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Judaísmo (6). La Torah y otros libros de la Biblia judía, palabra divina escrita por hombres (II)

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En el artícuko anterior hablábamos de que la Biblia judaica, también conocida como Tanaj o Tanakh, se compone de tres partes principales, que son: La Torah (también llamada Pentateuco), Los Nevi’im (Profetas) y Los Ketuvim (Escritos). 

En este artículo trataremos de los profetas y los escritos.

Los profetas

Se llaman libros de los Profetas a muchos libros históricos y los proféticos propiamente dichos.  En la Biblia Hebrea aparecen en este orden: 1) Josué, 2) Jueces, 3) Samuel, 4) Reyes, 5) Isaías, 6) Jeremías, 7) Ezequiel, y los 8) doce profetas menores.

La tradición judía llama «libros proféticos» al conjunto de textos que van desde Josué a Malaquías. Se distinguen dos grupos bien definidos: los «profetas anteriores» (Josué, Jueces, libros de Samuel y libros de los Reyes) y los «profetas posteriores» (de Isaías a Malaquías) según su colocación en la Biblia.

Los profetas anteriores o libros históricos

Los libros que van de Josué hasta el segundo libro de los Reyes quieren contar, de forma completa y coherente, una parte de la historia del pueblo de Israel que abarca seis siglos: desde la llegada de los israelitas a Canaán, después del camino por el desierto (siglo XIII a.C.), hasta poco después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor en el año 587 a.C.

En este conjunto, encontramos las siguientes etapas: la conquista de la tierra prometida (Jsaías); el período de los jueces (Judit); la monarquía desde Saúl hasta Salomón (1Samuel-1Reyes 11); desde la separación en dos reinos hasta la caída de Samaria (1Reyes 12-2Reyes 17); desde la caída de Samaria hasta la caída de Jerusalén (2Reyes 18-25). Muchas de las narraciones de estos libros tienen un paralelo en ambos libros de las Crónicas.

Se llaman proféticos, siendo históricos, porque en ellos vemos a los profetas del pueblo de Israel, tanto hombres como mujeres (Débora, Samuel, Natán, Elías, Eliseo). Y en los momentos decisivos de la vida del pueblo, son los profetas los que señalan esos hitos: los orígenes de la monarquía, la división en dos reinos, la época de sincretismo religioso en tiempo de Acab, el descubrimiento del libro de la Ley en tiempos de Josías, etc. El profeta da la interpretación adecuada de los hechos y los orienta en su caso.

El profeta increpa al pueblo a salir de la idolatría, y procura mantener la identidad y la vocación de Israel, y cuando se encuentra en tierra extranjera y sin medios de modo especial. Insiste en la fidelidad a la alianza (Isaías 1,7-8; 2Reyes 17,7-23). Procura mantener al pueblo en la alianza (Isaías 1,1-4) aun cuando el pueblo debe vivir sin rey, sin templo, sin culto, en medio de dioses extranjeros (2Reyes 25,21). Sólo le quedan la Ley, que expresa la voluntad de Dios, y la palabra de los profetas.

Israel había querido tener rey «como las demás naciones» (1Samuel 8,5); pero ahora la prueba del exilio es una prueba fuerte, pero en realidad Israel es el pueblo escogido por el Dios único, que es el único rey y soberano (1Samuel 8,8).

La historia bíblica nos hace ver que, pase lo que pase, es guiada por la mano de Dios, y al igual que en Egipto se dio a conocer (Éxodo 7,5) se dará a conocer en Babilonia. E Israel podrá regresar a su país. Con esa perspectiva, se reescribe el Pentateuco desde el exilio, y se redacta el Deuteronomio como un resumen de la Ley.

Volviendo a la actualidad, y siguiendo el comentario de más arriba, lo malo es considerar que la tierra prometida del mandato divino es la conquista de esa tierra palestina que hoy el Estado de Israel está haciendo sin contar con los pueblos que vivían allí pacíficamente antes del conflicto, y mucho menos hacerlo como un acto mandado por Dios, pues ya habló Jesús de que ese reino no es de este mundo, y la patria celestial no tiene lugar aquí; es más, él pudo convivir con la dominación romana sin pedir nunca una solución armada a la ocupación.

Los profetas posteriores

En el marco de esta historia de seis siglos, el profetismo israelí se presenta como fundamental para su religión, su organización política y su estructura social.

Se viene a llamar religión profética porque los profetas son mediadores de Dios, que comunica su palabra, y recuerdan a Israel su vocación, corrigiéndole, consolándole, advirtiéndole, criticándole.

Podemos dividir la actividad de los grandes profetas de Israel en cuatro etapas:

  1. Durante el siglo VIII a. C., hasta la caída de Samaria (722 a. C.). En esa época, Amós y Oseas profetizan en el reino del Norte (Israel), e Isaías y Miqueas, que lo hacen en el del Sur. Todos ellos son muy críticos a la hora de denunciar la injusticia y las grandes diferencias sociales. Estos profetas piden el regreso a la experiencia que el pueblo hizo de Dios en el desierto (Oseas) y anuncian un nuevo David (Isaías, Amós, Miqueas).
  2. Durante el siglo VII y comienzos del VI a. C., hasta la caída de Jerusalén (587 a. C.). Los profetas (Sofónías, Nahum, Habacuc, Jeremías), más inmersos que los anteriores en un ambiente cultual, insisten una y otra vez en la necesidad de conversión. La promesa de salvación se va concretando en un pequeño resto fiel del pueblo. Los castigos que anuncian serán, de hecho, una purificación de Israel.
  3. Durante el período del exilio. Los profetas son Ezequiel y el autor de la segunda parte del libro de Isaías (Isaías 40-55). El acento recae en la novedad de que el pueblo está a punto de vivir. La salvación de Dios debe concretarse en la renovación de la vida religiosa, política y social de Israel.
  4. Después del exilio. Los profetas de este largo período (Ageo, Zacarías, el autor de la tercera parte del libro de Isaías, Abdías, Joel, Jonás, Malaquias) presentan una gran variedad de temas. Por un lado, animan a mantener el entusiasmo del retorno del exilio (Ageo), pero también a velar la conversión de cara al día del Señor (Joel, Malaquias). Por otra parte, cada vez más se abre paso un mensaje de salvación a todos los pueblos (Isaías, Jonás) o toma cuerpo la esperanza mesiánica (Isaías, Zacarías, Malaquias).
El mensaje profético fue transmitido en su origen de forma oral. Sin embargo, pronto se empezaron a escribir los oráculos (ver Jeremías 36), en buena parte por el deseo de conservar y de ir actualizando la palabra profética.

Estos textos se irán reelaborando más o menos, y lo que nos ha llegado es el resultado final. Hay distintos géneros literarios, como los de vocación (Isaías 6; Jeremías 1,4-10); los citados oráculos, es decir, declaraciones solemnes hechas en nombre de Dios, más bien breves e introducidos por fórmulas estereotipadas: oráculos de juicio (Oseas 2; Amós 7,16-17; Jeremías 25,15-38), oráculos de exhortación o conversión, y oráculos de salvación (Isaías 41,8 -13). Aparecen escritos sapienciales como himnos o salmos (Habacuc 3), confesiones (Jeremías 11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23 ; 20,7-18), parábolas o proverbios (Isaías 5; Ezequiel 15), a veces emparentados con las visiones (libros de Amós y Zacarías). Hay, especialmente en Ezequiel, acciones simbólicas, que también se enmarcan en la vida personal y familiar de los profetas (Isaías 8; Jeremías 16; Oseas 1).

Los profetas se esfuerzan tanto en mantener una religión auténtica, y hacen hincapié en la interioridad de la ley y no un cumplimiento exterior, es decir la humildad y la justicia. Aparecen anti-profetas que suelen ir con el poder real, que anuncian prosperidad económica y triunfos militares (1Reyes 18): políticos mentirosos al servicio del poder, y que frecuentemente promueven el culto de los dioses extranjeros (Jeremías 23,22; Ezequiel 33,2-9). El profeta fiel no tiene miedo de corregir al pueblo (Isaías 6), aún a costa de ofrecer su vida (Jeremías 11,18-19).

El profeta interpreta la historia, tanto la de Israel como la de los demás pueblos, y ve el designio divino que actúa y se manifiesta en ella. Por eso el mensaje profético se abre más allá de las fronteras de Israel.

Estos profetas posteriores se dividen en «profetas mayores» (Isaías, Jeremías, Ezequiel) que tienen más texto, y «profetas menores» (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías) con textos más breves. Como hemos dicho, los libros proféticos contienen géneros literarios muy diversos: crónicas reales, relatos populares, oráculos proféticos…

Tenemos constancia de que eran objeto de una muy especial veneración estas Escrituras, lo vemos cuando en el año 621 a.C. fue hallado casualmente en el Templo el Libro de la Ley; cuando le fue leído al rey Josías, de Judá, reconoció que no se habían cumplido sus prescripciones, y realizó una reforma religiosa para hacerlas observar en el futuro (2 Reyes 22; 2 Crónicas 34).  Y sobre el año 444 a.C., según cuenta en el libro de Nehemías (caps. 8-10), que al regreso del Destierro, Esdras, jefe espiritual del pueblo, al reencontrar los libros se hizo una gran fiesta, y los leyó en varias asambleas públicas, y el pueblo lo celebró y prometió fidelidad a la alianza, reconociendo en la ley un valor normativo de la vida religiosa y social.

Escritos

Los Ketuvim, o Escritos, constituyen un amalgama de escritos de la Biblia judía, que van desde la poesía lírica hasta la reflexión filosófica y la narrativa histórica:

Los Ketuvim contienen una diversidad de géneros literarios. Desde los Salmos, que son poemas y himnos de oración, hasta los Proverbios, que son colecciones de sabiduría, y los libros históricos como Rut y Crónicas, esta sección abarca diferentes formas de expresión literaria. Esta variedad refleja la riqueza de la experiencia y la reflexión judía a lo largo de los siglos.

Muchos de los libros en los Ketuvim exploran la relación entre el pueblo judío y Dios desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, los Salmos ofrecen una expresión poética de la adoración y la devoción (son la oración por excelencia, la más sublime), mientras que Job y Eclesiastés abordan preguntas difíciles sobre la existencia humana y la relación con lo divino.

Algunos de los libros de los Ketuvim, como Proverbios y Eclesiastés, se centran en la sabiduría práctica y la ética. Ofrecen consejos sobre la conducta ética, la toma de decisiones y la comprensión de la vida cotidiana. Estos textos han sido valiosos para la formación de la ética judía.

Los libros históricos de los Ketuvim, como Rut y Crónicas, ofrecen perspectivas particulares sobre la historia del pueblo judío. Rut, por ejemplo, narra la historia de una mujer moabita que se une al pueblo judío, mientras que Crónicas revisa y presenta de manera diferente eventos históricos cubiertos en otros libros.

Algunos textos de los Ketuvim, como Ester, están asociados con festividades judías específicas. Ester, por ejemplo, es leído durante la festividad de Purim.

Complementan la historia del pueblo de Israel a la luz de la palabra divina, con la experiencia, la sabiduría y la relación de los judíos con lo divino y con su entorno.

Querría terminar con un comentario siguiendo los que hice más arriba, y es el de la interpretación.

De algún modo, los escritos antiguos requieren de una ilustración (racionalidad, que aporta por ejemplo el helenismo en los últimos escritos bíblicos).

Esto pasa también en otras culturas, por ejemplo la hindú, donde Krishna no sigue el modo impersonal de ver la religión de los Vedas y los Vedantas, sino que es un dios que dialoga con los hombres y ofrece una perspectiva adicional y una comprensión más profunda de los principios espirituales, destaca la importancia de la devoción (bhakti) y la rendición al divino como un camino efectivo hacia la liberación espiritual. En cierto modo, veo a Krishna como una imagen profética de Jesús, que nos trae una ampliación y profundización, una síntesis y guía para comprender y vivir de acuerdo con la auténtica tradición bíblica, incluso corrigiendo errores: “se os ha dicho… yo os digo…” llevando todo a cumplimiento de la voluntad del Padre.

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