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¿Polvo?

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Han pasado ya algunos años desde que al general victorioso que entraba con su ejército en Roma encabezando un desfile triunfal le ponían en el carro a un siervo que iba repitiéndole al oído “Recuerda que eres mortal” para que la cosa no se le subiese a la cabeza. Han pasado ya algunos años. Pero se ve que estamos siempre en un tris de subirnos a la parra, y, ahora, la Iglesia nos dice, también al oído: “Recuerda que eres polvo”. Que es una advertencia algo más severa que la que recibía el general romano en su triunfo.

Es dudoso que seamos polvo, todo hay que decirlo. Al menos, aquel “eres mortal” nos colocaba en el estatuto del ser viviente. Pero… ¿polvo?

Sin embargo, parece que la fórmula ha tenido éxito, y hasta el mismísimo Carl Sagan aseguraba que “somos polvo de estrellas”. Ser polvo de estrellas no es lo mismo que ser polvo de la tierra, es verdad: las estrellas están altas en el cielo, y brillan en la oscuridad. Algo hemos mejorado. Pero muy poca cosa: seguimos siendo polvo. Además, ya sabemos que Sagan era un astrofísico con vocación de poeta, y la frase en cuestión no es más que un desahogo poético afortunado; lo que quería decirnos era que nuestro cuerpo está construido con los elementos químicos que proceden del Big Bang del que salieron las estrellas y todo lo que ha venido luego.

¡Ah, nuestro cuerpo! Sagan hablaba de nuestro cuerpo. Pero es que es algo aventurado identificarnos sin más con nuestro cuerpo: mi cuerpo no soy yo. Más bien, tira de mí, me condiciona. ¿Cómo puede Carl Sagan identificarme con mi cuerpo? Mi cuerpo procederá acaso del polvo de las estrellas, pero… ¿y yo? ¿De dónde procedo yo?

Quizá no sea del todo acertado relacionar a Sagan con el rito de la ceniza: identificarnos con el polvo de ceniza parece reducirnos a la última expresión: la ceniza es lo que queda cuando todo lo ha consumido el fuego, lo que queda cuando no queda ya nada. Los antiguos se cubrían de ceniza para expresar el máximo anonadamiento.

¡Y eso que el fuego les parecía purificador! A lo mejor lo que querían decir era que el fuego liberaba de toda la escoria que se había ido pegando con el tiempo. A lo mejor esa purificación era un regreso a los orígenes: el Génesis nos cuenta que Dios “modeló al hombre del polvo de la tierra«. Puede parecer que volvemos a encontrarnos con Sagan, pero lo que el Génesis dice en realidad no es que el hombre es polvo sino que procede del polvo. Que Dios miró el polvo y “vio” al hombre: lo imaginó, lo amó, y lo escogió para que existiera.

Asegura Shakespeare que «estamos hechos de la misma materia de los sueños«, y ya sabemos que nadie como los poetas para desentrañar los misterios profundos de la realidad. Eso es lo que somos: un sueño. Un sueño que Dios puso en marcha, en el que ha insuflado su aliento y que está llamado a vivir para siempre. La esperanza de Dios, el anhelo de Dios. Eso es lo que somos.

¿Cómo que polvo?

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