La figura de san Chárbel Makhlouf sigue siendo, más de un siglo después, un referente espiritual para millones de fieles en el mundo.
Este monje maronita, nacido en 1828 en el Líbano y conocido por su vida de austeridad, silencio y profunda unión con Dios, coronó su existencia terrena con una muerte que, al igual que su vida, estuvo rodeada de misterio y gracia.
Falleció en Nochebuena de 1898, tras haber recibido los sacramentos, dejando tras de sí un testimonio luminoso que continúa inspirando conversiones y milagros.
El 16 de diciembre de ese año, mientras celebraba la Santa Misa, san Chárbel sufrió una parálisis repentina.
Tal como relata Mireille Haj-Chahine en Salt and Light, comenzó entonces una agonía que se prolongaría por ocho días. Sin embargo, incluso en medio del sufrimiento, su corazón y sus labios permanecían fijos en el Misterio Eucarístico.
Repetía sin cesar palabras de la liturgia en siríaco, entre ellas “Abou tkoshto”, que significa: “¡Oh Padre Santo!”. Su oración incesante daba testimonio de una vida totalmente entregada a Dios, incluso en el umbral de la muerte.
Diversos relatos coinciden en que san Chárbel entregó su alma al Señor la noche del 24 de diciembre, mientras pronunciaba los santísimos nombres de Jesús, María y José.
Este detalle quizás no es casualidad: morir en la Nochebuena, cuando la Iglesia celebra la Encarnación del Verbo, parece un signo de la estrecha comunión que el santo mantuvo con Dios durante toda su existencia. Su tránsito se percibe así como una prolongación del misterio de la Navidad, donde la luz divina irrumpe en la oscuridad del mundo.
Lo que sucedió después de su muerte confirmó aún más la especial cercanía de san Chárbel al cielo.
Según el sitio web de la Familia de San Sharbel en Estados Unidos, poco tiempo después comenzaron a verse luces misteriosas alrededor de su tumba. Este fenómeno atrajo a numerosos fieles y, ante la insistencia de los testimonios, las autoridades eclesiásticas decidieron abrir la sepultura.
Para su sorpresa, encontraron el cuerpo del monje incorrupto, conservado de manera inexplicable y exudando un líquido compuesto de sudor y sangre. Este prodigio se prolongó durante décadas, desconcertando a médicos y científicos.
Desde entonces, innumerables milagros —curaciones físicas, conversiones profundas, intervenciones providenciales— se atribuyen a la intercesión del santo.
Personas de diferentes credos, culturas y lugares del mundo han testimoniado gracias recibidas tras visitar su tumba en Annaya o venerar sus reliquias.
San Chárbel se ha convertido así en un puente entre Dios y la humanidad sufriente, recordándonos que el Señor sigue obrando maravillas a través de sus santos.
La muerte de san Chárbel en Nochebuena es más que un detalle histórico. En la noche en que celebramos el nacimiento del Salvador, san Chárbel entró en la plenitud de la vida eterna, iluminado por la misma luz que brilló en Belén.
Su ejemplo nos invita a confiar en el poder sanador de Dios y a vivir, como él, con el corazón anclado en “¡Oh Padre Santo!”










