Corría el año 1946 cuando Louis Réard, un ingeniero francés que trabajaba en la tienda de lencería de su madre, presentó al mundo el primer bikini moderno. Lo llamó así por el atolón Bikini, lugar donde EE.UU. realizaba pruebas nucleares. ¿El motivo? Porque esperaba una reacción “explosiva” del público… y no se equivocó.
Tan escandaloso fue su diseño —que por primera vez dejaba el ombligo visible— que ninguna modelo profesional quiso usarlo. Tuvo que contratar a una bailarina de cabaret para exhibirlo por primera vez en público.
Lo que hoy vemos como una prenda “normal” de playa fue, en su origen, una ruptura total con siglos de comprensión del cuerpo, el pudor y la feminidad.
De las casas rodantes al poder del bikini
Antes del bikini, las mujeres usaban trajes de baño voluminosos, incluso recurrían a “máquinas de baño” —casetas sobre ruedas que entraban al agua— para preservar la privacidad. Irónicamente, pasamos de usar casi una casa de madera como vestimenta, a un par de tiras de tela. Literalmente.
Durante décadas, el bikini fue considerado indecente, incluso peligroso para la moral.
En los años 50, una revista estadounidense aseguraba que “ninguna chica con tacto o decencia usaría uno”. En las playas, los guardias medían la longitud de los trajes y expulsaban a quienes mostraran demasiado.
Pero algo cambió.
En los años 60, con la revolución sexual y el auge del feminismo, el bikini pasó de ser símbolo de escándalo a emblema de “empoderamiento”.
Hoy, representa una industria de más de 8 mil millones de dólares al año. Se habla del “poder del bikini”. Pero… ¿de qué poder estamos hablando?
Ciencia y cosificación
Estudios realizados por la Universidad de Princeton mostraron que, al ver imágenes de mujeres en bikini, los cerebros masculinos activaban zonas relacionadas con el uso de herramientas —no con la empatía ni el reconocimiento humano. Incluso, en algunos casos, se desactivaba la región del cerebro relacionada con pensar en los sentimientos e intenciones de otras personas.
En palabras simples: muchos hombres no ven a la mujer en bikini como una persona, sino como un objeto. Peor aún, las asociaban con verbos como “empujar”, “agarrar”, “usar”. ¿El poder de ser cosificadas?
La modestia como acto de resistencia
Hoy, hablar de modestia suena a algo anticuado, casi ofensivo. “¿Qué quieres que me vista? ¿Cómo mi abuela? La cultura actual nos enseña que mostrar es igual a libertad, que más piel es más poder. Pero… ¿y si fuera justo al revés?
El cuerpo no es un problema que ocultar, sino un don que revelar con dignidad.
La modestia no es miedo al cuerpo, es respeto por su valor. No es esconder la belleza, sino presentarla como algo valioso, no disponible, no utilizable.
Vestir con pudor —que no es sinónimo de fealdad o rigidez— es una forma concreta de decir: “mi cuerpo no es un objeto, es parte de mi persona, y merece ser tratado con respeto”.
Volver a enseñar la dignidad
Quizá la chica de la canción «Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini»tenía un instinto natural que hoy la cultura ha tratado de silenciar: el de proteger algo sagrado.
La modestia no es solo una virtud moral. Es una declaración cultural. Una forma de decir: “no estoy aquí para ser mirada, estoy aquí para ser conocida, amada y respetada”.
No se trata de puritanismo, sino de antropología.
Entonces… ¿quién dijo que tenía que ser itsy-bitsy?
Todos, al parecer. Diseñadores, medios… y a veces incluso los padres. Pero tú puedes elegir otro camino.
¿Cómo usarás tu belleza?








2 Comentarios. Dejar nuevo
¡Excelente artículo!
Sí, es verdad. Lástima que no recomiende llevar burka.