observa a una mujer, pobre y con muchos hijos, una paria despreciada por el Partido, y escucha cómo canta mientras tiende la colada. Y se da cuenta de que esa mujer, cincuentona y rellenita, despreciable segĆŗn las directrices del Partido, es bella. Esa mujer, esa madre que canta, dos actitudes (maternidad y canto) contrarias a lo que ordena el Partido, encarna la esperanza en ese opresivo mundo. Exclama Winston: āSi hay alguna esperanza, Ā”estĆ” en la prole!ā. Y asĆ una mujer, pobre y con muchos hijos, se convierte en el sĆmbolo de que hay algo en la vida mucho mayor que el Gran Hermano.