En estos difíciles días que afrontamos, los acontecimientos se van desarrollando a ritmo
vertiginoso sin que prácticamente podamos digerirlos. Uno de ellos, muy importante y que casi nos pasa desapercibido por la pandemia que sufrimos es, a mi juicio, la reciente aprobación de la llamada ley de la Eutanasia por la que, cualquier persona, podrá decidir su suicidio asistido y que éste sea practicado en el Sistema Nacional de Salud.
Dejo desde un principio clara mi posición al respecto, para que el lector no tenga que
entrever en estas letras mi posicionamiento: creo firmemente que la vida debe ser respetada desde su concepción hasta el final de la misma. Pienso que es un principio básico de la sociedad y que, si se vulnera, supone una grieta en la misma y un signo de su degradación. Pero no es solamente de esto de lo que quiero hablar en este artículo.
Siento que la reciente situación de pandemia nos ha dejado muchas lecciones. La primera de
ellas es que no podemos controlar el destino de nuestra vida. Cuantas personas han visto cercenada de raiz la suya porque una enfermedad incontrolable nos ha atacado. Cuantos sufrimientos al ver partir de este mundo a tantos allegados que se han marchado con enormes ganas de vivir, situación de la que doy testimonio en primera persona al haber perdido recientemente a un queridísimo amigo por la COVID 19. Y cuantos ancianos, hartos de trabajar para nosotros y para que tuviéramos un futuro mejor, han perdido la vida en la soledad de sus habitaciones en las residencias o en los hospitales sin que nadie les acompañara. Y esta es la conclusión a la que quiero llegar: la soledad, tal vez el principal problema de nuestra sociedad, del que muy poco se habla.
Nos hemos dedicado a construir un mundo trabajando sin parar y luchando siempre por la
mejora de los derechos sociales y hemos conseguido una sociedad mas igualitaria y mas justa, sin lugar a dudas, siendo ésto un éxito de todos los que luchamos por la igualdad. Pero paralelamente a estos logros, una consecuencia se ha extendido entre nosotros: la soledad. Cada vez mas personas viven solas y se ven avocados a afrontar sin nadie que les acompañe el final de sus días, como así se deduce de la brusca caida de la natalidad en estos últimos lustros. Y bien, cuando quienes viven en soledad tengan que afrontar el final de sus días sin nadie que les acompañe y decida por él o ella, si llegado el caso no pueden manifestarse o lo han hecho en un testamento vital que nadie vaya a defender. ¿ Quien decidirá por ellos?
Y no estamos hablando de situaciones aisladas sino más bien de decenas de miles de
personas entre las cuales se encontrarán muchos partidarios de la eutanasia que hayan podido
cambiar su criterio pero ya no puedan manifestarlo, ¿ Quien les defenderá? Seguro que no lo hará el sistema nacional de sanidad o de pensiones, para los cuales son ya una carga por su excesivo coste e improductividad y en el que se ha introducido la eutanasia como un principio activo. Se nos ha vendido que la ley es muy garantista porque exige hasta cuatro consentimientos antes de llevar a efecto el suicido asistido. Y el que no pueda manifestarse y esté sólo, ¿ en manos de quien queda? Indudablemente se está legislando hacia una cultura de la muerte que suprime la verdadera memoria histórica que debemos tener hacia nuestros mayores, quienes nos lo han dado todo y por quienes somos lo que somos.
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Menos mal que hay personas que pueden ver más allá de lo «simplista» Que es defender el derecho a la autonomía de la propia vida!!