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Diez acordaos antes del post

Familia, Firma del mes

COMPARTIR EN REDES

En el último Encuentro de Católicos y Vida Pública, organizado por la Asociación Católica de Propagandistas, el tema elegido fue Internet y las redes sociales.

Un asunto necesario, urgente y, si me permiten, delicado.

Las jornadas las inauguró María San Gil, y uno de los momentos más potentes llegó con la intervención de Diego Blanco.

Diego proyectó una imagen que decía más que cualquier ponencia: la foto del jubileo de los influencers católicos que tuvo lugar este verano en Roma con el Santo Padre.

En la pantalla se veían decenas de jóvenes rodeando al Papa. Diego había rodeado en verde a los que se estaban persignando durante la bendición, y en rojo a los que grababan el momento. No hace falta decir que los círculos verdes eran los menos. Incluso se veía un influencer de espaldas, intentando sacarse un selfie dándole la espalda al Papa, mientras bendecía.

Una imagen vale más que mil palabras, y esta vez no fue para menos.

Con esa sola foto, Diego nos mostró el peligro de las redes sociales: su capacidad para distraernos incluso de lo importante. Lo sagrado convertido en contenido. 

Me tocaba intervenir justo después de él, y no pude evitar empezar con esa imagen todavía clavada en los ojos. Porque las redes pueden ser un campo minado… pero también un terreno de misión. El Papa nos ha dicho que hay que reparar las redes. Y para repararlas, hay que tocarlas. No podemos evangelizar desde fuera, como quien da lecciones desde la orilla. Hay que entrar, pero con cabeza, con estrategia y, sobre todo, con alma.

Diego comparó las redes con Vietnam. No le falta razón: el terreno es hostil, las trampas abundan, y uno puede salir herido si va sin protección. Pero que la batalla sea dura no nos da derecho a desertar. Al contrario, nos exige disciplina espiritual. San Josemaría lo resumía con claridad: “Primero, oración; después, mortificación; y en tercer lugar y último  lugar, acción.”

Por eso, propuse algo muy simple:

antes de subir cualquier post o story, rezar diez acordaos.

Después, una pequeña mortificación: subir las escaleras, sonreír cuando cuesta, renunciar al postre.

Todos sabemos dónde podemos rascar vanidad y ofrecerla. Y solo después, en último lugar, subir el contenido.

Puede parecer exagerado, pero lo contrario es peor.

Las redes desgastan el alma, incluso cuando el contenido es bueno.

Es como hacer una tarta casera: aunque la hayas hecho tú, eso no te exime calorías de contar sus calorías. Lo mismo ocurre con nuestras publicaciones: aunque sean edificantes, aunque lleven un mensaje cristiano, si no están purificadas por la oración y la renuncia, engordan el ego y debilitan el espíritu.

De ahí la necesidad de compensar. Si las redes inflaman la vanidad, hay que quemar esas “calorías egocéntricas” antes de publicar. La oración es el único filtro eficaz: el que deja pasar solo lo que el Señor quiere usar.

También conviene pedirle a Dios que nos conceda los seguidores que podemos cuidar.

Esto no va de acumular números, sino de acompañar almas.

Hace unas semanas prometí a una seguidora que la llamaría y… no lo hice. ¿De qué sirve entonces el medio si lo convierto en un fin?

Por eso me aplico el examen y lo comparto con quien lea estas líneas: usemos las redes, sí, pero siempre armados con oración y mortificación. Y si faltan, mejor no actuar. Porque la acción sin alma acaba siendo ruido. Y si de algo anda sobrado el mundo digital, es precisamente de eso: ruido sin alma.

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