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Porqué feminismo y transexualismo son antagónicos

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Que las tensiones entre el feminismo y el transexualismo son cada vez más ruidosas ya nadie lo discute. Pero no se trata de un desencuentro debido a un malentendido que se pueda resolver a base diálogo, sino que estamos ante una de incompatibilidad de base, irresoluble, que no hará más que mostrarse cada vez con mayor fuerza.

El artículo de la feminista Marina Pibernat en Larepublica.es ilustra bien la cuestión.

Pibernat expone que «Cuando hablamos de sexo, el feminismo se refiere al cuerpo sexuado, a la cuestión puramente bio-anatómica. El concepto de género se refiere a todo aquello que socialmente asociamos a un u otro sexo.» El género serían pues esos añadidos culturales al sexo contra los que el feminismo se rebelaría. Una niña puede jugar al fútbol y un niño a cocinitas, defiende el feminismo, y eso no los hace ni menos niñas ni menos niños: «puede que a la niña le prohibieran jugar al fútbol, o que se rieran de ella, y también del niño por jugar a las cocinas en vez de al fútbol. El feminismo vino a decir que no pasaba nada porque lo hicieran, que no es nada antinatural ni algo de lo que reírse, que jueguen con lo quieran«.

La teoría queer sostiene algo completamente diferente. En palabras de Pibernat, la teoría queer afirma que «si una niña juega al fútbol y hace cosas de chico, es que quizás no es realmente una chica. Y si hubiera que corregir algo en ella no es su comportamiento, como se pensaba antes, sino más bien su cuerpo, encajando así su sexo a su comportamiento, y no al revés. Esto sería la transexualidad. A este desajuste se le ha llamado disforia de género, cuando alguien siente que ha nacido con el sexo equivocado. Y se ajustaría a través de una terapia hormonal y una operación de reasignación de sexo.»

La diferencia salta a la vista. No estamos ante matices, sino ante una cuestión de fondo: o tienen razón unos, o la tienen los otros. Así lo constata Pibernat:

«Reconocer que se puede nacer con un sexo, pero que realmente se es de otro a juzgar por el comportamiento, es reconocer que hay una feminidad o una masculinidad innata que debe prevalecer, que conforma la auténtica identidad de género, y que justifica el cambio de sexo. Así pues, en algún sitio del ser humano, debe existir un “ser mujer” o un “ser hombre” esencial, al margen de los condicionamientos sociales. Sintiéndolo mucho, esta idea es absolutamente incompatible con las ideas feministas relativas al género como construcción social

Para concluir que: «Créanme cuando les digo que me encantaría poder decirles que no hay ningún conflicto importante entre feminismo y transexualidad, y que simplemente deberían unirse. Pero esto es algo insalvable, y no se pueden sostener ambas cosas a la vez sin incurrir en una flagrante contradicción. Simplemente, no podemos decir que la feminidad es una construcción social a la vez que decimos que nacemos con una feminidad innata que se expresa en el comportamiento. O una cosa o la otra. Todo no puede ser

En efecto, «El enfrentamiento no es superficial, y no se puede solucionar simplemente con voluntad conciliadora y eslóganes de unidad antipatriarcal, por muy bien que suenen a los oídos de todo el mundo.»

Estamos pues ante dos concepciones antagonistas y el resultado de su enfrentamiento será de gran influencia para configurar nuestro tiempo.

 

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