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Por dignidad

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El amor no tiene precio, pero tu dignidad sí: el amor de Dios. Es triste observar el panorama en que vemos que tantos y tantas caen uno tras otro por no haber sabido actuar como deberían, eventualidad que la mayor parte de las veces va en función de las obligaciones que les impone la dignidad que pierden antes incluso de actuar. ¿Por qué? Por dejadez o por orgullo la mayor parte de las veces.

Leí un día en X a una psicóloga que se quejaba más o menos así: “¡Qué triste panorama! ¡Tantos que van faltos de autoestima, y tantos otros que les sobra!”. Yo le añadiría una coletilla: “Unos y otros se pierden la vida”. ¡Es que es así, hermano, mi hermana del alma! ¿No observas cómo estamos rompiendo con la autenticidad que determina la esencia del éxito, sustituyéndola por esencia de monsergas?

Fíjate como casi nadie se entiende. Todos se casan con petardos, boato y champán, pero a los cuatro días se separan para volver a unir sus destinos a una nueva pérdida de identidad que algunos repiten sin parar, cayendo una y otra vez en la misma piedra: no saben amar. ¡Pero si no tienen más identidad que la que se ponen y quitan como el que cambia de máscara o de colonia! ¿No te das cuenta de que por este camino de la falta de honestidad y el nulo compromiso que a ella derivan, el futuro que nos espera es la ruptura?

Digo “ruptura” sin calificativo alguno, pues no es una ruptura de esto o de lo otro, como antes sucedía cuando una persona perdía la paciencia ante una traición a toda relación sana, sino una ruptura global, integral de toda la persona y de ella con su entorno, pues hemos llegado a un punto en que el tejido social está tan podrido como acaba una red barredera cuando se la deja podrir con toda la carga en su interior: descompuesta.

¡Necesitamos esperanza! Eso significa que no la tenemos a mano. Para ello deberíamos buscar no fuera, sino en nuestro interior, en la esencia que nos comunicó Dios Creador al pensar en cada uno de nosotros como individuo libre, social y pensante, para, de esta manera, hallar la razón de nuestro existir, y con ella, aplicarnos en desarrollar el plan que el Creador tiene desde toda la eternidad para cada uno de nosotros. Para ello no es indispensable creer en Dios, sino en uno mismo; y es imposible creer en uno mismo cuando creemos en nuestro ego.

Ciertamente, la experiencia demuestra que, parafraseando una reciente cita del Papa Francisco, es suficiente creer en el ser humano para vivir, pero para salvarnos debemos creer en Dios. Y podríamos hablar también de la profundidad de esa felicidad que todos perseguimos, que difiere tanto entre creer en el ser humano y creer en Dios. Hemos sido creados para Dios, y no seremos plenamente felices hasta que no vayamos a Él. Por eso la fe, aunque necesita de la parte humana, ayuda.

No me hagas reír. No eres feliz porque te cargues de eso que llamas “contactos”, ni de sueldos, ni de joyas, ni de cincuenta hijos tampoco. Solo serás feliz cuando aceptes tu realidad como es y actúes en consecuencia. Para conseguirlo te será importante que seas pobre de espíritu; que no te ates ni a tus posesiones ni a tu prestigio, sino únicamente a la Verdad. Con honestidad y con empeño. Solo así, Dios te acogerá en su seno, porque es como te creó. Así que deja de fingir cambiando de colonia, y agárrate a Él. “¿Por dónde empezar?”, me preguntarás. Te lo he dicho: Desafíate. Acéptate como eres. Ya no es para salvar al mundo, sino para salvarte tú. Por dignidad.

Twitter: @jordimariada

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