Ahora empiezan a dibujarse las tres grandes áreas teleológicas, los tres grandes bloques en los que situar los fines de la educación tal como yo las veo, los grandes fines exigidos por el fin absoluto y derivados de él.
¿A dónde nos llevan esos fines a los educadores? A capacitar a nuestros alumnos para una relación lo más acabada posible con Dios, que es relación de comunión, y a capacitarlos para cumplir con la mayor perfección posible esos dos mandatos que Dios hizo al hombre después de crearlo: la procreación y el dominio de la creación. Es decir, realismo puro, porque lo que estoy diciendo es que la educación no debe perseguir otra cosa que la capacitación para entrar en una relación perfectiva con los tres frentes en los que nos encontramos con la realidad: Dios, hombre y mundo. Si esto se logra, en la medida en que esto se logre, podemos hablar de santidad y de sabiduría; la santidad es vivir en relación de comunión con Dios y la sabiduría consiste en vivir ajustado a la realidad. A propósito de esto nos viene bien tener presente algo que se decía en la Edad Media acerca del hombre sabio: “Sabio es el hombre a quien las cosas le parecen tal como realmente son”[1].
3.1 El culto a Dios
Tres son las formas de dar culto a Dios: la adoración, la oración y el sacrificio.
La primera es la adoración, y de ella depende cómo vivamos las otras dos. “Adorar a Dios es reconocer, en el respeto y la sumisión absoluta, la «nada de la criatura», que solo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo”[2]. El gran beneficio de la adoración no es para Dios, que no necesita nada del hombre y a quien nuestros homenajes no le aportan ningún honor y ninguna gloria. El gran beneficiado de la adoración es el hombre porque gracias a la adoración toma conciencia de sí mismo, puede conocerse a sí mismo. El conocimiento de sí mismo es la condición imprescindible, conditio sine qua non, para situarse correctamente ante la realidad.
Cuando tengo que hablar o escribir sobre esto, acostumbro a citar eso que cuenta el beato Raimundo de Capua, que fue discípulo, biógrafo, confesor y director espiritual de santa Catalina de Siena. Dice el beato de Capua que “al principio de las visiones de Dios, esto es, cuando el Señor Jesucristo comenzó a aparecérsele, una vez mientras rezaba, se le puso delante y le dijo:
“¿Sabes, hija, quién eres tú y quién soy yo? Si llegas a saber estas dos cosas, serás bienaventurada. Tú eres la que no es; yo en cambio soy el que soy. Si tienes en el alma un conocimiento como este, el enemigo no podrá engañarte y huirás de sus insidias; no consentirás jamás en nada contrario a mis mandamientos y adquirirás sin dificultad toda la gracia, toda la verdad y toda la luz»[3].
He ahí un objetivo excelso para la educación. Piénsese en el inmenso beneficio que reporta de cara a las opciones vocacionales, a la elección de estado, a la elección de carrera. La adoración “es el primer acto de la virtud de la religión”[4], pero no es el último, están también la oración (la alabanza, la acción de gracias y la petición) y el sacrificio, que son los otros dos actos de culto.
De la oración, creo que no es mucho lo que yo puedo aportar aquí, con lo cual, paso al sacrificio.
El sacrificio es toda acción de índole sagrada, sea una acción estrictamente religiosa, o sea considerada profana; sea una acción costosa o gustosa, pertenezca o no pertenezca a la lucha ascética. Sacrificio viene de sacrum facere, (hacer sagrado), y significa cualquier acción que podamos realizar ofrecida a Dios con sentido de oblativo. El gran sacrificio, el mayor sacrificio en el que podemos participar, el mejor que podemos ofrecer a Dios, es el Santo Sacrificio de la Misa. Ese es el mayor pero no es el único. Sacrificios son todas las acciones pertenecientes a los amplísimos apartados de la procreación y del dominio de la tierra. Ahora diremos algo de cada unos de ellos, pero quede constancia de que para un matrimonio, después de la Santa Misa, el mayor sacrificio, el más santo que pueden ofrecer a Dios, son las relaciones conyugales, las propias del matrimonio, desde las más íntimas a las menos íntimas, como son las relaciones sociales, pasando por domésticas y hogareñas más cotidianas.
Voy a leer un texto sobre la educación para la Santa Misa tomado recientemente de un artículo visto en internet:
“Educar para la santidad y el amor implica educar para conocer en profundidad el significado de la Misa y de la Liturgia, ya que es imposible amar lo que no se conoce. Sin una profunda educación litúrgica es imposible que los chicos lleguen a amar profundamente la Eucaristía, donde se encuentra Nuestro Señor Jesucristo realmente presente en su cuerpo, en su sangre, en su alma y en su divinidad. Hay que entusiasmar a los chicos con la idea de que ese Dios hecho hombre, que tanto nos ama y que entregó su vida para salvar las nuestras, nos espera a diario en la Eucaristía.
Pero para eso es necesario que comprendan por qué la Misa es el centro y la raíz de la vida de la Iglesia y de la vida interior de todo cristiano; por qué Nuestro Señor quiso quedarse en la Eucaristía; por qué se hizo a sí mismo pan del banquete que el mismo instituyó para reunir a sus hijos en torno suyo; por qué quiso ser contemplado en el ocio de la liturgia.
«Lo que ocurre en el altar es la cumbre, el resumen, la «recapitulación», de lo que ha ocurrido en todos los altares que han elevado los hombres desde la creación, de todo lo que Dios ha hecho por ellos y continúa haciendo; la continuidad de los tiempos no es más que una pedagogía divina, en que, progresivamente, la humanidad recibe su educación para participar en la misa». (Jean Leclerq: El amor a las letras y el deseo de Dios. 1957.”[5].
3.2 La procreación
En el plan de Dios, la procreación está unida al matrimonio y a la vida de familia.
En este campo yo observo una situación deplorable y tristísima, cuyos efectos empiezan a hacerse notar con fuerza. El sistema educativo, la administración y la propia escuela está centrada en la individualidad de la persona y en su preparación académica de cara al trabajo, y hemos descuidado del todo el quehacer más importante que Dios quiere de nosotros. El mandato divino no es crece y multiplícate, porque el individuo solo no puede crecer ni multiplicarse, es un mandato colectivo, dado a la humanidad en su conjunto a través del matrimonio. La factura que nos está tocando pagar por haber olvidado y despreciado el mandato de la procreación es durísima. Todos estos problemas que tanto nos acucian sobre el sinsentido de la vida que padece el hombre contemporáneo, sobre la ideología de género, sobre las rupturas del matrimonio y sus consecuencias, sobre el suicidio demográfico, la escasez de vocaciones, etc., etc., tienen su raíz en no haber dado a la procreación la importancia que tiene.
socialmente hemos hecho oídos sordos a la doctrina de la Iglesia, empezando por los que formamos la propia Iglesia
Todo el desmembramiento social que padecemos, todo el malestar que se respira en casi todos los ambientes, la falta de paz, la falta de alegría, toda esta oscuridad con que nos amenazan el futuro y el presente, se debe en buena medida a que socialmente hemos hecho oídos sordos a la doctrina de la Iglesia, empezando por los que formamos la propia Iglesia.
3.3 El dominio de la creación
La última gran área que justifica el para qué de la educación está en el mandato del dominio de la creación material. El dominio de la creación material abarca un abanico muy amplio, empezando por el dominio de sí mismo, para continuar después por el estudio y el trabajo. Para dominar la tierra hay que conocerla y para conocerla hay que estudiarla. Toda la actividad humana, tanto la teórica como la práctica encuentran su sentido en esta finalidad que se debe al mandato de dominar la tierra.
[1] PIEPER, J. (20017). Las virtudes fundamentales, p. 17. (Madrid, Rialp).
[2] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, punto 2097.
[3] Véase “El conocimiento de sí y de Dios” en http://www.dominicos.org/grandes-figuras/santos/santa-catalina-de-siena/estudio-lucia-caram/doctrina-y-lenguaje#_ftn1
[4] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, punto 2096.
[5] FERNÁNDEZ TEXEIRA NUNES, A. “Reflexiones sobre la educación católica”. https://siemprehaciendolio.wordpress.com/2021/10/01/reflexiones-sobre-la-educacion-catolica/