Esta misma tarde he visitado a tres personas de avanzada edad que por diversos motivos viven solas. Y es que la soledad avanza como una epidemia en las sociedades occidentales, a la vez que caen a mínimos históricos las tasas de nupcialidad y natalidad. Son dos caras de la misma moneda, como recordaba la Conferencia Episcopal al celebrar la jornada de la Sagrada Familia con el lema “En la familia y en la Iglesia queda vencida la soledad”. Hay una soledad buena. Es la que permite encontrar ratos de silencio y reflexión para vivir con sentido, sin dejarse arrastrar por la vorágine de la sociedad de consumo o la hiperconectividad digital, dos enfermedades de nuestro tiempo que camuflan el vacío producido por la cultura individualista.